Se ha convertido en un fenómeno popular la idea de que algunos de los peores horrores de la humanidad suceden en países “del tercer mundo” y en algunas potencias como Estados Unidos y Rusia. Un elemento que pasa desapercibido la gran parte del tiempo es que alrededor del planeta, en todo tipo de naciones, están esparcidos cientos de criminales psicópatas cuyas metas van más allá de lo material. El abuso de una vida hasta el punto de degenerarla como un fin a causa de un tipo de disturbio mental puede suceder tanto en México como en Japón. Y fue en ese segundo donde el caso de la joven Junko Furuta aún suena como un eco aterrador en los oídos de las adolescentes de aquel país. El miedo de encontrarse solas se incrementa cuando esa horrible historia de la mujer que pasó 44 días secuestrada antes de morir aparece en sus mentes.
Junko Furuta era una joven como cualquier otra. Acudía a la preparatoria en la Prefectura Saitama en Misato, una localidad cercana a Tokio, era una estudiante promedio, pero poco se sabe de ella; no logró salir viva de su horrible experiencia que comenzó un día que se dirigía sola a su hogar. Su camino se vio interrumpido por cuatro adolescentes que la secuestraron y la llevaron a la casa de los padres de uno de ellos en el centro de la capital del país nipón.
Nadie sabe con precisión qué pasaba por la mente de los criminales menores de edad – quienes tuvieron un castigo ligero para la gravedad de sus acciones – ni si fue una elección aleatoria, pero desde el primer día convirtieron la vida de Furuta en una pesadilla. Primero la hicieron llamar a sus padres para decirles que estaba bien y que se quedaría en la casa de una amiga. Una vez eliminado el pánico de sus padres, los adolescentes la violaron por turnos y no estaban dispuestos a liberarla.
Los futuros asesinos llamados Minato Nobuharu, Watanabe Yasushi, Miyano Hirosi parecían seguir las instrucciones de su líder, Jo Kamisaku, quien ya había sido miembro de bajo nivel de la mafia Yakuza y el hijo de los dueños del hogar donde Furuta estuvo secuestrada. El miedo que causaba Kamisaku afectaba también a sus padres, quienes –aunque estaban enterados del secuestro y violaciones de la joven– no hicieron nada para ayudarla y ayudaron a proteger a su hijo.
Desde los primeros días los jóvenes torturaron físicamente a Furuta obligándola a insertarse distintos objetos en la vagina. Algunas fuentes afirman que incluso vendieron accesos para que algunos miembros Yakuza presenciaran la tortura, las violaciones y cómo era forzada a masturbarse. Pero la tortura continuó de manera inimaginables. Como alimento sólo le daban cucarachas y orina y prácticamente era golpeada todo el día mientras colgaba del techo.
Según distintos reportes, la joven sufrió más de 400 violaciones por un número desconocido de personas y el crimen fue visto por aproximadamente 100 personas, quienes mantuvieron silencio y se convirtieron en parte del horror. Los libros que se han escrito alrededor del caso, debido al impacto que causó en la sociedad japonesa, detallan las posibilidades de sus últimos días. Mientras era brutalmente golpeada, quemada con cigarros y cortada con tijeras incluso de su vagina, trató de pedir ayuda y fracasó. Poco después, según las fuentes, la Furuta participó en un juego con sus secuestradores y ganó. El resultado desembocó en que la incendiaran de brazos y piernas hasta que finalmente murió.
Después de violarla, torturarla, golpearla y despojarla de todo tipo de dignidad, los psicópatas la arrojaron en un contenedor de gasolina lleno de cemento para después abandonarla a las afueras de Kioto. Su cuerpo débil y malherido reposó pudriéndose durante casi un año hasta que las autoridades lo encontraron y comenzaron la investigación, pero así como el resto del mundo, parece que la justicia no llegó jamás en forma apropiada; su juicio fue tratado como uno de jóvenes, por lo que sus sentencias fueron ridículamente cortas. La más larga fue de 17 años, así que todos están libres.
Los expertos afirman que nadie de los que presenciaron los hechos hizo nada por el temor hacia Kamisaku y su conexión con los Yakuza, pero ¿hasta qué punto se tiene que llegar para ver que una mujer moribunda y torturada necesita ayuda? Junko Furuta apenas y tenía 16 años cuando vivió esa pesadilla y su vida llegó a un final súbito. Esta tragedia sucedió en 1989, y a más de 25 años aún se suscitan este tipo de tragedias. Queda esperar un futuro donde todos puedan caminar seguros hacia sus hogares y que los humanos como Kamisaku, sus compañeros y las 100 personas que miraron a Furuta eventualmente desaparezcan.
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Fuente: El Pensante.
