“El camino del hombre recto está por todos lados rodeado por la avaricia de los egoístas y la tiranía de los hombres malos. Bendito sea aquel pastor que, en nombre de la caridad y de la buena voluntad, saque a los débiles del Valle de la Oscuridad”
Ezequiel, 25-17
Algo resplandece dentro del maletín, Samuel L. Jackson lo cierra y comienza a decirles a los ladrones de éste, que fue una mala decisión haber intentado robarle a su jefe. Después comienza uno de los speechs más recordados en la historia del cine:
“Porque Él es el verdadero guardián de su hermano y el descubridor de los niños perdidos. ¡Y os aseguro que vendré a castigar con gran venganza y furiosa cólera a aquéllos que pretendan envenenar y destruir a mis hermanos! ¡Y tú sabrás que mi nombre es Yahvé, cuando mi venganza caiga sobre ti!”.
Y llegando a las palabras finales, Jackson y sus ojos desorbitados, descargan su arma y su venganza sobre el cuerpo de uno de los ladrones mientras John Travolta hace lo mismo con otros desafortunados.
Esta escena siempre me recuerda a Moisés y a la insospechada ira de Dios, esa ira demoledora que desató contra el faraón y el pueblo egipcio para que liberara a su gente. Moisés le dice que libere a su pueblo y el faraón se opone tercamente a hacerlo, pero después de las diez plagas, por fin, deja que todos los hebreos esclavizados partan en busca de su tierra prometida.
Hace poco algunos arqueólogos explicaron las razones científicas detrás de cada una de las plagas. Así que, metafórica o real la historia de Moisés, ya existe una explicación detrás de estas calamidades divinas. Los científicos creen que estos desastres fueron la consecuencia de una cadena de fenómenos naturales provocados por cambios en el clima e incluso por una erupción volcánica.
Aparentemente la ciudad de Pi-Ramsés en la Delta del Nilo, capital del reino egipcio gobernado por Ramsés II, fue abandonada hace 3 mil años debido a las consecuencias ecológicas derivadas de las ‘plagas’ que azotaron la región hacia el año 1200 a. C.
Todo comenzó con un progresivo aumento de la temperatura en Egipto, como el que ahora toda la Tierra sufre a causa del efecto invernadero, provocando que la temperatura de las aguas de Nilo también subiera; su movimiento se alentó y sus aguas se volvieron fangosas.
Así el agua se convirtió en sangre, o simplemente cambió a un tono rojizo provocado por un alga tóxica de agua dulce que comenzó a podrirse: la Oscillatoria rubescens, o alga Sangre Borgoña.
Después, las siguientes plagas (ranas, mosquitos e insectos) fueron una consecuencia ecológica de ese desequilibrio acuático. Primero llegaron las ranas, desplazadas por las algas muertas tuvieron que buscar nuevos espacios que habitar y los encontraron en la ciudad egipcia. Los insectos, sin la presencia de su principal depredador anfibio y con tanta agua estancada, pudieron reproducirse exponencialmente y sin control.
Con estas invasiones vinieron, por razón de salubridad, enfermedades en animales y seres humanos. Pestilencia, úlceras y salpullidos incurables, que se corresponden con la quinta y sexta plaga. Recordemos que 1200 a. C. no existía la penicilina ni cualquier tipo de antibiótico, así que una enfermedad muy sencilla de curar hoy en día, era mortal.
El granizo de fuego y hielo, se puede explicar gracias a sedimentos encontrados en la región; a 400 km de distancia de Pi-Ramsés ocurrió una de las erupciones de lava más grandes de la historia. El volcán Thera lanzó miles de millones de kilogramos de material piroplástico a la atmósfera. Investigadores alemanes tiene la teoría de que esa ceniza chocó con alguna gran tormenta sobre Egipto, ocasionando que el cielo se oscureciera y lloviera granizo negro.
Esta ceniza combinada con el aumento de los índices de humedad provocó conductas anómalas en animales como en las langostas, de ahí su desenfrenado paso por la ciudad egipcia, su posterior desolación y los problemas alimenticios que esto produjo.
La última plaga: el paso del ángel de la muerte para matar a todos los primogénitos puedo haber sucedido vía granos envenenados al que sólo los ciudadanos egipcios tenían acceso, y de los cuales los hijos primogénitos varones tenían el privilegio de comer primero. La sangre de cordero en las puertas sólo fue un detalle simbólico para causar un efecto aún más devastador en la psique del faraón que perdió a su hijo.
Tal vez después de estos descubrimientos arqueológicos cambie la percepción que se tiene de los eventos narrados en la Biblia: de ser meramente ficción y usados como metáforas de la ética y devenir del pueblo hebreo, a un libro semi-histórico, o al menos, que tiene entre sus pasajes más memorables, sucesos reales que inspiraron su redacción, como esta historia de plagas e ira divina cerca del Mar Rojo.
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Referencias:
Slate
ABC
