Después de haber desaparecido por cinco días, el estudiante de la preparatoria número ocho de la UNAM, el menor de edad Marco Antonio, “apareció”. Este “hallazgo” fue presentado con bombos y platillos por las autoridades de la Ciudad de México; sin embargo, aquel chico que se encontró vagando por las calles de Tlanepantla, Estado de México, no era el mismo, en esencia, del que se llevaron impunemente policías de la CDMX. Para muestra las imágenes del mismo joven antes de haberlo desaparecido y su posterior encuentro —y aún más grave—, con la noticia de que requerirá de atención psiquiátrica.
Estos hechos nos dejan muchas preguntas: ¿qué fue lo que pasó?, ¿por qué no “podía” aparecer?; y como sociedad: ¿estuvimos a punto de perder a otro estudiante? ¿Por qué debemos sentirnos satisfechos de que apareció —maltratado—? Estos cuestionamientos nos llevan a hacer reflexiones más profundas. Si miramos las estadísticas se piensa, ¿por qué en México es más fácil desaparecer personas que encontrarlas? ¿Cuál es nuestro contexto político y social para que quienes integran el Estado y trabajan procurando justicia estén involucrados en desapariciones y matanzas de nuestros estudiantes?
Retrocedamos, entonces, aún más en el análisis. Pasemos por los 43 normalistas desaparecidos en Iguala en 2014, los cuales a pesar de haber conmocionado a buen número de activistas y organizaciones mundiales por los Derechos Humanos, todavía no se sabe de su paradero, como si se los hubiera tragado la tierra, pues quienes están embarrados en este crimen y siguen impunes desean que lo olvidemos, que lo normalicemos, que no lo cuestionemos. Total, ya ha pasado a la lista sangrienta e impune de la Historia de México. Acaso, ¿tenemos certeza, después de 47 años, de qué pasó con los estudiantes que desaparecieron o murieron en 1971? Aunque se sabe que en este crimen estuvieron involucrados quienes integraban el Estado en aquella época. O el hecho más brutal que englobó desapariciones, asesinatos, impunidad y abuso de poder, que culminó en una matanza de estudiantes en 1968, que sólo soñaban y actuaban por un México más democrático y una mejoría del país en diversos ámbitos; pero que fueran brutalmente asesinados y quienes fueron responsables lo hicieran para que no se olvidara, pues deseban sembrar miedo en quienes querían un entorno social más justo, próspero y democrático.
Si bien, la desaparición de Marco Antonio guarda distancia en cuanto a la actividad realizada antes de desaparecer en los casos mencionados con anterioridad, la similitud radica en las condiciones del país que hacen propicio cometer un delito por parte de las autoridades y que éste quede sin resolverse, sin responsables y mostrando, en este caso, a “un posible inocente”; ya que dentro del protocolo no escrito en la actuación insensible y ciega de los Derechos Humanos, en su devastadora mayoría, de quienes investigan estos casos y son integrantes de la estructura estatal y de gobierno, han aprendido que unos de los métodos para apaciguar los cuestionamientos sobre los hechos es poner en duda el comportamiento de las personas que son víctima de desapariciones forzadas.
Entonces a 50 años de haber privado de la vida a cientos de estudiantes, de haber manchado de sangre los recuerdos de aquella generación y de prometer, en los discursos conmemorativos de ese fatídico 2 de octubre de 1968, que nunca más se repetirá, ¿por qué todavía se puede jugar con la vida de un joven estudiante? ¿Por qué aún huele a cadáver y sangre nuestra vida cotidiana? ¿Por qué no permiten que superemos las estructuras podridas que a toda costa buscan infectarnos de injusticia, crueldad y desamparo? ¿Por qué seguimos siendo presa fácil de quienes detentan el poder cuando de callar y de “dar lecciones” se trata?
Este estudiante de la preparatoria ocho pudo haber sido otro más que se suma a la lista de nuestros 43, de nuestro 71 ó 68, y que gracias a la presión social sí se encontró, pero en condiciones que exponen que fue violentado de manera brutal; como sociedad tenemos la obligación de escucharlo, pues su voz es la que hablará por la de quienes no podrán hacerlo.
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Conoce todas las versiones que hay hasta ahora sobre la desaparición de Marco Antonio: ¿”drogadicto” o “drogado contra su voluntad”?
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Fuentes:
De Tlatelolco a Ayotzinapa. Las violencias del Estado, Sergio Aguayo, 2015.
“Marco Antonio ya fue localizado. Impresionante transformación, tras su encuentro con policías” http://www.sinembargo.mx/28-01-2018/3378888, fecha de consulta 29 de enero del 2018.