En la cultura popular, la figura de Winston Churchill aparece como la de un hombre cabal, estadista brillante que guió a Inglaterra durante la turbulenta mitad del siglo XX, cuando la Segunda Guerra Mundial supuso un momento crítico para el futuro de Europa y el mundo entero. Para muchos, un orador brillante, patriota y sobre todo, hombre resuelto que decidió poner fin al avance del Tercer Reich sobre el Viejo Continente y cuyas acciones condujeron a la paz.
Esta concepción es común en los libros de texto y versiones oficiales, pero en realidad, la historia dista de ser como la cuentan. Al igual que los nazis, los británicos al mando de Churchill crearon búnkers, laboratorios y talleres secretos con el afán de desarrollar las armas más letales para vencer al ejército dirigido por Hitler.
El británico estaba dispuesto a ganar el conflicto, sin importar las formas ni el costo humano de salir victorioso del escenario de hostilidad mundial. La ambición del Primer Ministro lo llevó a ordenar la construcción de un laboratorio secreto en 1939, que tuvo como nombre clave “Churchill’s Toyshop”. Durante más de cinco años, el gobierno inglés financió a científicos e ingenieros para crear potentes armas más allá de la imaginación.
El Panjandrum fue uno de los artefactos bélicos más peculiares que creó la administración de Churchill; se trataba de una enorme rueda con dos ejes con un cilindro de acero de por medio, rodeada en la circunferencia de depósitos explosivos. La velocidad máxima que alcanzaron los prototipos más avanzados fue de 100 kilómetros por hora y estaba pensada especialmente para actuar contra el Muro Atlántico, las barricadas y puestos avanzados alemanes que custodiaban una posible invasión continental del Reino Unido.
La mole metálica dinamitaba sus casi dos toneladas de peso ante cualquier impacto, dotándola de un poder destructivo sin precedentes, pero el ejército británico decidió evitar su utilización, debido a que resultaba igualmente peligrosa para los enemigos que para los aliados.
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Un invento que funcionó a la perfección para la causa inglesa durante el conflicto mundial fueron las Minas Lipet. La idea de una mina lo suficientemente poderosa como para hacer volar cualquier barco enemigo se barajó desde la Gran Guerra, pero fue el laboratorio del bulldog inglés el que finalmente desarrolló un arma tan eficaz como destructiva.
Para su correcto funcionamiento, las minas debían ser colocadas por un buzo experto en el casco del barco a dinamitar. Utilizando los más poderosos imanes creados hasta entonces, cada explosivo de dos kilos se mantenía unido al metal para instantes después, volarlo en mil pedazos. La marina británica utilizó las Minas Lipet en al menos siete ocasiones exitosamente, para hundir buques japoneses durante 1943.
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Entre todos los prototipos, el más útil y fabricado durante la guerra fueron las bombas pegajosas, una granada esférica cargada con medio kilo de nitroglicerina, cubierta con un líquido altamente adhesivo a cualquier superficie, ideal para acabar con los tanques enemigos. El invento funcionó efectivamente en el campo de batalla y en menos de tres años, se manufacturaron al menos 2.5 millones de unidades.
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Además de las armas monolíticas y molestas, la inteligencia inglesa diseñó un objeto tan elegante como mortífero. Se trataba de una pluma como cualquier otra, con la cualidad de servir como un temporizador programable para dinamitar bombas en el tiempo deseado por los británicos, desde 10 minutos hasta 24 horas. Las plumas fueron poco usadas durante el conflicto y se presume que una falló durante una misión para acabar con Hitler directamente.
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Conoce la verdadera cara del Primer Ministro y los crueles métodos que utilizó durante toda su trayectoria política y militar para ganar conflictos y extinguir rebeliones en las colonias inglesas después de leer “Oscuros secretos del hombre que inventó el terrorismo como arma de guerra”. Descubre la increíble historia de Jasper Maskelyne, el “El soldado que venció a los nazis con magia”.