“Fui más rápido que él. Empujé su rifle a un lado y clavé mi bayoneta en su pecho. Tuve ganas de vomitar. Me temblaron las rodillas y francamente me quedé avergonzado de mí mismo. ¡Cómo quisiera haberle estrechado la mano y hacernos buenos amigos!¿Qué era eso por lo que nosotros, los soldados, nos apuñalábamos unos a otros, nos estrangulábamos, nos cazábamos como perros rabiosos? ¿Qué es eso por lo que combatimos hasta la muerte sin tener nada en contra los unos de los otros? Al fin y al cabo éramos gente civilizada”.Stefan Westmann. 29ª División de Infantería del Ejército Alemán.
La Primera Guerra Mundial debía terminar en menos de un mes, y para la Navidad de 1914, los hombres que respondieron al llamado de su patria debían volver a casa. Enfrascados en un conflicto continental causado por rabietas familiares entre las principales casas monárquicas europeas, los entusiastas jóvenes que se alistaron, aún sin la mayoría de edad, comprendieron demasiado tarde que la guerra no era cómo la habían soñado. Quiénes tomaron las armas en aras de seguir el camino de sus ídolos que triunfaron en Waterloo, Trafalgar o la Batalla de las Pirámides, se toparon con la lenta guerra de trincheras y lo peor del desarrollo tecnológico del ser humano: las armas químicas y las armas automáticas.
La muerte rondó los campos europeos; la lluvia, las enfermedades, el lodo y los pies de trinchera acompañaron las largas noches de los ejércitos que lucharon meses por un pedazo de tierra. Después de los largos e intensos bombardeos, el cielo de Europa regalaba la mejor vista de las estrellas a hombres que poco comprendían de las ambiciones de los nobles y la aristocracia, pero que saltaban a tierra de nadie para defender una bandera o para evitar el fuego amigo.La guerra se suspendió con la rendición de los imperios centrales y la firma de los Tratados de Versalles, que serían el punto de partida para el reinicio de hostilidades 21 años después, con una violencia y destrucción aún mayor. La humanidad pasó el mal trago como un bocado incómodo, difícil de digerir, pero con la certeza de que nada sería igual. La guerra, entendida como un acelerador del desarrollo tecnológico y científico, trajo consigo múltiples inventos, descubrimientos, problemas y estilos de vida que definieron no sólo los años venidos, sino incluso nuestro presente. A continuación un breve listado del legado de la Primera Guerra Mundial:
PilatesEsta popular disciplina física en la actualidad fue desarrollada por el boxeador y bodybuilder alemán, Joseph Hubnertus Pilates, mientras permaneció internado en un campo de prisioneros en Inglaterra. A pesar del asma, la fiebre reumática y el constante acoso escolar, Pilates decidió dedicarse a la lucha, las artes marciales y el yoga en su natal Alemania en una época donde los Juegos Olímpicos retomaron su milenaria tradición.
En 1912, Pilates se trasladó a Londres, pero con el estallido de la Primera Guerra Mundial, los británicos concentraron a los ciudadanos alemanes en la Isla de Man para evitar acciones de espionaje y sabotaje. En compañía de sus camaradas alemanes, muchos de los cuales no podía levantarse de la cama por diferentes dolencias físicas y problemas de salud, Pilates desarrolló un sistema para el fortalecimiento de la mente y el cuerpo a través de unas correas atadas a la cama, creando así una máquina de resistencia ideal para los prisioneros. Al término de la guerra, y con una escala en Alemania, Pilates llevó su invento a los Estados Unidos, donde revolucionó el concepto del ejercicio físico.
La cirugía plásticaEl poder destructivo de las nuevas armas empleadas en la Gran Guerra ocasionó que cientos de miles de soldados quedaran con rostros mutilados. Las constantes explosiones de artillería o las granadas de fragmentación mermaron en la integridad de las tropas británicas, por lo que Harold Gillies, cirujano neozelandés, incursionó en las cirugía plástica después de conocer a los sobrevivientes británicos de la Batalla del Somme en 1916. A diferencia de otras técnicas, Harold utilizó tejido del paciente para reconstruir su rostro, reduciendo así la posibilidad del rechazo y promoviendo una cirugía encaminada no sólo a restaurar las funciones de la cara, sino también la apariencia estética del rostro. Tras la guerra, Harold estableció un hospital en Inglaterra donde continuó con sus trabajos en cirugía plástica e inspiró a múltiples cirujanos a incursionar en las cirugías de reconstrucción.
Transfusiones de sangreDesde tiempos inmemorables, la pérdida de sangre ha sido una de las causas más importantes de muertos en las guerras, y por lo menos desde 200 años antes de la Primera Guerra Mundial, la humanidad había buscado la manera de lograr una transfusión de sangre. Sin embargo, ello fue posible hasta principios del Siglo XX con tres descubrimientos clave: la existencia de diferentes tipos de sangre, el uso del citrato de sodio para evitar la coagulación y la certeza de que la sangre podía ser refrigerada.
La historia narra que la primera transfusión de sangre se logró en Buenos Aires en 1914, aunque el método no se popularizó en Europa debido a la presión en la que los cirujanos atendían a los heridos. No fue sino hasta la llegada de las tropas estadounidenses al escenario europeo que el método comenzó a usarse. Si bien el número de transfusiones hechas durante la guerra se desconoce, se tiene la certeza de que se practicaron en el Frente Occidental y permitió que cientos de miles de vidas fueran salvadas.
ChampánLas trincheras de la Primera Guerra Mundial destrozaron la región de Champaña-Ardenas, donde desde tiempos romanos se producía el vino espumoso, incluso la principal ciudad de la región, Reims, fue ocupada por los alemanes. Previo al estallido de la guerra, la bebida gozaba de gran popularidad entre la aristocracia rusa, quien gustaba de los sabores dulces y que encontraban en la bebida francesa la nota perfecta para sus celebraciones.
A pesar de la destrucción de los campos de cultivo, la región no dejó de producir champán, pues a falta de hombres, mujeres, ancianos y niños mantuvieron la producción. Un año antes del término de la guerra, la Revolución Rusa provocó la caída del zarismo, cerrando el principal mercado de exportación. La búsqueda de nuevos mercados, con Rusia en crisis política y Estados Unidos de prohibición, los franceses se adaptaron al mercado británico, con un marcado gusto por el estilo brut (menos dulce). Ante un terrible panorama financiero, los productores de champaña volcaron sus procesos para ajustarse al gusto del mercado más importante del mundo, convirtiendo el nivel brut en el más común de la producción, una característica que se mantiene hasta nuestros días.
Batas azulesEl fisiólogo René Leriche descartó el gran viaje que tenía planeado para visitar Estados Unidos y se dedicó a atender a los soldados heridos de las trincheras francesas. En una época y una situación particular en la que una infección causada por bacterias podía provocar amputación de miembros o la muerte de los soldados, Lariche decidió establecer normas de higiene básicas en los hospitales. De este modo, promovió que todas las prendas asépticas fueran de color azul: sabanas, cubrebocas, pañuelos y la ropa que el médico utilizaba en la cirugías. La diferencia de color debía delimitar las prendas esterilizadas de aquellas potencialmente infecciosas. La medida se popularizó en años posteriores y delimitó una de las normas más importantes dentro de cualquier institución de salud.
Horario de veranoEn una visita a París, Benjamin Franklin se sorprendió de la luz que encontró en la calle después de haberse levantado por la mañana, y pensó que si la gente se despertara y durmiera antes, se ahorrarían miles de velas. Ante el gran consumo de energía que una guerra ocasiona, Alemania instauró en 1916 el horario de verano, una política que Reino Unido, Francia y Estados Unidos no tardaron en seguir. Al término de la guerra, el Reino Unido mantuvo la norma, la volvió permanente en 1925 y le cambió de nombre por “British Summer Time”. Con el esfuerzo de guerra, a mayor escala durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno británico incluso decidió adelantar dos horas los relojes del Reino.
Estrés post-traumáticoEn 1915, el psicólogo Charles Myers investigó el caso de un hombre de 20 años que después de una incursión en tierra de nadie, se enredó en el alambre de púas de las trincheras, y los alemanes, previendo una carga de la infantería, ordenaron un ataque de artillería en la zona donde se encontraba el hombre. De vuelta con su compañía, el hombre sufrió ceguera temporal, experimentó temblores repentinos, sudoración excesiva y no pudo controlar sus intestinos y vejiga. Con el transcurso de la guerra, se reportaron más casos con comportamientos similares que los soldados llamaban shell schock pues creían que eran ocasionados por los estruendos de las explosiones en las trincheras.
Al final de la guerra el Ejército Británico reportó alrededor de 80 mil casos de soldados que sufrían de shell shock y se concluyó que se debía a que “los límites tolerables o controlables del horror, miedo y ansiedad habían sido sobrepasados con las eventualidad de la guerra”. Para la década de los 80, el shell shock se conoció como estrés post-traumático.
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Fuente: 100 years legacies. The lasting impact of World War I. Wall Street Journal. 2014.