Las piedras calizas que hoy decoran los horizontes de regiones como Querétaro y el Valle del Mezquital han sido consideradas por siglos como los huesos de los uemac, gigantes que siglos atrás convivieron con el pueblo otomí y los ayudaron a desarrollar algunas de las profesiones típicas de la región.
Los uemac eran un pueblo de hombres enormes, que seguían las enseñanzas toltecas y convivieron por mucho tiempo con los humanos en armonía. Ellos fueron los encargados de enseñar la alfarería y el trabajo con cerámica. Sin embargo, cuenta la leyenda que el final de los uemac fue trágico y violento, en una guerra en la que los otomíes vengaron los crímenes cometidos en contra de su pueblo.
Tal leyenda fue replicada y contada en el libro uemac. Los Gigantes del Mezquital, en la que la anciana Mahets le cuenta a sus dos nietos: Nxuni, un niño de 8 años y Donza, una jovencita de 11, la historia de los uemac y también de su triste historia amorosa con uno de estos gigantes.
«[Los uemac] Eran tan grandes como un mezquite, robustos y fuertes de grandes manos y de pies enormes, solían caminar por estas tierras, nunca permanecían en el mismo lugar, vestían pieles de venado, coyotes y liebres, los cuales ellos mismos cazaban, algunos más usaban ropajes de algodón. Dormían de pie recargados en rocas grandes, otros sentados de espalda para no caer…»
Solían utilizar bastones, pues una caída podía ser mortal para ellos, ya que no podrían levantarse de nuevo y se quebraban convirtiéndose en decenas de piedras. Ayudaban a los pueblos con la alfarería y la construcción de diques, así como a jalar las canoas que transportaban tanto a gente como a personas a través del río. Sin embargo, la paz y la colaboración entre gigantes y humanos se vio fragmentada cuando los toltecas cayeron y el grupo sobreviviente, con la ayuda de algunos uemac, comenzó a someter a los pueblos cercanos en ritos violentos y sanguinarios.
Debido a su gran tamaño, fuerza y habilidades, los uemacs también ayudaban a construir templos.
La vieja Mahet (en aquel entonces joven) hizo amistad con un uemac en particular:
«Rojo como el barro y de largos cabellos como pelos de elote tierno […] en su cuello le colgaba un hermoso caracol marino, […] llevaba consigo un enorme bastón y un tocado en la cabeza, vestía túnicas blancas y sandalias enormes…»
Él le enseñó el uso de las hierbas para la curación, así como el arte, la música, la pintura y toda una serie de conocimientos que hablan de un ser en contacto con la naturaleza, con un alto nivel de sensibilidad. Él le enseñaba sobre el respeto a la tierra y lo que los rodeaba.
Este uemac difería del resto: eso lo descubrió Mahets una noche que escapó de casa para presenciar las ceremonias nocturnas de los gigantes. Allí la encontró la brutalidad pura: aquellos que habían comenzado a someter pueblos cercanos desollaban a las doncellas que desaparecían de los pueblos y los toltecas aliados se colocaban las pieles de esas jóvenes. Pronto, un destino similar tocaría la puerta de la anciana. Si bien ella sobrevivió, oculta al fondo de las ollas para el agua, sus padres y otros pobladores no lo hicieron, por lo que aquel acto rompió la amistad entre la anciana y uemac.
Ella, traicionada por la mentira y motivada por la venganza entrenó todos los días con el arco y flecha de su padre; hizo uso de los conocimientos de hierbas y curación que uemac le había enseñado y comenzó una vida en la que el gigante ya había marchado al norte y prometido no verla más.
El uemac, versado en las artes, realizó un retrato de Mahets y él en una piedra durante su exilio.
Así fue hasta que el uemac volvió para advertirle que venían por ella y los de su pueblo. Mahets, preparada por su entrenamiento decidió hacerles frente, tirando sus flechas con maestría y con la ayuda de él, quien intentó detener al resto. Sin embargo, los esfuerzos fueron en vano y ella tuvo que escapar malherida.
No obstante, su pueblo estaba un tanto más preparado: los ancianos del pueblo recibieron a los toltecas y los uemac con el plan de emborracharlos para después tirarlos por el barranco o asesinarlos. Su intención era matar a todos y eso incluía a uemac rojo como el barro, de quien sólo quedaron sus huesos, convertidos en piedras, mismas que Mahets llevó para construir su hogar, excepto por una:
Esa piedra restante es la que los niños habían llevado a su hogar antes de escuchar el relato de la leyenda, sellando así el destino de la anciana Mahets y uemac.
«Las uniones entre las piedras se iluminaron con una bella luz, las rocas cobran vida incorporándose como el gigante de piedra y transformándose poco a poco en el joven uemac que era; el espíritu de Mahets se le unió al de él, se abrazaron desintegrándose con el viento, el cerro del Xicuco y la luna como fieles testigos de un momento de amor, mientras el coyote aúlla en el horizonte».
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Puedes leer la fuente original de esta versión de la leyenda, escrita por Marco Antonio Hernández Hernández, traducida por Tiburcio Cruz Lugo y dibujado por Adalid Villegas Gómez en este sitio, cortesía de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas.
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Puedes encontrar más del trabajo de Luis Atilano, ilustrador de la imagen en portada, en su cuenta de Instagram.
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