Después de varias semanas de deliberación, se había aprobado la construcción del Campo Swift a unos cuantos kilómetros de Austin, Texas. En principio la mayoría estaba reticente, pero la prolongación de la guerra y la falta de mano de obra obligaron a aceptar la ayuda que significaban los prisioneros de guerra. Era 13 de octubre de 1944 y por fin llegarían los prisioneros nazis.
Nadie sabía qué iban a presenciar, muchos rumores aseguraban que los alemanes eran unas bestias salvajes que escondían cuernos debajo de sus cascos y que solamente estaban sedientos de sangre. Entraron marchando y silbando canciones alemanas, nadie podía creer lo que estaban viendo; estos terribles seres de los que tanto habían escuchado eran unos simples adolescentes que podían ser confundidos con cualquier otro hombre estadounidense de su edad.
En poco tiempo el miedo pasó a una fascinación, Edouard Patte, un delegado suizo de la YMCA, aseguró que era difícil imaginar que los chicos rubios fueron asesinos poco tiempo antes. Al otro lado del país, el periódico Fairmont Daily Sentinel de Minnesota narró que el campo de prisioneros tenía una valla de alambre de púas para proteger a los prisioneros de mujeres, predadores y otros animales salvajes. Ni en sus sueños más extraños estos miembros del Afrika Korps se hubieran imaginado que iban a experimentar una de las mejores experiencias de su vida después de ser capturados por el enemigo
En noviembre de 1942, tropas estadounidenses y británicas llevaron a cabo la Operación Torch con el objetivo de liberar al Norte de África de las fuerzas del Eje. Durante la ofensiva, las fuerzas estadounidenses tuvieron los primeros contactos con tropas alemanas y capturaron a los primeros prisioneros de guerra de esta nacionalidad. Estados Unidos había aceptado los puntos del Tercer Convenio de Ginebra que regulaban el trato a los prisioneros de guerra, por lo que los recién capturados tenían que ser protegidos durante el resto del conflicto bélico.
En mayo de 1945, había 371,683 de prisioneros de guerra alemanes distribuidos en campos de trabajo que se ubicaron en todos los estados de la nación, excepto en Nevada y Vermont y los territorios de Hawái y Alaska. Los cuarteles en los que fueron ubicados habían sido ocupados por prisioneros de la Primera Guerra Mundial y contaban con salas de estar, almacenes, edificios administrativos, cocinas y hospitales. A lo largo de su estancia tuvieron grandes privilegios, como cenas especiales en días festivos, equipos deportivos, juegos de mesa, funciones de cine e inclusive organizaron bandas y orquestas que tocaban con instrumentos donados por la comunidad.
Bajo el auspicio de la convención de Ginebra, que aprobó el trabajo –siempre y cuando fuera remunerado– los prisioneros de guerra fueron utilizados para labores comunitarias en presas, vías de tren, minas y huertos. En un principio los ciudadanos estadounidenses vieron con temor a los miembros de las Afrika Korps, que parecería que invadirían su localidad; sin embargo, en poco tiempo diversos granjeros se dieron cuenta de la oportunidad que se les presentaba en una época en la que el trabajo manual carecía.
William Teichmann era propietario de un huerto de duraznos en Eau Claire, Michigan al cual le fueron designados nueve prisioneros. El campesino era descendiente de inmigrantes alemanes y sus nuevos trabajadores representaron una gran oportunidad para practicar su idioma original, los invitados fueron tan bien aceptados que llegaron a ser parte de la familia, incluso uno de ellos mantuvo correspondencia con Teichmann después de la guerra y le escribió: “Le mencioné a mi esposa sobre ti, lo buenos que fueron tú y tu esposa conmigo”.
Esta aceptación ocasionó episodios extraños en los lugares donde las leyes Jim Crow seguían vigentes. En estados como Luisiana y Mississippi, los afroamericanos comenzaron a darse cuenta de que en muchas ocasiones el enemigo capturado tenía muchos más privilegios que ellos, el escritor de Nueva Inglaterra, Witter Bynner, escribió al respecto:
“En un tren prisioneros alemanes comen.
Con soldados americanos blancos, asiento por asiento,
mientras soldados americanos negros sentados aparte,
los hombres blancos comiendo carne, el hombre negro comiendo corazón”.
La situación llegó a situaciones tan extrañas que en ocasiones prisioneros eran escoltados por policías militares negros, con el fin de humillar a los prisioneros nazis. Cuando el cautivo entraba a un baño exclusivo para blancos, el guardia tenía que esperar fuera ya que por su color no tenía permitido ingresar al recinto. A esto se le sumaron historias de nazis que comían en cafés exclusivos para blancos mientras que sus guardias negros los esperaban afuera.
Ante esta situación, muchas personas alzaron la voz. Hein Severloh, un soldado alemán, observó que a los afroamericanos se les pedía tres veces más carga de trabajo que a los prisioneros y que la forma en que los trataban era peor mucho peor que a los cautivos. Muchos dueños de plantaciones para evitar alianzas separaron a los dos tipos de trabajadores.
Su voz no fue la única, diversos oficiales alemanes argumentaron que el sistema racial estadounidense era mucho peor que el nazi. Aseguraron que el Tercer Reich por lo menos abiertamente pronunciaba su creencia en la superioridad racial y el rechazo hacia los grupos que se consideraba que eran inferiores. A diferencia de esto, Estados Unidos argumentaba ser un defensor de la democracia, pero al mismo tiempo trataba a algunos de sus ciudadanos peor que animales simplemente por su color de piel.
Estos particulares hechos expusieron las contradicciones del sistema racial estadounidense. Los prisioneros de guerra alemanes llegaron a comunidades que los aceptaron con los brazos abiertos e incluso en diversas ocasiones mujeres estadounidense tuvieron relaciones amorosas con el enemigo. Al mismo tiempo estos mismos poblados podían linchar a un afroamericano que se atreviera a seguir a una mujer blanca o tan siquiera verla.
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