Muchas décadas habían pasado desde el asesinato de Álvaro Obregón, en 1928, que en la memoria de los mexicanos la idea de que ocurriese un nuevo magnicidio era poco probable, hasta que el 23 de marzo de 1994 esa confianza se vio de súbito rebasada por la realidad. A las 17:12, hora del Pacífico, el candidato a la presidencia nacional por parte del Partido Revolucionario Institucional (PRI) sufrió un atentado que le arrebató la vida un par de horas más tarde. El curso que tomaron las investigaciones dio pie a muchas especulaciones que, a la fecha, siguen suscitando más dudas que certezas.
El 28 de noviembre de 1993 Colosio fue postulado como el candidato del PRI a la Presidencia de la República bajo la venia de Carlos Salinas de Gortari, entonces Presidente de México. En ese momento el país se encontraba en una aparente calma enfatizada por cierta confianza hacia la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Bajo este contexto, el equipo de campaña de Colosio preveía un clima político y social favorable para encaminarse con éxito hacia las elecciones presidenciales del año siguiente, pero el 1 de enero de 1994 el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en el estado de Chiapas cimbró la estructura interna del país y del partido político que, desde hacía muchas décadas, venía estableciendo un poder hegemónico que pocos se atrevían a cuestionar de forma tan categórica como aquellos guerrilleros indígenas. La incertidumbre en la que se encontraba Colosio y su equipo de campaña ante los inesperados hechos que sucedían en el país hizo que la estrategia, que aún estaba siendo pulida, fuera revalorizada mientras Carlos Salinas le pedía posponer el inicio de campaña.
A los pocos días Salinas nombró a Manuel Camacho, quien había perdido la designación como candidato presidencial ante Colosio, como comisionado para la paz en Chiapas, lo que fue interpretado por muchos como un apoyo hacia las aspiraciones presidenciales de Camacho y el inicio de un rompimiento entre Colosio y Salinas. Ante este hecho, la respuesta de Colosio fue dar inicio a su campaña ese mismo día, omitiendo abiertamente la petición presidencial de esperar.
Las semanas siguientes estuvieron marcadas por la tensión y la incertidumbre, Camacho volvía a tener presencia mediática con su nueva labor de comisionado para la paz en Chiapas, y los rumores que afirmaban que en breve Colosio renunciaría a la candidatura para dejarle el paso libre a Camacho cobraban cada vez más fuerza, al punto que Carlos Salinas se vio en la necesidad de aclarar que no era así, que el único candidato era Colosio. Pese a esto, lo único claro era que entre Luis Donaldo Colosio y Carlos Salinas de Gortari existía un distanciamiento que se evidenciaba por el poco contacto que habían tenido en los últimos meses.
Con todas esas dudas flotando en el aire llegó el 6 de marzo, fecha que, para muchos, fue la culminación del rompimiento entre Colosio y Salinas y que marcaría la génesis de su muerte.
Con motivo del 65 aniversario del PRI, Colosio dio un emotivo discurso frente al Monumento a la Revolución Mexicana en la Ciudad de México. En dicho discurso, Colosio advierte los signos del debilitamiento social de México, propiciado, principalmente, por el distanciamiento y prepotencia de las cúpulas en el poder y enfatizó la responsabilidad de los gobernantes causantes de las grandes diferencias sociales que lastiman al país: Yo veo un México con hambre y con sed de justicia. Un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales.
Veo a ciudadanos angustiados por la falta de seguridad, ciudadanos que merecen mejores servicios y gobiernos que les cumplan. Ciudadanos que aún no tienen fincada en el futuro la derrota; son ciudadanos que tienen esperanza y que están dispuestos a sumar su esfuerzo para alcanzar el progreso.
También sugiere dar mayores facultades al Congreso de la Unión para limitar el poder presidencial: Sabemos que el origen de muchos de nuestros males se encuentra en una excesiva concentración del poder. Concentración del poder que da lugar a decisiones equivocadas; al monopolio de iniciativas; a los abusos, a los excesos. Reformar el poder significa un presidencialismo sujeto estrictamente a los límites constitucionales de su origen republicano y democrático.
¡Es la hora de cerrarle el paso al influyentismo, a la corrupción y a la impunidad!
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Tras la pronunciación de aquel discurso, Colosio comenzó a repuntar y la separación con Salinas parecía más que evidente, y así, en ese contexto de realidades ambiguas y mensajes de doble lectura, llegó el 23 de marzo de 1994. En la mañana de ese mismo día, según el libro Tragicomedia mexicana (tomo 3) de José Agustín, Colosio recibió una llamada de José María Córdoba en la que le pedía, nuevamente, que renunciara a la candidatura. Al negarse Colosio, Córdoba, antes de colgar, le dijo “aténgase a las consecuencias”.
Colosio entonces tomó un vuelo rumbo a Tijuana, Baja California, donde tenía previsto realizar distintos actos proselitistas en dicha entidad. La primera parada dentro del itinerario correspondía a la localidad conocida como Lomas Taurinas, una zona marginal donde daría un discurso sobre una tarima improvisada. Al dar las 17:00, hora del Pacífico, Colosio ya había concluido su discurso y se disponía a marcharse para cumplir su siguiente compromiso. El terreno era difícil y la inmensa cantidad de gente que buscaba acercarse a Colosio para saludarlo o hacerle peticiones dificultaba su paso, la seguridad era deficiente, la mala logística había permitido que su equipo de seguridad se viera rebasado por los asistentes. Con la incapacidad de cubrir eficientemente al candidato priista, un hombre joven con bigote, pantalón de mezclilla y chamarra negra logró colocarse a espaldas de Colosio y, con un revólver Taurus calibre 38, le disparó en la cabeza para inmediatamente infringirle un nuevo disparo en el abdomen. La guardia personal de Colosio lo llevó hacia una camioneta para conducirlo a un hospital mientras el caos reinaba en Lomas Taurinas. Detuvieron y golpearon al hombre de la gorra, Mario Aburto Martínez, y también a Vicente Mayoral Valenzuela, Jorge Antonio Sánchez Ortega y a Tranquilino Sánchez Venegas; a excepción de Aburto, algunos de ellos eran policías y otros expolicías, todos involucrados en el atentado.
Mientras tanto, Colosio era llevado al Hospital General de Tijuana, lugar en que, pese a los esfuerzos médicos, sufrió un paro cardiocirculatorio y fue declarado muerto a las 19:45.
Las investigaciones posteriores fueron contradictorias, lo que sólo sirvió para avivar las dudas y las especulaciones. En un primer momento se habló de un atentado concertado y de distintos implicados, más tarde se afirmó que había sido obra de un asesino solitario: Mario Aburto. Los familiares de Colosio nunca estuvieron satisfechos con esta declaración.
Varios investigadores afirman que no hubo un solo Aburto, sino tres, y que el que asesinó a Colosio murió ese mismo día. Las diferencias entre los “distintos aburtos” presentados en diversas ocasiones por las autoridades se hacian evidentes en rasgos físicos como la complexión del cuerpo y el tipo de cabello. Con el paso del tiempo, varios testigos fueron asesinados o murieron en condiciones bastante sospechosas. En este clima de sospechas e incertidumbre, Ernesto Zedillo Ponce de León fue electo candidato para contender por la Presidencia de la República.
Desde el momento en que murió Colosio, aún estando Salinas de Gortari en la presidencia y después durante el sexenio de Zedillo, se abrieron distintas investigaciones que, lejos de dar una respuesta satisfactoria, sólo pusieron de relieve la incompetencia y falta de profesionalismo con que se llevaron a cabo las primeras investigaciones, omitiendo procedimientos que sólo entorpecieron las posteriores indagaciones. Con más preguntas que respuestas, el caso fue cerrado en el año 2000, poco antes de iniciar el sexenio de Vicente Fox, y Aburto fue condenado a 45 años de prisión. Para muchos, todo fue un atentado por parte del gobierno, del mismo partido al que pertenecía pero que comenzó a ver en él un peligro para sus intereses y para los intereses de las cúpulas a las cuales servía.
Varios años han pasado desde aquel 23 de marzo de 1994, pero sobre la memoria de muchos mexicanos sigue pesando el recuerdo de Luis Donaldo Colosio, el recuerdo de aquella promesa silenciada por una bala, el recuerdo de lo que sucedió y que acabó con lo que pudo ser.