La Revolución Francesa es uno de los procesos históricos y sociales más importantes de la humanidad. Fue este acontecimiento el que marcó un antes y un después en la forma de organizar y repartir los bienes; y una de las líneas divisorias más claras que hay entre un modo de producción feudal y uno capitalista. La Revolución Francesa tuvo principios fundamentales que la impulsaban, y estos eran la libertad, la fraternidad y la igualdad entre todas las personas. Por supuesto, lo anterior no se puede comprender sin tener en consideración los antecedentes históricos; pues hoy en día esta máxima de la revolución parecería, al menos en la teoría, la normalidad de la sociedad.
El sistema feudal fue un modo de producción que imperó en Europa durante siglos. En él, la clase dominante era la nobleza, mientras que aquellos que no ostentaran un título real estaban destinados a vivir en las jerarquías inferiores por más capital económico que tuvieran. La institución más poderosa durante ese tiempo era el feudo, una enorme porción de tierra administrada por un señor feudal que a su vez debía responder a un monarca. Por ello, toda la riqueza de los reinos descansaba en la tierra y el trabajo de la misma. Esto funcionó así durante siglos enteros; no obstante, para el siglo XVIII se desató una crisis social en Francia que comenzó a poner en entredicho la eficacia del sistema feudal.
Por un lado, el régimen estaba dado a partir de la exclusión por medio de la sangre y títulos de nobleza. Aquellos que no hubieran tenido la fortuna de nacer dentro de una familia que ostentara un apellido real, no podían acceder a puestos políticos altos; por lo que gran parte de la población debía vivir dominada por la punta de la pirámide. Por otro lado, durante toda la etapa feudal se había cocinado una clase de pequeños y medianos comerciantes que se habían hecho de un capital monetario considerable. Estos mercaderes constituirían posteriormente la clase burguesa. Los mercaderes tenían negado desde el argumento de la sangre cualquier aspiración política, y sus derechos se veían limitados por la nobleza. Pero al comenzar a acrecentar su poder económico y numérico, esta clase veía en la sociedad imperante una olla de presión que los detenía. Estos factores finalmente hicieron que la Revolución Francesa estallara, comandada por una clase burguesa e ilustrada bajo los ideales anteriormente mencionados.
Igualdad, fraternidad, libertad y democracia, estos conceptos formaron la razón de ser de esta lucha armada entre clases, que culminó con el ascenso al poder de la burguesía. Por supuesto, este movimiento se debió justificar no sólo desde las armas, sino desde otras áreas como la Filosofía. Fue en este momento que algunos de los más grandes pensadores hicieron su aparición, como Thomas Hobbes, Rousseau o John Locke —en cuyo discurso se habla de la voluntad general del pueblo, de las limitaciones de un gobernante y de la propiedad privada. En algunos tratados filosóficos se establece que el ser humano necesita ceder parte de su libertad individual a un ente superior, que es el Estado; pues de permanecer con la libertad individual sin un mediador, el salvajismo y la ley del más fuerte estaría vigente en la sociedad.
Según estos pensadores, el Estado es necesario para mantener el orden y que nuestra protección y seguridad esté garantizada. A pesar de las diversas nacionalidades y temporalidades de estos filósofos, sus planteamientos fueron de una importancia fundamental antes, durante y después de la revolución; pues mediante razonamientos y discursos característicos de la época, justificaron el proceder de la nueva sociedad y posicionaron al ser humano como centro receptor de derechos supuestamente universales.
Pero es aquí donde nos enfrentamos a una serie de supuestos y contradicciones fundacionales del nuevo sistema, pues a pesar de que en palabras incluso existe una carta de los “derechos universales del hombre”, la realidad es que “hombre” era un concepto reservado para el varón, blanco, poseedor de propiedad privada y letrado. Esta serie de condicionantes hacían que no todos pudieran aspirar a los mismos derechos, pues no todos eran considerados “hombres”; lo que nos invita a pensar que el nuevo sistema capitalista cae en una relación de dominación entre una clase de “hombres” y otra de no tan “hombres”. El sistema tiene como principio una vez más la exclusión por género, raza y estatus socioeconómico.
La Revolución Francesa fue entonces un movimiento de burgueses en búsqueda del ascenso al poder político; tenían como primera pretensión su propio interés y no el de la sociedad. Aunque tomaron como estandarte de lucha ideales que no serían aplicados por igual para todos. Las relaciones de dominación cambiaron en la forma, más no en su esencia; pues aunque ya no se era un siervo ante la monarquía, sí se era un obrero que debía responder ante alguien en una posición superior. El juego de poder se dio puramente entre la clase noble y la clase media; la clase baja, por otro lado, no fue más que carne de cañón usada como fuerza masiva que consumó la revolución. No se puede entender el ascenso de una clase al poder sin estudiar a la clase que descendió y la clase sobre la cual la estructura descansa.
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