El ring era su guarida, el espacio que ellos habían elegido para liberarse de sus demonios, para hacer lo que más los llenaba en todo el mundo. Ahora, esos 19 boxeadores nicaragüenses están atrapados en España, explotados y encerrados. Ahora, ellos son los esclavos que luchan de forma obligada, con manos de palmas fracturadas.
De acuerdo a un reportaje de Irene Hernández Velasco publicado en la BBC, los centroamericanos llegaron en calidad de inmigrantes a la nación europea y eso facilitó que se aprovecharan de su falta de residencia y que los pudieran tener “retenidos, golpeados, humillados, amenazados, encerrados en una pocilga, sometidos a vigilancia permanente”.
Desde que llegaron a sus nuevas residencias empezaron a dejar de pelear por gusto, por afición, por amor, y en vez de eso se convirtieron en negocio “vivo”, en hombres-producto con los que otros obtienen dinero por cada golpe que aciertan y cada knock out que logran.
Hernández cuenta que los 19 hombres llegaron con la esperanza de victoria, de una “aventura magnífica”, de una “gran oportunidad profesional”. Pero cayeron en las manos equivocadas, una banda organizada que los contactó mediante cartas a nombre de una empresa de promoción de boxeo para que fueran parte de un “único combate”.
Una de las piezas clave del éxito de los engaños presentados “legalmente” es un exboxeador nicaragüense que recluía a los luchadores para sembrarles la falsa idea de un futuro de éxito como deportistas profesionales que además, saldrían de su país para llegar hasta tierras europeas lejanas. Los que aceptaron y viajaron hasta España sí participaron en el embate único prometido, pero después fueron obligados a participar en más y más luchas.
Como sólo habían pedido permiso legal para permanecer ahí un número determinado de días (tras la pelea, supuestamente, regresarían a casa), fueron adquiriendo un estatus de inmigrantes ilegales, lo que les permitió a sus captores iniciar un negocio con sus habilidades sobre el cuadrilátero: debían enfundarse sus guantes para arremeter contra otros boxeadores tanto en España como en otras naciones europeas.
A partir de ese momento perdieron toda identidad y todo derecho. Los hacinaron en una vivienda sucia y si ellos se atrevían a protestar, los falsos representantes amenazaban con tomar represalias también contra sus familias que esperaban su regreso en Nicaragua. El alimento también era escaso, cuando debería ser imperativo para todo el desgaste físico que implicaban los encuentros que sostenían.
Finalmente, la policía de Tarrasa, localidad catalana, inició una investigación por los movimientos irregulares que fueron detectando y por los reportes de un “grupo” de centroamericanos que podían estar siendo vulnerados en ese momento. Las luchas sí eran legales, pero los combatientes eran inscritos con documentación falsa.
Finalmente, la banda, conformada por siete personas, que los sometía a una vigilancia ardua y a un control absoluto fue detenida el pasado 10 de mayo y los 19 cautivos fueron liberados. No obstante, las autoridades sospechan que podría haber más redes de ese tipo en todo el territorio, que explotan a los luchadores y lucran con sus habilidades sobre la lona.
Algunos de ellos, dice la BBC, ya regresaron a su país de origen mientras que otros quieren seguir intentando y buscar suerte de forma legal y sin permanecer como los esclavos del box.
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