Para los que no estamos muy enterados de las cosas de las monarquías porque #Latinoamérica, en Europa aún siguen existiendo más de un par, aunque nuestras más conocidas son la monarquía española (con El rey Felipe VI y la reina Letizia Ortiz) y la inglesa —corona británica— que nació en el año 878 con Alfredo el Grande.
Pero la manera en que funciona la monarquía inglesa hoy es un caso más complejo que sólo príncipe, princesa, cuento de hadas o asuntos de “sangre azul”. Por ejemplo, la monarquía de Reino Unido es reinado, no gobierno pues es una monarquía constitucional, es decir que el gobierno lo ejerce el Parlamento de Reino Unido.
Y sí, para efectos políticos, sociales, económicos y todo lo que implica gobernar un país, hay un sistema democrático, pero si algo es cierto es que la famosa figura de la reina Isabel II es emblemática en términos de orgullo y unidad nacional. No en vano ha sostenido el título por 66 años, más que cualquier otro monarca en reinado.
Pero ahora no es momento del conteo familiar, ni de hablar de Lady Di ni del príncipe Carlos de Gales, sino del hijo menor de estos, Harry —Enrique pa’ los cuates de habla española— quien este sábado se casó en la Capilla de San Jorge en Windsor con Meghan Markle en algo bautizado como la boda del año o #bodareal.
¿Pero qué tiene de particular este “enlace”? ¿Qué nos importa?
Importa por dos razones: 1. el protocolo en el que se mueve el mundo occidental y 2. la cultura pop nunca debe despreciarse a la primera, menos si la boda como tal contiene rasgos de cambio en una sociedad tan conservadora —atestada de adultos mayores— y signos de cambios que tienen que ver con la posición social, racial y de representación femenina —no se me ofendan los de izquierda, pero sí, la representación femenina a gran escala sigue estando marcada por la Hola y la Vanidades—.
Fans de la pareja afuera en Windsor. (Foto: elhorizonte.mx)
¿Cuáles son los temas alrededor de la boda?
A diferencia de cualquier otra boda real en Inglaterra, incluso la de su hermano el príncipe William que se casó con Kate Middleton, la boda de Harry se convirtió en una sucesión de rupturas tradicionales.
Para empezar, Meghan Markle es estadounidense, actriz, divorciada y católica. No europea, con algún título nobiliario y anglicana —o protestante, por lo menos—. Es decir, para este “acceso a la realeza” no hubo más imposición que el amor y renuncias sociales “voluntarias” por parte de Meghan, como a su carrera de actriz, sus redes sociales y su religión.
Pero esos protocolos sociales suenan a niñerías cuando se confrontan con EL TEMA de lo racial, pues el hecho de que Meghan sea estadounidense y negra desató todo un debate cargado de símbolos importantes para el futuro de los ingleses. Como escribió Afua Hirsch «De ahora en adelante, será imposible defender que ser negro es incompatible con ser un verdadero británico». Aquí cabe un dato curioso: incluso Meghan tendrá que hacer su examen para acceder a la ciudadanía inglesa.
Porque aunque parezca irreal, en pleno 2018, la raza es tema de conversación para considerar a alguien como persona valiosa. ¡Increíble pero cierto! Contrario a lo que muchos podrían pensar, a lo largo de su historia, Reino Unido ha hecho un trabajo importante por reconocer la diversidad racial dentro de sus fronteras pero, incluso ellos, han fallado en la fragilidad del sentido de pigmentación y pertenencia de muchos de sus ciudadanos. Así que no es de extrañar que lo que muchos ingleses desean es seguir siendo representados por una familia real caucásica e inmaculada.
Si esto no es un tema de representación real, entonces ya no sé. (Foto: noticiasbaricole.ar)
Con el tema racial y los reflectores a tope en las cualidades raciales y sociales de Meghan, un placebo tranquilizador y alarmante ha quedado en los titulares de las revistas sobre la boda real, y eso es que la nación puede estar tranquila pues esta pareja “imperfecta” no está en la línea directa de la sucesión al trono. Es decir, tendrían que pasar muchas cosas y morir mucha gente para que Harry pudiera aspirar a ser el rey de la nación.
Ya para terminar, las minucias de la boda son interminables, como cualquier hecho histórico paradigmático y rompedor de esquemas. Y aquí las aristas son ricas hasta para la más superficial de las lecturas: las marcas de los vestidos, la lista de invitados, que tuvo más estrellas de Hollywood que jefes de estado, y otras tantas que no alcanza el espacio y paciencia, querido lector.
Y todo se vale en esta viña de píxeles. Incluso esta nota no es la excepción, pero algo sí debe quedar muy claro: la boda real y su cobertura no es menor ni local, no es exclusiva de intereses arcaicos de siglos pasados, es ciencia social y tejes manejes mediáticos y políticos que mueven intereses, conciencias, industrias completas y actos ciudadanos.
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