El diablo no necesita entrometerse con los humanos porque tiene a su propio cobrador, de acuerdo con una historia que se ha contado de boca en boca en muchas zonas de nuestro país desde hace varios años: la leyenda del Charro Negro. ¿Aún no la conoces? Aquí te la contamos.
El origen de la leyenda del Charro Negro
De acuerdo con algunos relatos que se cuentan en diversos pueblos de nuestro país, la leyenda del Charro Negro encuentra su origen en un hombre proveniente de una familia humilde quien siempre buscó destacar de entre toda la gente de su pueblo.
No se sabe exactamente de dónde era, ya que su procedencia cambia respecto a la región donde se escuche su historia, pero todos concuerdan que este chico siempre fue muy avaro, y buscaba tener lo mejor, por lo que muchas veces ni siquiera comía para poder comprarse ropa fina y presumirla entre sus vecinos.
Este hombre siempre se mostraba harto de soportar su propia pobreza y la de los suyos, ya que decía que no importaba cuánto se esforzaba: nunca le terminaba de rendir el dinero, y casi todo los días tenía que lucir unas manos llenas de mugre y suciedad por su trabajo en el campo.

Al morir sus padres, este joven charro se adentró poco a poco en la miseria, lo que lo hizo tomar una decisión: invocar al diablo para poder hacer un trueque que lo llevara a la riqueza a cambio de su alma.
Un pacto con el diablo
Sin saber cómo, al tiempo logró invocar al mismo Lucifer, quien accedió al intercambio tras ver la enorme impureza de su alma, por lo cual este joven se transformó en la figura del Charro Negro: un tipo atractivo, altivo y valiente que gozaba de mucho dinero y belleza.
Sin embargo, los años pasaron, y la juventud se le fue de las manos a este hombre, al igual que las ganas de seguir gastando su dinero en apuestas, comida, lujos y mujeres. Se sentía solo, y no encontraba manera de remediarlo porque creía que la gente sólo lo buscaba por su dinero.
Con el paso del tiempo, su mente también perdió lucidez, por lo que se olvidó del pacto que había hecho con el demonio, quien lo asustó al grado de casi matarlo cuando se le apareció para recordarle que el cobro de su deuda estaba muy cerca.

De pronto, el hombre se acordó de todo lo que había sucedido, y el miedo lo llevó a ocultarse porque no quería que el diablo se lo llevara; además, con el dinero que aún le quedaba, mandó a forjar varias cruces en toda su casa y a levantar una capilla pequeña para poder orar todos los días por su alma.
No obstante, la preocupación ya no le dejaba dormir ni comer, lo que lo llevó a tomar una decisión: agarró a su mejor caballo y una bolsa llena de oro y partió hacia un viaje sin avisarle a nadie, para que cuando el diablo llegara, encontrara una casa vacía.
Pero justo cuando el Charro estaba terminando sus preparativos para la huída, el demonio se le apareció de pronto para evitar sus planes y obligarlo a cumplir con su promesa.
La carne del hombre empezó a desaparecer tras haberse secado de pronto, como si muchos años le hubieran pasado encima en cuestión de segundos, y cuando quedó hasta los huesos, el diablo le dijo que le permitiría conservar su caballo en las próximas tareas que tenía planeadas para él.

La maldición del Charro Negro
Lucifer le dijo al hombre que a partir de ese momento se convertiría en su recaudador de deudas, buscando para él a aquellas almas que hayan hecho un pacto con su persona para capturarlas y llevarlas hasta el infierno.
Sin embargo, le prometió una cosa: si algún día encontraba un alma tan avara y despreciable como él que tomara la bolsa de monedas de oro que él llevaba encima, conseguiría su libertad y haría que la nueva persona tomara su lugar.
Así, el Charro Negro deambula de pueblo en pueblo, puesto que odia acercarse a las urbes, cumpliendo con la tarea que el demonio le encomendó y buscando a algún viajero incauto y avaricioso que pueda quitarle el puesto.
Por ello, mucha gente de varios poblados cierra con llave las puertas de sus hogares cuando cae la noche, y protege muy bien a sus animales para que, cuando el Charro Negro llegue, no intente llevarse sus almas ni intercambiar su destino.