Porque su esposo, el pintor surrealista Max Ernst, fue detenido por los nazis y enviado a un campo de concentración con el argumento de que hacía arte subversivo. Leonora Carrington huyó a España y ahí fue enviada a un hospital psiquiátrico, el Hospital Psiquiátrico de Santander, tras sufrir un colapso nervioso a causa de la detención de Ernst. «Me arrancaron brutalmente las ropas, me ataron con correas, desnuda, a la cama… Yací varios días y noches sobre mis propios excrementos, orina y sudor, torturada por los mosquitos, cuyas picaduras me pusieron un cuerpo horrible», recuerda. Ahí fue tratada con terapias de shock.
Porque sabía de la crueldad de la especie humana y los actos vergonzosos que los hombres cometen: «El ser humano es un ser terrible que asesina y me da mucha tristeza pensar que yo soy de esta especie», le dijo en una entrevista a Homero Aridjis. Sabía que sus animales favoritos, los caballos, eran una especie mucho más noble, majestuosa y hermosa que la humanidad que la rodeaba. Vivir de cerca el infierno nazi, la llevó a iniciar una justa campaña de denuncia contra Hitler. También detestaba la tauromaquia, el supuesto “arte” de matar toros a manos de un bailarín vestido de lentejuelas.
También fue gloriosa la relación de Leonora con los reporteros: le molestaban su necedad y las preguntas estúpidas que le hacían. «Dar explicaciones de la pintura es un poco gratuito; se intelectualiza algo que realmente no es del mundo del intelecto», decía.
Porque el mundo acaudalado en el que vivió durante su niñez, rodeado de nanas y tutores, la asfixió, haciéndola rebelarse ante ello y refugiarse en el arte para sobrevivir. Estudió en diversas escuelas religiosas de las cuales fue expulsada por su carácter crítico y creativo. Esto la llevó a odiar a las monjas. Su padre le prohibió su relación con Max Ernst, 26 años mayor que ella; por ello, Carrington prefirió huir con él a París antes que someterse a los designios de su progenitor.
Porque sus pinturas creaban una dimensión mucho más bella y mágica que el mundo sucio y falto de moral en el que vivía. Ella siempre se vio a sí misma como un personaje fantástico, quería ser cualquier otro animal menos un ser humano. Un animal que pasó su vida huyendo, como la verdadera rebelde que era, de un mundo que la aplastaba y la hacía sentirse atrapada. Huyó de su familia, huyó de los nazis, huyó del hospital psiquiátrico en el que la recluyeron. Huyó del mundo pintando.
Sin embargo, diversos hechos de su vida y obra dan fe de que Leonora también amó el mundo:
– Su hermosa amistad con otra de las mentes brillantes del surrealismo, Remedios Varo, fue una de las experiencias más enriquecedoras e importantes que la pintora inglesa-mexicana vivió. Asimismo, tuvo una sólida unión con la escritora Elena Poniatowska, quien en 2011 publicó una novela inspirada en la vida de la pintora: “Leonora”.
– La tranquilidad que encontró en su casa de la colonia Roma, de la cual difícilmente salía por estar dedicada a su mundo artístico particular, le permitió una vida pacífica.
– Temas tan fascinantes como la alquimia, la magia, la hechicería y lo sobrenatural poblaron su fecunda mente y su obra escultórica, literaria y pictórica, permitiéndole darle al mundo un obsequio de inmortal belleza.
– Porque nadie que odie la vida podría expresarse así ante la posibilidad de la muerte: «No me gustaría morir de ninguna manera, pero si llego a hacerlo algún día, que sea a los 500 años de edad y por evaporación lenta».
Como ya lo has descubierto, Remedios Varo fue una de las amistades más íntimas de Carrington, y al igual que ésta, también fue una notable artista surrealista, esto nos lleva a preguntarnos: ¿cómo diferenciar a una de otra? Para que sigas indagando en la misteriosa vida de la última de las surrealistas, lee “Los amores de Leonora Carrington, pasiones que liberaron a la novia del viento”.
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Fuentes
Sexenio
The Cult
Excélsior