«No gustamos a nadie, pero no nos importa».
Con esta declaración de principios se presenta el grupo hooligan que apoya al Millwall FC, el más radical, peligroso y violento de Inglaterra. La justicia británica, se ha enfrentado a él en numerosas ocasiones, especialmente en partidos calificados de “alto riesgo”. El Millwall FC es un modesto club radicado en el sureste de Londres, fundado en 1885, que juega desde hace varios años en la tercera división. Sus logros son escasos y su historia no es brillante.
Para desgracia suya, lo más reconocido no son los nombres de sus futbolistas o la cantidad de trofeos en sus vitrinas, sino la barbarie de sus más fervientes seguidores; aquellos que viajan en tren desde su barrio de origen a distintos puntos de Inglaterra para enfrentarse a la policía y los seguidores del club contrario. De paso, también apoyan al Millwall… un club que parece condenado al fracaso continuo. Pero sus fanáticos no pierden la esperanza de ver a su equipo escalar posiciones. Si no es por medios deportivos entonces lo hará por la vía de la sangre y la violencia; así es el modus operandi de los hooligans, uno de los terrores de Inglaterra.
¿Qué son los hooligans?
Edward Hooligan era un tipo desempleado y con severos problemas de alcoholismo que vivía en el peligroso South-East de Londres. Era miembro de pandillas y solía causar líos con la justicia en las zonas marginales de la capital inglesa. Para 1890, el diario The Times acuñó un término inspirado por el personaje en cuestión para referirse a cualquier acto de vandalismo y desorden en la vía pública: hooliganism.
Con el correr de los años y las décadas, diversos trabajadores y obreros aficionados al futbol y otros vicios, comenzaron a organizar grupos que asistían a los estadios con el propósito de evadir su realidad y protestar en contra de los grupos capitalistas que provocaban la marginalidad de varios sectores de la población inglesa. Se organizaron en “firmas” y pronto casi cada ciudad y equipo de Inglaterra tenía a una que se desplazaba cada fin de semana a la localidad donde su equipo jugara como visitante. Las protestas sociales dieron paso a los enfrentamientos en contra de otras firmas que dejaban un rastro de detenidos, muertes y conflictos que alimentaban un odio que duraría varios años. A estos sujetos se les puso el apodo de hooligans.
Aparte del grupo de hooligans del Millwall FC, conocido como Bushwackers, otras firmas bien conocidas son la Inter City Firm del West Ham United, The Gooners del Arsenal FC, The Muckers del Blackpool, Headhunters del Chelsea, Runcorn Riot Squad del Liverpool, The Red Army del Manchester United o la Forest Executive Crew del Nottingham Forest.
El hooliganismo vio su nacimiento en la década de 1960 (en especial durante el mundial de Inglaterra 66), prosperó durante los 70 y vivió una explosión en los 80 cuando los medios calificaron a este movimiento como “la enfermedad inglesa”. Mundiales, Eurocopas, Ligas de Campeones y torneos de la UEFA encendían sus alarmas cuando los equipos ingleses participaban, ya que era más que seguro que los actos vandálicos ocurrirían en presencia de los hooligans, no importaba si era dentro de Inglaterra o en territorios como España, Holanda, Alemania, Italia, Francia, Escocia, Portugal o Dinamarca.
El episodio más trágico provocado por hooligans durante la década de 1980 se vivió el 29 de mayo de 1985 en el Estadio de Heysel, Bruselas, durante la final de la Copa de clubes de Europa entre el Liverpool inglés y la Juventus de Italia. Una hora antes del inicio del partido, los hooligans comenzaron a agredir y acorralar a los aficionados italianos hacia un sector del estadio, provocando el desplome de un muro y la muerte inmediata de 39 personas debido a los aplastamientos y la asfixia. Además 600 fanáticos resultaron heridas.
La policía se vio rebasada en su propósito de controlar las acciones y los intentos de ayuda hacia las víctimas fueron lentos. El episodio fue nombrado “La Tragedia de Heysel”. Así lo describía un cronista deportivo que presenciaba los hechos: «La muerte ha arrojado su sombra sobre el estadio. Ha habido muerte y horror. Violencia. Y simplemente terror».
Ésta fue una de tantas llamadas de atención sobre un problema que comenzaba a crear un peligroso estigma en el futbol inglés. Para erradicar el virus de los hooligans que provocaban destrucción dentro y fuera de los estadios, la justicia británica comenzó a elevar los precios de las entradas de los partidos e implementó una medida hasta entonces nunca tomada en cuenta: el uso de cámaras y circuito cerrado en las gradas para captar a los agresores y violentos.
También funcionó la estrategia de infiltrar a algunos agentes dentro de firmas para investigar, localizar a sus líderes y condenarlos a prisión. Así se lograron hasta 35 cadenas perpetuas de hooligans ingleses que tenían antecedentes penales como disturbios en vía pública, robo, violencia o posesión ilegal de drogas y armas.
Inglaterra fue la incubadora de los hooligans, sin embargo, no fue la única nación que se las vio con hombres de violencia desmedida que enfrentaban a firmas rivales, la policía y quien se atreviera a ponerse enfrente de ellos. Rusia, Turquía, Alemania, Bosnia o Francia también fueron países que han visto proliferar grupos de firmas que acosan, intimidan y provocan a instituciones públicas o aficionados al futbol. Éstos no se hacen llamar hooligans sino “ultras”, sin embargo son tan peligrosos y violentos como los primeros.
Así describe un hooligan inglés, Doggie Brimson, quien a principios de los 70 era un joven hincha del Watford, la sensación de estar en medio de disturbios o refriegas: «Era la forma como se vivía el fútbol. Ibas al bar, te tomabas un trago, ibas al juego, tal vez tenías un enfrentamiento verbal o físico con otro club con el que te topabas en el camino. Era lo normal». Esta normalización de la violencia en la cabeza de algunos aficionados es lo que ha manchado de sangre ciertos episodios del futbol mundial como el de Heysel.
En la actualidad, el fenómeno hooligan sobrevive, aunque en menor medida. Las firmas existen, pero la policía ha encontrado métodos para aislarlos, controlarlos y disolver las batallas campales con mayor facilidad que antes. Aun así se han suscitado lamentables acontecimientos en los últimos años, como aquel ocurrido el 11 de junio de 2016 en la Eurocopa de Francia, cuando en las calles de Marsella hooligans ingleses y ultras rusos protagonizaron una batalla campal que terminó con muertos, heridos y comercios destrozados. ¿El motivo? El partido que enfrentó a las selecciones de Inglaterra y Rusia.
Pero algo más se jugaba: la reputación de los ultras, los cuales en la actualidad son considerados muchos más peligrosos que los hooligans. «Estos tipos eran los reyes en los años 1990, antes de que la policía pasase a la acción», subraya Andrey, un ultra que voló a Francia con el único objetivo de participar en esta pelea. «En Marsella, tuvieron primero una actitud muy provocadora, pero después se volvieron muy dóciles».
Ya sean hooligans o ultras, el epicentro de este fenómeno que desquicia a las autoridades es el propósito que hay detrás de ello: la mayoría de los aficionados sólo buscan el placer de la violencia, vivir con el enemigo, volverse “hombres” mientras muelen el rostro de un rival, instintos que —ganen o pierdan— les sigue dando una excusa para sumergirse en la barbarie.
Un oscura estela de violencia también se describe en los siguientes textos:
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Fotografías de una generación perdida por la violencia y horror que nos dejaron los 90