Elegante, refinada, de buenas costumbres; pero con un lado oscuro y decadente que se niega a aceptar, así es la sociedad francesa. Desde hace siglos, Francia ha sido considerada una de los grandes epicentros culturales de Europa y un motín perfecto para muchos otros pueblos antiguos. Para el año 845 de nuestra era, el mítico rey vikingo Ragnar Lodbrock recibió un tributo de 7 mil libras en plata para abandonar París, ciudad a la que había llegado por medio del Río Sena. Siglos más tarde en 1940, los nazis tomaron posesión de Francia en su intento por controlar el mundo; todo esto deviene de su evidente belleza ante los ojos de cualquiera que se acerque a ella. Una vez dentro, un viajero no puede terminar de maravillarse con todo lo que conoce en sus calles, museos, librerías o tiendas de antigüedades, mismas a las que a veces la causalidad arroja piezas invaluables.
Desde un viejo candelabro hasta una pieza importante de la historia de esta enorme nación puede esconderse fácilmente en los empolvados anaqueles de estas tiendas. Si no, no nos explicamos cómo es que documentos como los manuscritos del Manifiesto Surrealista de André Breton y el inmenso rollo de 12 metros de largo que contiene el texto original de Los 120 días de Sodoma o la escuela del libertinaje, llegaron a manos de quienes los vendieron al empresario y bibliófilo Gérard Lhéritier, quien en 2015 se declaró en bancarrota.
El libro del polémico Marqués de Sade ha sido objeto de censura por sus narraciones explícitas y pervertidas, de hecho, todavía son muchos los literatos franceses que, siguiendo esa tendencia de negar su lado oscuro, se resisten a creer que un libro como este pueda formar parte importante en la tradición literaria de dicho país. Se declaran abiertamente detractores de la mayoría de libros que conforman la obra del Marqués, por considerarla literatura de baja calidad y sólo encaminada a cubrir las fantasías de un grupo de maniáticos sexuales que no aportan nada a la sociedad. Sin embargo, esa postura puede estar a punto de cambiar.
Como un intento de salir de la crisis económica en la que se ha visto envuelto desde hace dos años, Lhéritier trató de poner en venta su colección de manuscritos entre los que venía el sádico rollo, que en 2014 compró por 7 millones de dólares. Dicha reliquia había estado dando vueltas por toda Europa, desde que fue escrito en 1785 en una celda de la Bastilla a escondidas de los guardias que pretendían vigilar a su creador. Para impedir que la subasta fuese realizada y perder de nuevo dicho texto, el gobierno francés, aún a expensas de sus intelectuales más castos, decidió declarar el manuscrito de Los 120 días de Sodoma… como un tesoro nacional junto con los otros manuscritos de la colección.
«Es un texto mítico desde los años veinte, cuando los surrealistas empezaron a reivindicar a Sade. Es un objeto de máxima transgresión y, como tal, una especie de tótem. Pero también es un objeto muy frágil, con las hojas pegadas y una escritura bastante pequeña. Resulta muy espectacular y, a la vez, no hay mucho que leer a simple vista. Lo fundamental sería digitalizarlo para garantizar que todo el mundo tenga acceso a él».
— Michel Delon, profesor emérito de Literatura Francesa en la Sorbonne
Esta no es la primera vez que se realiza un movimiento como éste, principios de este año, el gobierno francés declaró tesoro nacional un modelo de yeso hecho por Rodin, un cuadro de Fragonard y una escultura de las islas Cícladas para impedir que salieran del país. Otros objetos como el manuscrito de Nadja de André Breton no corrieron la misma suerte. Sin embargo, es un alivio saber que hoy están en manos de la Biblioteca Nacional de Francia.
Al igual que el profesor Michel Delon, muchos otros literatos franceses y especialistas en la obra de Sade aplaudieron el interés de su gobierno en proteger dichos textos, pues no se trata sólo de preservar la obra de uno de los pilares de la tradición literaria en Francia, sino que este movimiento también implica un avance en cuanto a la apertura hacia tópicos que, aún en pleno siglo XXI siguen siendo poco explorados y aceptados no sólo en Francia sino en el mundo entero.