Rogelio fuma boca arriba en su cama, mirando a la nada, su rutina de todas las mañanas; observando el vacío con la mirada desenfocada. En su buró hay una foto enmarcada, de Samuel, Pepe y Laura, sus amigos de la infancia. Se levanta, apaga su cigarro en el cenicero de barro y se mira en el pequeño espejo colgado en la pared de su cuarto. Veinte años, abundante cabello y el cuerpo ejercitado. Se viste de negro, chaqueta de cuero y una gran cruz de plata en el cuello. Se persigna y sale de la habitación decidido. Se sube a su auto rojo, enciende el motor y acelera a fondo.
En un bodegón.
Samuel yace sin camisa y amarrado a una silla, gimiendo de dolor, sufrimiento y temor, el cuerpo ensangrentado, una ceja cortada y un ojo rojo; impedido en el habla por una gruesa cuerda tapando su boca y lastimándole la cara. Rogelio camina a su alrededor apuntándole con una pistola calibre veintidós.
—Te expliqué muy bien el proyecto —reclama Rogelio—. ¿Por qué no me quieres ayudar?
Samuel gime intentando expresarse de algún modo para contestar. Rogelio le quita la cuerda que cubre su boca con rudeza.
—¡Qué te pasa, Rogelio! ¡Eres un maldito loco!
—¿No me vas ayudar?
—¡Ni siquiera comprendes lo que te digo, maldito demente! ¡Tú necesitas estar en un hospital!
—Adiós, Samuel —apuntándole.
—¡No!
Rogelio jala el gatillo pero su arma se atasca, vuelve a cargarla pero su arma continúa trabada; nuevamente intenta pero el arma no cede y sigue atascada. La avienta y abre una maleta negra, saca una enorme escopeta de doble cañón y le apunta a la cabeza.
—¡No, no, no! —suplica Samuel—. ¡Por favor!
Rogelio deja de apuntarle, pone la escopeta en el suelo y Samuel suspira tranquilizándose, pero sólo por un breve momento. Rogelio le cubre la cabeza con una bolsa negra, toma la escopeta y le apunta. Dispara. La cabeza, en el interior de la bolsa, se despedaza como una vieja calabaza.
El auto rojo pasa velozmente.
Rogelio maneja y bebe una caguama que, al terminarla, la avienta por la ventana. En una esquina lo espera Pepe, el auto se estaciona a su lado.
—Súbete.
—¿Qué pasó con Samuel?
—Orita te platico.
—Primero dime.
—¡Súbete o te doy en la madre!
Pepe se intimida, mira a su alrededor y, casi arrepintiéndose, finalmente sube.
—¿Adónde vamos, Rogelio?
No contesta y acelera. Llegan a una zona boscosa, el auto se detiene y Rogelio enciende un cigarro mirando fijamente a Pepe.
—El proyecto consiste en matar a todos los borregos de la sociedad, a todos los que sólo hacen lo que se hace sin cuestionarlo, los que sólo piensan lo que se piensa sin cuestionarlo y los que sólo viven lo que se vive sin cuestionarlo. A todo el mundo si es necesario. ¿Me vas a ayudar?
—¿Dónde está Samuel? —pregunta asustado.
—Olvídalo, él no quiso; pero tú sí ¿verdad?
—¿Quieres matar gente?
Rogelio asiente con su mirada.
—¿Por qué?
—¿Lo vas a hacer o no?
—¡Por supuesto que no!
—Ay, Pepe, Pepe… ¿Sabes lo que te va a pasar?
Un disparo. La ventanilla de Pepe se salpica de sangre y sus sesos en el vidrio estrellado. Rogelio se baja del auto, guarda una pistola calibre 45 y orina al pie de un árbol.
En un bar.
Laura platica con una amiga, una mano toca su hombro y ella se sorprende.
—¡Rogelio! ¿Qué haces aquí? Deberías de estar en el hospital.
—Necesito tu ayuda.
Laura lo acompaña al estacionamiento y Rogelio abre la cajuela del auto: los cadáveres de Samuel y Pepe.
—¿Me vas a ayudar? ¿O también eres como ellos?
Laura aterrada.
El auto rojo circulando.
Rogelio maneja pensativo, en la cajuela los tres cadáveres.
—Mañana comienza el proyecto —se dice a sí mismo.
En el hospital psiquiátrico.
Rogelio despierta gritando, sudando, está rapado y amarrado. El doctor Tovar sentado a su lado.
—¿Una pesadilla, Rogelio?
—No lo sé —contesta luego de una pausa.
—Vengo a darte de alta —se pone de pie—, pasaste todas las pruebas, al parecer no tienes nada. Al menos nada que podamos hacer aquí.
—¿Ya me puedo ir?
—A la hora que tú quieras.
Rogelio incrédulo. Sale del hospital cargando una maleta y, a unos cuantos pasos, se detiene pensativo.
—¿En qué me quedé?
El otro lado de la calle el auto rojo estacionado y, recargados en éste, Laura con Samuel y Pepe. Los tres le sonríen mientras Rogelio los mira fijamente.
—Ah, sí. Ya me acordé.
***
Conocer el miedo y lo sobrenatural en las letras es dar un paseo con grandes genios que exploran lo más profundo y oscuro de sus mentes. Situaciones irremediablemente trastocadas por la locura, manchadas por el miedo que producen los monstruos que de una u otra forma son un reflejo de nosotros. Si disfrutas de los cuentos de terror, esta es una recomendación de los mejores.