Marwan, cantautor y poeta superpop originario de Madrid, ha llegado a invadir a toda Latinoamérica con su poesía y su música. Las redes sociales son sus mejores aliadas para darse a conocer y a ellas agradece el éxito que ha tenido. Hace 21 años empezó con este “pasatiempo” queriendo transmitir poesía íntima y autorreferencial para las personas que buscan amor, profundidad y belleza.
Es un poeta que toca tus sentidos con la sensibilidad de sus palabras, dejándote completamente frágil cuando lees uno de sus poemas o escuchas una de sus canciones. Marwan tuvo una infancia y adolescencia difíciles, llenas de miedos e inseguridades. Le era complicado relacionarse con otras personas y sentía que al socializar con alguien más automáticamente esa persona no lo quería, lo que le provocaba una profunda tristeza, el motivo perfecto para hacer poesía. Marwan considera a la tristeza como punto clave para inspirarse. De ello consiguió aprender y sobre todo crecer, al considerar que para llegar a la felicidad se debe pasar antes por la tristeza.
Leer poesía te ayudará a curar un corazón roto, siempre y cuando leas lo indicado, algo con lo que te sientas identificado, algo que te haga sentir que fue escrito para ti y que describa lo que sientes. Cuando estás pasando por esta situación buscas algo triste para sentirte aún más triste. Los poemas de Marwan, como los de Neruda, te dará en el corazón y dirán por ti todo lo que quieres decir y todo lo que sientes.
“El hombre más triste”
Me siento lluvioso, exiliado, en ninguna parte.
Vacío, como si me hubieran ido quitando la felicidad a cucharadas.
Estoy fuera de mi contorno, saliéndome al futuro sin ver nada,
bajando hasta el pasado a no ver nada, estoy sin mí.
Para encontrarme debería primero saber dónde estoy,
en qué coordenada de mí mismo me he quedado.
Para encontrarme debería aceptar
que hay cosas que no pueden ser ya,
aceptar que la vida también es golpe además de caricia,
quemadura, cerrojo también
y no solo quietud, llave.
Aceptar también que nos equivocamos
y a veces nos toca pagarlo.
Hoy es ese día.
Estoy detenido en la nevada,
no arranca el motor de las ilusiones,
se me han apagado los sueños,
estoy sin pila,
la incertidumbre me está echando a un lado.
Traigo dentro todos los problemas de mi vida,
porque estoy aturdido y nunca he sabido dividir
las tristezas que me vienen
cuando el corazón se pone a llorar a pie de página.
Estoy sin mí y nada puede ser más triste,
ni siquiera este poema,
que como aprecias no trae alegría hasta tus manos.
Nunca va a hacerlo.
Me conformaré con que te hable
y te recuerde algo
o te deje claro que algún día te sentiste igual que yo.
Quizá así te acompañe,
no me veas tan deshecho.
Tengo dentro al hombre más triste,
a un niño encharcado,
al millón de adolescentes
que no saben que el dolor de esos años también se pasa.
Y sé que no va a durar por siempre,
pero esta noche en que Noviembre
muerde el alfeizar de mi ventana
con su dentadura de otoño,
no puedo hacer más que teclear
una a una las letras de mi desgracia
y ser yo mismo Noviembre, la canción original de mi vacío.
“Así, de esa manera”
162 besos, beso arriba, beso abajo
era lo que medía su cuerpo.
La medía para abarcarla de alguna manera,
porque lo que sentía a su lado
era imposible de concretar.
No es que la quisiera mucho,
no es eso, es difícil de explicar.
Yo la quería cien maratones,
la quería nueve océanos,
la quería doce toneladas de veces.
La quería como a las cosas que has perdido,
así, tanto, del todo.
La quería del todo.
En mi idioma y en todos los dialectos
que hablan las espaldas más rizadas del planeta.
La quería en bucle
como las canciones que nunca cansan,
esas que te salvan la vida
cuando no hay otro tablón al que agarrarse.
La quería ocho cordilleras, la quería un Himalaya,
la quería sin reservas, sin hucha,
sin ahorrar nada para luego.
La quería desde la punta del derroche
hasta la letra “n” con que hace su última pirueta
la palabra absolución.
La quería así, cinco patrias,
doce mil palomas de la paz,
seis trillones de delfines.
La quería mil silencios
y en todos los veinte continentes
la quería vestida de beso, de espuma, de estrofa,
vestida de ahora, de luego, de antes,
y cuando llenaba su cantimplora
con dos gotas del mar de Saturno
para emborracharnos de par en par.
Así la quería, así la quise, de tal manera.
Por eso no puedo llegar a explicarme,
ni paro de preguntarme
cómo demonios pudo ocurrir un día,
cómo diablos dejé de hacerlo.
“Yo no quiero que te vayas”
Yo no quiero que te vayas,
pero tampoco quiero retener tu llama
para que nadie conozca tu fuego,
ni mojar tu pólvora
para que no prendas junto a nadie.
No quiero eso, ni tampoco
llevarte de la mano hacia ninguna parte.
Solo te dejaría irte de aquí
para que fueras a buscarte
—si así lo necesitaras—
porque significaría que a mi lado
no obtienes las respuestas que precisas.
Cortar el vuelo hacia uno mismo
a la persona a la que amas
es parecido a escribir su nombre
con el bolígrafo que certifica una condena.
No quiero perderte,
pero no te quedes junto a mí
si la fuerza que te empuja
no te impulsa a donde ya estuvimos,
si tus pies no prefieren caminar
en dirección hacia nosotros.
Si esto no te mueve no lo hagas,
no vengas hacia aquí,
dime adiós y no mires atrás
y déjame que aprenda
que echar de menos no es otra cosa
que el peaje de una felicidad que ya ha partido.
Déjame solo y vacío
sin canciones que maquillen el fracaso.
Me sentiré querido si te vas de esta manera,
si no permites que la compasión te mantenga junto a mí,
si eres capaz de arrancarme las esperanza de una vez
en lugar de rompérmela con pequeños golpes
que hagan llevadera la derrota.
Porque la derrota nunca es llevadera,
es solo un dialecto del fracaso.
Si sientes culpa, no la sueltes con una despedida a medias,
marchándote un poco el martes
y volviendo mañana,
para dejar la foto el jueves.
No me dejes como quien deja irse deshaciendo en su boca
el caramelo del remordimiento,
ni te vayas yendo lentamente,
poniendo al futuro sobre aviso.
No me entregues la soledad por fascículos, no lo dilates.
Yo quiero que asumas la culpa y la bondad que hay en ello,
desamor sin maquillaje, la verdad sin photoshop.
No te quedes junto a mí,
te lo ruego,
no lo hagas
si es así como te sientes.
Pero si no es esto lo que te aleja,
si solo es temor a que el fracaso
muerda un día nuestras noches,
si temes que sea yo quien me despida,
o si lo que te aleja de mí es,
por ejemplo,
el pasado sujetándote el vestido,
o el zumbido que rodea a los que aman
y fueron desamados,
entonces quédate
y paga al corazón lo que te pida.
Y si se acaba da gracias al final
por el regalo que el amor
nos dejó entre las manos.
Que no hay gloria mayor
que la que ofrece el amor cuando se da,
ni dolor más merecido que el que viene
cuando el dedo del adiós toca el timbre de tu casa.
“Llamar al pasado”
Cuando quieras llamar al pasado espera al amanecer.
Cuando el punzón del tiempo te busque
no hagas caso a la nostalgia de las madrugadas,
porque la noche convierte todo
en un desfile inagotable de derrotas,
en una inacabable despedida.
No te dejes convencer por los caballeros negros
que te hablen a las tres de la mañana,
ni por el navajazo más sucio de la noche
cuando tu casa parezca Siberia
y no haya más latido que el de un corazón comunicando.
Cuando quieras llamar al pasado espera al amanecer.
Has de saber que por la noche la nostalgia se amplifica,
que Sabina tardó en olvidarla 19 días y 500 noches
y tú no llevas más de 30,
que te quedan muchos relojes por delante,
pero aguanta, muérdete las ganas,
cósete las manos al sillón
donde la calma intenta que escuches su mensaje.
Aunque no haya calma ni consuelo,
espera a la mañana, por favor te lo pido.
Cuando quieras llamar al pasado espera al amanecer.
Porque añorar otro cuerpo a ciertas horas
es dar pedales hacia un muro
y los minutos son poco más que piel de lija
para dejar en carne viva
los deseos que dejaste sin cumplir.
Hazme caso.
Desescribe las palabras,
no las borres —para no dejar ni el cerco—,
limpia las huellas con un verso de Neruda,
camina por la parte oculta de la luna
para que nada dé contigo
y no le des ni una pista a la amargura
porque de noche va de puerta en puerta
ofreciendo su pensión a los más tristes.
Cuando quieras llamar al pasado espera al amanecer.
La luz del alba te salvará de ti,
de la sábana de todos tus fantasmas.
Aguanta, hazlo como sea,
espera a la mañana,
y todo será diferente,
habrás ganado otra batalla.
Entonces podrás celebrarlo,
respirarás aliviado porque el día lo cambia todo de color.
Llena entonces la despensa de luz para las 12,
para las 2, para las 4,
para la noche que de nuevo se avecina,
como una novia con la nostalgia colgada del brazo.
Porque en las horas que restan
vas a tener que librar otra batalla,
la del corazón contra el tiempo,
la del amor contra la noche,
y vas a salir golpeado,
pero por lo que más quieras,
no llames, espera al amanecer.
“Me he vuelto a acordar de ti”
Hoy me he despertado a las 9,
he desayunado tostadas
untando sobre ellas mi tristeza
y me he vuelto a acordar de ti.
Luego bajé al perro a la calle,
limpié su mierda y me sonreí
pensando que le cuido más a él que a mí.
Pasé por la esquina donde solía dejarte por las mañanas,
tú al metro, yo a la academia y me he vuelto a acordar de ti.
He mirado mi reflejo en los escaparates,
joder que ojeras más feas,
pensé en que si aún había alguna posibilidad
con esta cara dejaría de haberla
y he vuelto a pensar ti.
Como se me caía la casa encima
volví a bajar al perro un rato después,
caminé con él hacia el parque
y me encontré allí con una chica
que también paseaba a su perro.
Y no me acorde de ti
sino que intente follármela.
Cuando me dijo que de teléfono nada
me he vuelto a acordar de ti
del modo en que me decías que me faltaba sutileza
del modo en que trato de borrarte
y me volví aún más solo entonces.
Hoy me he acordado unas 50 veces de ti,
en la ducha, en los libros,
en la llave del gas, en el cortauñas,
en las vueltas de la lavadora,
en las canciones de la radio,
en el portal al irme y al volver
y en algunas ocasiones más que no recuerdo.
Como ves no vas a librarte de mí tan fácilmente.
Me insistes en que te olvide y lo llevas claro.
Si de verdad quieres que deje de esperarte
solo tienes que hacer una cosa:
decirme que volvamos a intentarlo.
Solo así tendré un miedo más grande aún
al miedo que me da que te hayas ido:
miedo a que te quedes.
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Si con Marwan no fue suficiente, lee “Muerte, existencia y dolor: 15 poemas de José Emilio Pacheco” e identifícate con las ilustraciones de Skullflower para curar un corazón roto.