Cuando se habla de comportamiento sexual, solemos tipificar únicamente tres: heterosexual, bisexual y homosexual; es decir, una persona sólo puede ser uno de esos dos extremos o, en su defecto, declararse en un punto medio fijo. Sin embargo, el biólogo Alfred Kinsey propuso que existen hasta siete grados para definir la conducta sexual del ser humano. Estas investigaciones rompieron con la visión monosexual que todavía predomina en el conocimiento global.
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El informe Kinsey, como se le conoce, fue el resultado de una serie de entrevistas, tanto a mujeres como hombres, quienes contestaron un cuestionario de forma anónima y que sirvió para generar una base de datos sobre distintas prácticas sexuales. A través de la publicación de dos libros, Comportamiento sexual del hombre (1948) y Comportamiento sexual de la mujer (1953), el especialista puso en debate conductas que hasta entonces eran consideradas marginales por la mayoría. Incluso algunos comportamientos fueron considerados inmorales, como fue el caso de la masturbación, tanto femenina como masculina, la homosexualidad y bisexualidad o la iniciación sexual a temprana edad. Además de su intento por romper estos estigmas, el informe Kinsey fue revolucionario porque es de los primeros análisis en hablar de la asexualidad —un comportamiento que se define por el bajo o nulo interés por la actividad sexual.
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En poco tiempo, el informe Kinsey se convirtió en un hito no sólo desde el punto de vista científico, sino social y cultural. Era la primera vez que se hablaba en forma objetiva, a través de métodos cuantitativos y estadísticos, de los hábitos sexuales de la población estadounidense. Si bien el estudio todavía genera controversia en la comunidad científica —pues se le acusa de haber utilizado para la muestra a presos, ladrones, proxenetas o activistas homosexuales de aquella época—, es un primer acercamiento para intentar explicar cómo se define sexualmente una persona, sin importar el género.
Posteriormente, producto de todo el trabajo de análisis de los datos, se creó la Escala Kinsey para graficar los resultados. Dicha escala se compone de los siguientes grados:
– Grado 0: Exclusivamente heterosexual; es decir, una persona que no ha tenido ningún tipo de contacto homosexual y tampoco demuestra ningún tipo de tendencia.
– Grado 1: Principalmente heterosexual, con contactos homosexuales esporádicos. En esta escala, las prácticas heterosexuales abarcan entre el 75% al 99%, y las homosexuales del 1% al 25%, las cuales no necesariamente son coitos, sino que pueden ser respuestas ante estímulos con persona de su mismo sexo.
– Grado 2: Predominantemente heterosexual, aunque con contactos homosexuales más que esporádicos. Acá se describe a una persona que, pese a ser heterosexual, demuestra conductas homosexuales o ha tenido contactos homosexuales en un 26% al 49% del total de su vida.
– Grado 3: Bisexual. En este sentido, es alguien que se define 50% y 50% en prácticas heterosexuales y homosexuales.
A partir de acá, los siguientes grados son lo opuesto a los primeros tres; es decir, se inclina la balanza más hacia las tendencias homosexuales:
– Grado 4: Predominantemente homosexual, aunque con contactos heterosexuales más que esporádicos.
– Grado 5: Principalmente homosexual, con contactos heterosexuales esporádicos.
– Grado 6: Exclusivamente homosexual.
Finalmente, se añade:
– Grado X: Asexual; es decir, el individuo no presenta atracción o interés sexual de ningún tipo.
Si bien esta escala puede ser limitada para analizar el comportamiento sexual humano, sirve como base para dar una mirada crítica a nuestra interpretación de la sexualidad y cómo la expresamos en la cotidianidad. El estudio no debe verse como una verdad absoluta, sino como una valoración sobre el espectro humano para evitar encasillarlo sólo en tres niveles.
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Hoy la sexualidad aún es tema de debate, tabú, miedo y fascinación. A partir de más investigaciones biológicas y psicológicas, los avances de la tecnología, los cambios en los estigmas sociales y culturales, la globalización del conocimiento y acceso a la información, ha sido posible la evolución de la expresión sexual —como la pansexualidad, la demisexualidad o antrosexualidad. Pero aún falta mucha investigación, pues quedan estigmas en todos los niveles sociales que resultan en discriminación y violencia.
El estudio de Kinsey demuestra que un absolutismo en la sexualidad humana no es tan común como se creía; al contrario, como seres humanos tenemos acceso a distintos niveles y expresiones de la sensualidad. Y precisamente por ello, ninguna orientación sexual puede considerarse anormal.
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