Ha pasado más de un año desde que supimos de la llegada de un nuevo virus. Uno agresivo. Uno que estaba cobrando vidas alrededor del mundo. ‘No va a llegar acá’, decíamos. Pero es tan poderoso que cruzó fronteras y nos cambió la vida por completo.
¿Cómo luchar contra algo que ni siquiera vemos? Han sido meses complicados, muchos perdieron el trabajo, numerosas industrias han recibido menos ingresos y el mundo se tuvo que adaptar. ¿Qué es cubrebocas? ¿Oxímetro? ¿Caretas? incorporamos nuevos productos a nuestro día a día para que ‘no nos vaya a pasar’.
Todo fue tan incierto y duro. Sentíamos que llegaba de cualquier forma por más que nos protegíamos. Cada vez se escuchaban más casos de personas que no sabían cómo se habían contagiado porque seguían todas las medidas recomendadas. El número crecía, las muertes se incrementaban y el miedo era cada vez más fuerte. ¿Qué eres, coronavirus? ¿por qué llegaste a golpear así nuestra vida?
Y entonces pasó, papá tenía tos y fiebre, ¿será? No creo. Yo que vivo con ellos y mi hija, soy la encargada de comprar, preparar y limpiar todo. Estábamos protegidos, ellos más que nadie. Sabíamos que pertenecían al grupo de riesgo y yo intenté todo para cuidarlos. No fue suficiente. Los días pasaron, más síntomas aparecieron y no quedaba más, debía hacerse la prueba.
Afortunadamente nos tocó la época de las pruebas gratuitas en puntos estratégicos de la ciudad. Todos desde temprano estábamos formados esperando turno. Pasó papá primero con su gran chamarra, cubrebocas bien puesto y careta que le estorbaba. Se sentó e introdujeron el hisopo por su nariz. Yo rezaba, le pedía a todos los santos que ni papá ni nadie de la familia fuéramos uno más de esos números rojos. Vi su cara de dolor e incomodidad, yo solo quería abrazarlo.
Luego siguió mamá, mi hija y al último yo. Me dolió mucho más de lo que creí, no imagino cómo lo sintieron ellos. El tiempo que esperamos para el resultado se me hizo eterno. Por fin lo supimos, nadie tenía coronavirus, excepto papá…
¿Qué sigue? ¿cómo debo cuidarlo? sus pulmones se debilitaban y la tos y fiebre no lo dejaban estar en paz.
Yo era la cabeza fuerte de la casa y no me podía derrumbar. Lo aislé. Mamá dormía ahora con mi hija y papá se quedaría en su cuarto. Yo dormiría sola y evitaría el contacto con todos porque sería la única que atendería a papá y no quería ni infectarme ni infectar a las demás.
Fue agotador. Afortunadamente existe la opción del supermercado a domicilio, yo bajaba por él, era una caja grande. Lo recibía con guantes, cubrebocas y careta. Rociaba cada una de las cosas con desinfectante antes meterla. Preparaba el desayuno, comida y cena de todos y lo dejaba en una mesa en la puerta de su cuarto. No teníamos contacto mas que un grito de buenos días cada quien desde su cama. Lavar montañas de trastes, sanitizar toda la casa, barrer, trapear, sacudir y prestarle atención a las superficies. Todo eso diario.
Si tenía que salir por algo regresaba, me cambiaba la ropa y si podía me bañaba. Tenía contacto con papá tres veces al día para revisarle el oxígeno, temperatura, frecuencia cardiaca y presión arterial. También me cambiaba de ropa al salir de su cuarto. El cesto se llenaba rápido y sí, también yo soy la responsable de lavar la ropa de todos, incluso mis más de 3 cambios al día.
Llegaba la pensión de papá, yo seguía trabajando en home office y tenía que hacer cuentas, fuimos afortunados al tener un sueldo fijo. La luz, agua, gas e internet aumentaron por estar todos aquí. Debía desinfectar el dinero, cada moneda o billete que se recibía tenía que pasar por un protocolo muy estricto de higiene.
Revisar que hubiera de todo: cloro, sanitizante, alcohol, gel, medicinas para papá, cubrebocas y demás artículos de limpieza con sus reservas correspondientes.
Mi hija empezó a tomar clases en línea. Mamá me ayudaba pero ella sabía perfecto cómo distraer a la abuela para que no pusiera atención. Yo la cachaba y solo así tomaba bien la clase. Los maestros me envían sus tareas y reviso diariamente que las haga y envíe a tiempo.
Aprendí a cortarle el pelo a todos, retocarme las canas, cocer y hasta hacer dobladillos. Se requirieron y no había negocios abiertos. Rogaba porque no necesitáramos algo eléctrico o de plomería porque de eso sí no sé nada.
No, no es exagerado, es lo que hemos tenido que vivir muchísimas personas en este año desafiante. Nos tocó entrarle sin miedo, sacar energía desde donde pudiéramos para protegerte a ti y a los tuyos.
Antes de la pandemia ya era mamá, hija y trabajadora, hoy mis responsabilidades han aumentado así como mi cansancio físico y mental. Papá ahora está bien, afortunadamente venció al covid-19, no imagino lo que viven las personas que han llegado al hospital o que tuvieron que perder a alguien. Sigue siendo agotador evitar que el contagio llegue de nuevo a nuestro hogar. Siento que ese peso cae todo sobre mí.
Ha sido complicado pero lo hago con todo mi amor. Afortunadamente ninguna de nosotras se contagió y me gusta pensar que fue por todas las precauciones que tomé; sin embargo, mi mente está cansada, mi estado anímico y cuerpo no pueden más. Cuidar a la familia del contagio también es un trabajo muy agotador.
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