Hay sólo una cosa que todos quieren,
es amor.
Sí, todo lo que buscamos es el amor de alguien más.
City of Stars
Ver una película romántica siempre nos recuerda nuestra utopía del amor, esa que idealizamos porque nos hicieron creer que existe el “fueron felices por siempre”, y nuestra exhaustiva búsqueda de éste no tiene fin, como tampoco la serie de obsesiones que nacen a partir de ello.
La película La La Land nos recuerda distintas frustraciones, por no decir experiencias desdichadas, que los seres humanos experimentamos en algunos momentos de nuestra vida amorosa y personal. Todo esto a través de los dos personajes principales Mía y Sebastián; una cinta que resalta la falta de amor propio, nuestra incapacidad para seguir los sueños, desapegarnos y, sobre todo, el tema más complejo y sin explicación: ¿por qué nunca te casas con el amor de tu vida? ¿Es egoísmo o simple destino?
La máxima humana de todo esto es la dependencia. Somos seres sociales, hallar nuestro complemento resulta una necesidad, pero nadie dijo que bajo un estatus de destrucción, con esa incesante búsqueda de ser receptores del amor de alguien más aun si es “a medias”. Aquellos que se quedan porque, ¿para qué se van? Sin importar que estar juntos sea una obsesión, un apego inquebrantable, en tanto no aceptes la posibilidad de una vida contigo y sólo eso; entonces gana la ansiedad provocada por la falsa soledad. Esperamos que alguien nos diga qué hacer y cuándo, pues solemos creer que la dependencia es un sinónimo del amor.
Además de que es mejor creer en la idea de “juntos pero dependientes y egoístas”. Resulta complejo formar una relación en la que alguno persigue un sueño y lo alcanza, mientras el otro, sumergido en un fracaso evidente, apoya a medias o con pizcas de envidia, envidia insensata cuando la bandera que tiene frente a él es el amor; quizás esa falta de seguridad de vivir sin él, pues él está cumpliendo su sueño y tu oportunidad aún no llega. Esa necesidad de victimizarte y sentirte sola porque él no está, pero su ausencia tiene una gran razón: su sueño cumplido. ¿Somos egoístas aún con la persona que más decidimos amar? ¡Dinos, Mía!
Nunca te casas con el amor de tu vida: imagina por cinco segundos todo lo que no fue. Llenos de pensamientos imposibles, aquel gran amor y tú, siendo todo lo que no son, ni serán, ahora todo es diferente a como pensaban, y no está mal, pero es que nunca enterramos el pasado, vivimos en él como si toda posibilidad de convertirse en el presente fuera real, y en ese entonces donde inundaban los planes de vida insustanciales, ese era el futuro parlante; hablamos de más, soñamos de más, anhelamos de más, en esto está el secreto para no terminar como víctimas del amor.
El miedo lo gana todo. El miedo es esa cosa que pega tus pies al suelo y te vuelve estéril, te paraliza, esa fuerza que te amarra, te vuelve inerte; algo parecido lo que le sucede al personaje principal (Emma Stone) de la película, pues ella también tiene un sueño: ser actriz. Los obstáculos adheridos, como en su caso, sentirse ignorada en un casting del que sus expectativas eran altas, frustrarse, abandonarse, no sentirse capaz y decidir no levantarse; sin embargo, suelta todo aquello que la ata a una realidad que no desea para hacer aquello que realmente ama. Y la capacidad para superar el miedo parece en realidad un don otorgado a unos cuantos en nuestro tiempo, así como luchar, con todo lo que esa palabra significa para alcanzar un sueño. Siempre esperar que un Sebastian llegue a motivarnos, a decir “tú puedes”, y persistir.
Nuestra fuerza, la única que puede motivarnos, se encuentra por los suelos, el valor lo necesitamos de afuera, de alguien que vaya a nuestra casa, al casting que nos cambiará la vida, o que tus amigas te digan lo mucho que puedes lograr, o te critiquen pero a base de esto construir; sin embargo, no nos hemos percatado de que la única fuerza y motivación viene de nuestro interior. ¿Quién inventó esa necesidad de la aprobación?
Jamás vivirás de tus sueños. ¿Por qué? ¿En qué momento nos creímos eso? Esta frase creció en lo profundo de nuestro cerebro, y cada vez que lo decimos, lo reforzamos y nos lo creemos. Así, el personaje de Ryan Gosling pasa sus días tocando villancicos, sólo por sentir que tiene un trabajo “seguro” pero que lo hace sentir mediocre, ya que su intención real es tocar jazz, su verdadera pasión, aquella que le provoca viajar a otro mundo donde no exista nada más que él y su piano. Pero al volver a la realidad se da cuenta de que eso con lo que sueña no existe, y su meta se verá sobajada en el momento que decide seguir en aquello que no lo hace feliz para sobrevivir. Y ese, justamente, es el origen de que no disfrutemos la vida, que deambulemos convertidos en aquello que jamás quisimos, pues creemos que la vida nos colocó ahí, sin más explicación.
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Las fotografías que acompañan al texto pertenecen a India Earl.