Texto escrito por Alina Dorantes R.
Es posible que la mayoría de los lectores hayan escuchado la canción “Persiana americana” de Soda Stereo, por ello, este artículo hará hincapié en la estrofa:
Te prefiero fuera de foco, inalcanzable.
Yo te prefiero irreversible, casi intocable.
Canción que supone que el ser humano cada vez se orienta más al logro, pero al mismo tiempo se resiste y lo evade. Aunque existen innumerables obras para todo tipo de preferencias destinadas a motivar a cada persona a completar algún deseo, los psicoanalistas lo describen más como: satisfacer la falta derivada de una pulsión insatisfecha. ¿A qué se refiere esto? Funciona de la siguiente manera:
Roberto: —Alan, deseo demasiado a Anna. No dejo de pensar en ella, de mirar su perfil, de admirar su belleza y sus logros, pero no me atrevo a dar el paso.
Alan: —Es muy sencillo, hermano. Sólo envía solicitud en su red social o invítala a tomar un café. El no ya lo tienes. Ahora a saber.
Roberto: —No sé, Alan… cada vez que la miro la deseo más, pero es como si algo más fuerte que yo se apoderara de mi voluntad, y no me deja dar el paso. No me atrevo. Lo postergo, siento que no llega el momento preciso y, pues bueno, ¡qué te digo de las palabras! Nada me llega. Mi destino es estar solo.
Alan: —Pues a mí cuando una chica me mueve y me mueve en serio, voy por ella. Cuando no, es que hay algo que no termina de convencerme del todo. ¡No te hagas, Roberto! Al único que no puedes mentirle es a ti. Si sigues así, eres más como que a todo le tiras, pero a nada le das.
Este breve diálogo entre dos jóvenes requiere ser analizado, de modo que sea a su vez un ejercicio de introspección —es decir, mirar hacia adentro—, por supuesto, que logre ser de utilidad para quienes lleguen a sentirse identificados. Sucede que el buen Roberto presenta un deseo, que es estar con la chica que le agrada; pero no halla la manera y permanece con la sensación de estar atrapado en una telaraña que no le es posible desenredar, cuando la perspectiva de su confidente Alan, resulta en apariencia de lo más pragmática incluso simple.
Por lo general, el individuo tiende a buscar acertar en lo que se propone, pero no soslayemos que cuanto más busquemos calidad, implica mayor esfuerzo, análisis, energía, o asertividad para comunicarnos, y cabría entonces la pregunta:
—¿A quién le gusta complicarse?—. Y pues claro, a últimas fechas estamos acostumbrados a que todo sea sintetizado, llegue a nuestras manos en menor tiempo, no se definan los vínculos de pareja, sea cómoda la vida permaneciendo en la misma casa de la familia de origen; es decir, todo cómodo, rápido y con la posibilidad de disolverse, todo reversible. Esto lo enmarca el sociólogo Zygmunt Bauman en su obra Amor líquido (2004), en el que menciona que el consumo, el coito, las amistades y parejas cada vez se quedan flotando más en la superficie, pues el principal punto es impedir el fracaso o el sufrimiento a toda costa. La meta es el eterno goce. Y ya más adentrados en el tema, si citamos a la psicoanalista Liliana Goldin, en su espacio digital Intervenciones y efectos, menciona lo siguiente:
“Justo cuando está a punto de realizar su deseo, el sujeto enferma y surge el fracaso, como si la dicha no pudiera ser soportada”.
¡Vaya manera de autosabotaje! Pero existe. No nos extrañe que escuchemos discursos como:
Giuliana: —¿Lo ves, Martha? No puedo conseguir el trabajo que tanto he soñado, ni lograr el viaje de mis sueños a Escocia… No lo consigo. Es mi destino.
Aquí, si bien no perdemos el foco en la perspectiva psicoanalítica y la sistémica, la primera diría que no aceptamos ni nos consideramos merecedores de esos dotes heredados por nuestra figura paterna; que, por supuesto, culturalmente, se le ha adjudicado el rol de poder, proveer, permitir y designar quién de los hijos habrá de sucederle en decisiones relevantes. Dentro de lo mismo, con la visión compartida con la de la terapia sistémica, tenemos el mandato de lealtad y de sumisión frente al procreador, que en teoría no debe ser superado ni desafiado por un hijo. De este modo, al serle leal al padre se trunca en automático la capacidad de continuar con los planes que hacen que uno logre descollar con todo el ímpetu, que sin este tipo de fidelidades y aceptación de roles de poder-sumisión se lograría.
Es importante que la información respecto a la lealtad implícita o invisible, como Ivan Boszormenyi-Nagy y Spark la plantean en su obra Lealtades Invisibles (1983), no nos represente una herramienta para justificar que no nos resulten las cosas tal como deseamos. Es importante plantearnos que es posible romper con esa aparente lealtad sin ser un desafiante; de otro modo, quedaremos atrapados en la mediocridad, presos del deseo y de una carente autoconfianza.
También existe en el enfoque sistémico algo que se llama “agencia personal”, que no es más que tomar la responsabilidad de decidir, de sentirnos capaces y dignos de nuestros dones. —¡Qué importa si superamos al padre!—. Es relevante, sí, el hecho de definir y sincerarnos con nosotros respecto de aquello que en realidad deseamos, sino sólo nos resistiremos frente a eso que no anhelamos con vehemencia y sólo accedemos a ello por compromiso, presión social, o cualquier otro motivo consciente o inconsciente. Claro que este tipo de cosas jamás las alcanzaremos, puesto que no mueven nuestras almas. Imposible forzar el acto volitivo.
En cambio, frente a todo lo que mueva algo en lo más profundo de nuestro ser, habremos de luchar por conseguirlo, considerarnos dignos y merecedores de su logro, pues la vida no es más que un vaivén irrepetible. Acreedores somos a concretar nuestros más fervientes deseos, para que no se queden fuera de foco, inalcanzables, pues no podemos quedarnos en el margen.
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