Este artículo fue originalmente publicado por Kate Nateras en 2019.
Mis padres se divorciaron cuando yo era muy pequeño, incluso, para ser sincero, no recuerdo cuando sucedió. No voy a negar que necesité a papá en muchos momentos, pero mamá siempre estuvo ahí para multiplicarse y demostrarme que una sola persona me podía dar el amor de dos y hasta de diez personas. Cuando papá se fue, mamá se dedicó a mí como si no tuviera nada más qué hacer en este mundo: trabajó, creció, luchó y aprendió para darme siempre lo mejor y para que a nuestra casa nunca le faltara nada. Mamá es una mujer tan admirable que me enseñó a ser una persona fuerte e inteligente, independiente y capaz de conseguir lo que siempre me propusiera. Gracias, mamá. Siempre fuimos tú y yo contra el mundo. Eres mi mujer favorita.
Nunca dejé de querer a papá, tampoco le he quitado valor. Simplemente aprendí a reconocer todo el esfuerzo de mi madre y, sobre todo, la mujer tan asombrosa que es. Agradezco a mi mamá por la persona que soy y por todo lo que he aprendido con cada experiencia que vivimos juntos.
1. Soy independiente
Aprendí a valerme por mí mismo sin dejar de ver por mi familia. Mamá quería hacerme fuerte para que, cuando creciera, fuera una persona independiente, segura y con todos los deseos inmensos de crecer.
2. Entendí que una mujer sola también puede levantar un hogar
Mamá me demostró que, a pesar de todo, no necesitó que papá volviera para que pudiera sacarme adelante a mí, a ella y a nuestro hogar. Levantar una casa completa económica, sentimental e internamente no fue una tarea fácil, pero ella lo logró. Nosotros lo logramos.
3. Me hice más acomedido
Mamá siempre me dijo que tenía que ayudar en las tareas y deberes que habían en la casa para que, cuando fuera grande, yo pudiera hacerlas sin depender de alguien más. Ahora comprendí que se trataba de supervivencia. Gracias, mamá.
4. La fuerza de mi mamá es mi ejemplo a seguir
Nunca admiré tanto a alguien como lo hago con mamá. No hay ser humano tan fuerte, inteligente y capaz como lo es ella. Me inspira y me motiva. Tengo muchísimo que aprender para ser, por lo menos, la mitad de lo increíble que es ella.
5. Entendí que a veces es necesario sacrificar algunas cosas por otras
Nunca me faltó nada, mamá se encargó de darme todo lo necesario. Pero también tuvimos días grises y malos momentos en los que era necesario sacrificar algo para tener algo más importante. Primero me enojaba, pero hoy lo valoro infinitamente.
6. Comprendí que no hay tareas para hombres y para mujeres
No, en mi casa nunca existieron tareas para hombres y mujeres. Todo era totalmente igual y todos teníamos que cooperar en todo. Vi a mamá cocinar, trabajar, manejar, cambiar una llanta, andar en tacones y maquillarse, no importaba qué pasara en casa, ella lo podía hacer todo.
7. La nobleza primero
No existe mejor ejemplo de nobleza que el de mamá. No importaba qué fuera, ella siempre me compartía, o incluso me regalaba, lo que ella tuviera en la mano. No le importaba dármelo todo, porque ella sabía –estaba segura– que un día se lo iba a agradecer inmensamente.
8. Siempre es bueno mantener un pensamiento positivo
No importaba la situación, ni el momento, ni la circunstancia, mamá siempre decía que todo iba a salir bien y que, al final, todo mejoraría. Mamá me enseñó a ser positiva, a guardar esperanzas, y a buscar una solución para que todo se acomodara. Mamá es la primera en decirme que la vida continúa aunque yo piense que no. Que nada es tan malo como para no solucionarse y que, después de un mal día, siempre viene uno mejor.
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