Yo sentía la ebriedad del líquido,
el vértigo de esa noche estrellada
que sólo me mostraba el movimiento,
la huida, el traspaso.
Y no había ingerido nada;
todo el efecto dependía de la velocidad.
Vivian Abenshushan
La velocidad tiene un solo defecto: es adictiva. No es casualidad que hagamos filas para la montaña rusa o que siempre estemos tentados a pisar con más fuerza el acelerador. Buscamos la inmediatez en todo lo que hacemos, incluso cuando estamos quietos frente a una computadora deseamos que la información alcance la rapidez de nuestro pensamiento. Queremos ir más rápido, ver el mundo correr a nuestro ritmo y, por un momento, sentir que vencimos al tiempo.
En teoría, los seres humanos somos racionales; sin embargo, también hacemos cosas que desafían la lógica, como escalar montañas, conducir a toda velocidad o enamorarnos. Detrás de estos comportamientos “arriesgados” existe un motivo biológico que explica por qué, aunque procuramos la estabilidad, amamos sentirnos en movimiento.
Tu corazón late a mil por hora
Cuando vamos a toda velocidad, nuestro cuerpo libera adrenalina, una hormona que activa nuestros mecanismos más primitivos de escape y huida. La adrenalina aumenta nuestra presión arterial, por eso el corazón nos late tan rápido. También sube la temperatura corporal y provoca la sensación de hormigueo en las extremidades. Estos efectos se presentan en hombres y mujeres, pero son más intensos en los hombres.
Liberas testosterona y eres más atractivo
En un estudio sobre el comportamiento y los procesos de decisión humanos, se examinaron los niveles de testosterona de un grupo de hombres que conducían un automóvil deportivo y otro grupo que conducía un sedán. Ambos grupos condujeron en calles llenas de mujeres y en calles desiertas. Los resultados mostraron que los hombres que manejaban el auto deportivo tenían niveles más altos de testosterona que los otros, demostrando que la velocidad puede tener mayores efectos en el cuerpo masculino que la presencia de mujeres.
Te sientes más feliz
Por otra parte, los científicos también han estudiado los procesos neurológicos que intervienen cuando tomamos riesgos, encontrando que la dopamina es la responsable de nuestro deseo de ir más rápido. Este neurotransmisor también está asociado con la búsqueda de recompensa y placer, por eso las personas que no la producen en suficientes cantidades suelen ser apáticas y tienden a la depresión. Por el contrario, los altos niveles de dopamina mejoran la concentración y aumentan el estado de ánimo, lo que nos da la confianza para querer movernos más rápido y, paradójicamente, al ir más rápido, producimos más dopamina.
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Te sube el ego
En el aspecto psicológico y social la velocidad también ofrece recompensas, sobre todo cuando eres tú quién puede controlarla. El vehículo que conduces se convierte en una extensión de tu personalidad y les comunica a los otros cómo quieres ser visto. Socialmente, los coches veloces están asociados con fuerza y poder; además, lograr que el vehículo que manejas vaya tan rápido como deseas acrecienta la autoconfianza y el ego. ¡Por eso nos encanta ver desde el retrovisor cómo dejamos a todos atrás!
Cada día somos más rápidos aumentando nuestra propia velocidad. Ya dominamos la velocidad del sonido y, según predicen expertos, pronto haremos lo mismo con la de la luz. Incluso nuestra forma de movernos sobre tierra ha alcanzado otro nivel, la evidencia de esta evolución está en el Mercedes-Benz Clase C, inspirado en la tecnología de un auto Formula 1™.
Siempre podemos ir más rápido, ésa es la magia de la velocidad: nos inspira a superarnos a nosotros mismos.