Iniciar una relación está muy lejos de ser un asunto sencillo. En la mayoría de los casos, el simple hecho de hablar con la persona que te gusta es un verdadero lío para los interesados; no obstante, si estos notan que las cosas comienzan a su favor, todo mejora… o bueno, casi todo. Aunque al menos la mitad de estos individuos llegan a concretar su amor con la persona con la que siempre habían soñado, cantar victoria demasiado rápido podría ser un error.
De acuerdo con el psicólogo Jed Diamond, los primeros dos meses de una relación suelen estar cargados no de emociones, sino de hormonas y diversas reacciones químicas que llevan a la gente a pensar que esa persona con la que están compartiendo su tiempo es algo más que perfecta. Al estar frente a ella, tratan de recordar a alguien en su pasado que haya sido mejor o que al menos haya reunido un par de las cualidades que presenta su nueva pareja y al no encontrar los resultados esperados, esa sensación de estar con la mejor persona del mundo va aumentando.
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Las caídas más altas son las que duelen más
Después de que todo en su relación parecía perfecto, las personas comienzan a darse cuenta de la oscura realidad que rodea a sus parejas: éstas están muy lejos de ser perfectas y como cualquier otro ser humano, tiene rasgos o conductas que no encajan por completo con la imagen que ya existía en su mente. Sin más, aquella especie de superhéroe moderno se va transformando poco a poco en un humano promedio y la misma persona que en un principio lo habría dado todo por estar a su lado, de repente comienza a darse cuenta de que quizá su relación no debería seguir creciendo.
Pero, ¿es realmente la otra persona quien cambia?
De acuerdo con Diamond, durante las dos primeras etapas del amor (de las cinco que él asegura que existen), más allá de los sentimientos, es el cuerpo quien comienza a idealizar a una persona a través de procesos hormonales que lo hacen lucir más atractivo de lo que es en realidad. Sin embargo, es obvio que con el tiempo incluso el cuerpo se acostumbra a ver a la misma persona todos los días, lo que provoca que después de la perfección lo último que queda por descubrir son los defectos.
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El show debe continuar (?)
Después de ese desencanto viene lo que algunos psicólogos llaman la etapa o síndrome de la barricada, que no es otra cosa más que la mente diciéndole a las personas que quizá no sea una buena idea mantenerse al lado de alguien que por meses ha estado dando una imagen “falsa” y repleta de defectos. Sin embargo, de acuerdo con Jed Diamond, es necesario aceptar que quien está mal no es la pareja, sino quien se está negando a seguir con la relación por miedo a no estar con alguien perfecto.
Justo en esta etapa —la de la barricada— ocurre el momento decisivo en donde una pareja define si de verdad quiere continuar o prefiere dejar todo de lado. Lo cierto es que mientras esta decisión se toma, la relación se convierte en una verdadera tortura para ambas partes, pues da la impresión de que ninguna de ellas quiere avanzar o darle fin a una relación que en apariencia no está yendo a ningún lado debido a que nadie parece estar interesado en darle una solución efectiva a este problema de percepciones.
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¿Cómo solucionarlo?
Como ya lo dijimos, el “síndrome de la barricada” tiene origen en la forma en que una persona percibe a su pareja y cómo esta imagen va perdiendo veracidad a través de los meses siguientes al inicio de una relación. Así que lo mejor, si es que de verdad quieren estar juntos, es que acepten que ningún humano es perfecto y que por más que traten de negarlo, las personas siempre van a tener errores o hábitos que nunca van a ser agradables por completo. Sin embargo, es necesario aprender a vivir con ello —dentro de la medida de lo posible— para procurar convivir en paz y estar con esa persona.
Finalmente ese es sólo uno de los muchos aspectos que dicho individuo tiene para ofrecer, de modo que si ya hubo atracción hacia su persona, es seguro que siempre habrá algo mucho mejor más allá de lo que cualquier defecto pueda ofrecer y justo es eso por lo que vale la pena luchar.
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Las fotografías pertenecen a Giovanna Bravar.