En la periferia de la ciudad, entre fábricas y en los bordes de las autopistas se levantan miles de cubos de cemento perfectamente proporcionales con áreas verdes y avenidas que forman un entramado que parece corresponder al sueño de cualquiera de independizarse. Desde el aire, los tonos amarillos y blancos dan cuenta de una especie de hormiguero, una ciudad dentro de la megalópolis con juegos infantiles, espacios para centros comerciales y escuelas.
A lo largo de la avenida principal, los adoquines recién colocados despiden tonos rojizos, mientras el viento ondea alegremente una tira colorida de triángulos de plástico. Un folleto da cuenta de las facilidades de pago y alienta a los interesados en hacerse de una de esas propiedades. «Plusvalía, seguridad y confort», asegura una lona que ofrece distintos planes de financiamiento y el sueño continúa…
La casa muestra no dista de la presentada en los folletos: una cocina integral, dos baños y medio y un par de habitaciones nuevas es mucho más de lo que un mexicano promedio podrá adquirir jamás en su vida. Después de hacer cuentas una y otra vez, de solicitar un préstamo al gobierno y otro tanto al banco, una joven familia decide que su futuro la espera en una de esas casas.
Listos para endeudarse de por vida, deciden firmar un contrato con intereses abusivos y que los pone en jaque casi de por vida, pero nada es más valioso que lograr independencia y un patrimonio; sin embargo, es el inicio de una pesadilla.
Las viviendas populares auspiciadas por el Estado en colaboración con empresas privadas son un fracaso en México. Ciudades perdidas que no tienen nada que ofrecer más que desolación y hacinamiento, todo ante la promesa de formar un patrimonio para millones de familias, la mayoría endeudadas a largo plazo.
La falta de agua es un problema rutinario en estas habitaciones donde los vecinos deben perseguir pipas y pagar de nueva cuenta por un servicio que habían comprado con anterioridad, pues las bombas de estas unidades habitacionales resultaron defectuosas. Irónicamente, el agua es un elemento indeseable cuando se concentra en el suelo durante la temporada de lluvias (o peor aún, cuando la tubería de mala calidad presenta una fuga): entonces las calles se encharcan, el pavimento se agrieta, los mosquitos portadores del dengue y la chikungunya se reproducen peligrosamente en las zonas tropicales y, en ocasiones, se forman socavones.
La mala calidad de la instalación y el suministro eléctrico es un problema más. La red eléctrica de bajo costo es insegura y el cableado defectuoso, lo que provoca cortos circuitos y con ellos, averías en electrodomésticos como refrigeradores, televisiones y hornos de microondas. No sólo eso: lo más peligroso son los incendios provocados por la sobretensión.
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Habitaciones donde el calor veraniego alcanza los 65 grados centígrados porque los materiales de construcción no son los óptimos para el tipo de clima así como los terrenos donde fueron construidos; delincuencia, problemas de movilidad y goteras en el techo: se trata de una de las caras más visibles de la corrupción, la falta de planificación y los programas sociales mal diseñados, una constante en la administración federal y estatal en la última década en México destapada por el diario The Angeles Times en una portentosa investigación titulada “La debacle de la vivienda en México”.
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