“Me dicen que escribes. Te creo capaz de cualquier cosa. Si un día me dijeran que has oficiado
una misa, también me lo creería”.
– María Picasso López
Todos hemos pasado o pasaremos por la llamada crisis existencial, aquel momento definitorio de nuestras vidas que nos cambia para siempre. Acontecimiento indispensable para encontrarnos a nosotros mismos en el proceso y que puede repercutir de modo favorable -o desfavorable- en el rumbo de nuestra vida y sola existencia. Cuando esto sucede, una pregunta que muchas veces no conocemos nos impulsa a la búsqueda de respuestas; surge desde adentro, sin previo aviso, nos toma por sorpresa y es como si nos lanzaran hacia un abismo sin final. Mientras dura, somos como invidentes palpando las paredes hasta que nos topamos con una encrucijada y entonces debemos tomar la inminente decisión: podemos arriesgarnos e intentar hacer algo para superar la crisis, o permanecemos quietos y esperamos algo que no sabemos exactamente qué es. Si elegimos la primera opción, lo más probable es que tropecemos demasiado en el camino, pero aunque lento, llegaremos eventualmente a nuestro destino. Es un mal necesario por el que todos tenemos que pasar para encontrar “nuestra misión en la vida” o, menos trillado, tener al menos una idea muy vaga de lo que queremos hacer de nosotros en este mundo.
Es muy común que en esta búsqueda experimentemos de todo; abandonamos la escuela, renunciamos al trabajo y cambiamos de profesión, salimos de viaje, nos hacemos un tatuaje o cualquier cosa que despierte la curiosidad y la aventura en nosotros, llevamos nuestra existencia al límite esperando encontrar una resolución. Así sucedió con Pablo Picasso, que en medio de una crisis personal y artística, estuvo dispuesto a dejarlo todo, no sin antes aventurarse en la escritura.
Era un año muy flojo (1935) y Picasso apenas tomaba sus pinceles para hacer uno que otro trazo. En lugar de eso, comenzó a escribir poesía y lo hizo casi de manera ininterrumpida durante un año aproximadamente. Escribió más de 350 poemas (la mayoría exhibidos en el Musée Picasso de París) en español y en francés, e incluso hubo algunos en que mezclaba ambas lenguas. Su estilo era bastante descuidado, “disparaba” las palabras en el papel, y después sometía sus textos a constantes reescrituras y añadidos. Hacía las cosas precipitada e impulsivamente, tal como lo hacía con sus cuadros. Esto resultaba en que sus poemas no tenían una secuencia ni una lógica, además de una lectura sin pausas; era más bien una poesía experimental, donde combinaba números, palabras y hasta notas musicales. Sin quererlo, los manuscritos del pintor español eran también composiciones visuales, pues al estar hechos con tinta china o lápices de color en diferentes soportes, no sólo pueden leerse, sino también apreciarse gráficamente. La temática de su obra giraba en torno al amor, a los recuerdos de su infancia, la vida y la muerte, y como también lo hizo en la pintura, de su entrañable España.
Aunque pudieran encontrarse o no similitudes entre las dos facetas de Picasso e intentar descifrar su pintura a través de sus poemas o visceversa, el tiempo que él le dedicó a la escritura fue realmente honesto y comprometido, incluso confesó a su amigo Roberto Otero: “En el fondo, soy un poeta que se malogró, ¿no te parece?”. Cuando su madre supo que el artista escribía, su respuesta fue “Me dicen que escribes. Te creo capaz de cualquier cosa. Si un día me dijeran que has oficiado una misa, también me lo creería”. Sus textos fueron compilados, traducidos y transcritos tal cual sin edición alguna por la escritora venezolana Ana Nuño, que publicó en el libro “Pablo Picasso, poemas en prosa” , en 2008. Aquí te mostramos algunos de ellos.
28 de octubre de 1935
si pienso en una lengua y escribo “el perro persigue a una liebre por el bosque” y quiero traducirlo a otra lengua tendré que decir “la mesa de madera blanca hunde sus patas en la arena y muere casi del susto al reconocerse tan [idiota]”.
4 de noviembre de 1935 [II]
espejo en tu marco de corcho – tirado al mar entre las olas – no ves sólo el relámpago – el cielo – y las nubes – con tu boca abierta dispuesta – a tragarse el sol – mas si un pájaro pasa – y por un instante vive en tu mirada – al instante se queda sin ojos – caídos al mar – ciego – y qué carcajadas – en ese preciso momento – brotan de las olas
[septiembre de] 1936
si el enternecedor recuerdo del cristal roto en su ojo no diera la hora en las campanadas que perfuman el azul tan cansado de amar del vestido que susurra que lo envuelve el sol puede en cualquier momento estallar en su mano pero esconde las garras y se duerme a la sombra que proyecta la mantis religiosa mordisqueando una hostia mas si la curva que agita la canción colgada en la punta del anzuelo se enrosca y muerde en su centro el cuchillo que la seduce y colorea y el ramo de estrellas de mar grita su desamparo el pisto trágico del ballet de moscas sobre la cortina de llamas que hierve en el borde de la ventana
3 de octubre de 1936
miserable piel de zapa abrazada al cuerpo roto de amor que sangra de tan oprimido bajo la corona de su nido de zarzas miserable recuerdo del olor a jazmín prendido en el fondo de su ojo tocando a rebato con todas las campanas al vuelo que muerde el cuello del arco iris la tempestad ha caído en la trampa peine espejo letra del alfabeto cómico gallete mano distancia color quitado de la lista de los mortales si la vida se cuece en la gran sala de fiestas con olor a col su cocido de esperanzas y le sonríe debajo de la mesa a la mentira, entonces todas las sillas sentadas en cerco se levantan y van a colgarse en las paredes de la oficina del director a la espera de que la ruleta acabe de lamer las horas que embarran las velas de su bello paraguas y oír el crujido que al romperse hace en mi pecho la varilla del timbre de su mirada de aroma de estrellas eléctricas aplastadas con el tacón
[junio de] 1937
en las entrañas del corazón están solando las calles del pueblo y la arena que cae en los relojes de arena heridos en la frente al caerse por la ventana sirve para secar la sangre que brota de los ojos asombrados que miran por el ojo de la cerradura por ver si el aire asfixiado por el hedor que se escapa de los orificios nasales de los papeles grasientos tirados al suelo o la música escondida debajo de las hojas de la vid no impide que la danza macabra borre de un plumazo la huella de las voces aferradas con las puntas de los dedos a los pedazos de pan remojados en orina
un interior brillantemente iluminado recién solado chorreando sangre descansando sobre relojes de arena llenos de ojos visto por el ojo de la cerradura los caracteres de imprenta dispuestos sobre una hoja de vid borrando con sus plumas el olor a pan remojado en orina
la luz suela con su sangre los relojes de arena del ojo de la cerradura con sus ojos borra de sus plumas el olor a pan remojado en orina
la mezcla de colores solando los ojos de las plumas arrancadas del pan remojado en orina
2 de julio de 1937
qué triste suerte la del retrete de la vieja mandrágora – tuerta – hecha picadillo – cosido más claro que el agua al traje de novia con una estocada en la llama de la boquilla del gas de la aurora boreal puesta a secar en la flor desvanecida de la tela de seda malva de la risa de rabillo de conejo que cuenta chino y los lloros anaranjados picados a máquina de la noche dulzona. qué coqueto deseo de mi corazón de freír el montón de reverencias hecho un basilisco furibundo mientras escucha con la oreja pegada al tomillo los latigazos que castigan sus tobillos y qué triste suerte limosnera ducha en caricias la del retrete abierto a mil primaveras lleva la añoranza del espejo de su herida a la camisa de tela de araña de la vieja pordiosera inscrita al dorso del libre arbitrio picado de gusanos de la aguja que atraviesa el tallo de la flor de azahar clavada en el centro de la cortina que cubre la mandrágora
10 de enero de 1938
deja que la primavera que se acerca de puntillas se encargue de untar el amor que rezuman sus ojos en torno al frío helado que salpica el revés del sol suspendido por sus cuatro esquinas con clavos a los enormes maderos que sostienen el cielo que abate el puño sobre la arqueta que mientras tuesta su luz sobre la suave lumbre del pedazo de tela empapado en orina de rosas que cubre la pared medianera del perfume con sus excrementos hace punto con el alambre de la plomada del arco de piedra haciendo trizas el cuerpo desnudo de la mujercilla puesta a secar bajo el paño malva de su imagen que cuelga del banderín atado a la punta de la cucaña en lo cobrizo de su pecho minuciosamente dibujando en la sombra del aroma del árbol cargado de piojos abriendo su cómico sobre a grito pelado de angustia cortando la cuerda floja de la máscara de cristal de roca carcomido por los picotazos de los camiones que cuelgan encima la colmena corazón ensenada colina ficha medida olor río envolvente en espiral la palabra duerme la flecha de la lámpara se desliza sobre el papel lo cruza vivaz
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