El animismo es un fenómeno que se ha expresado en el ser humano desde tiempos inmemoriales y que señala que un objeto, ya sea natural o confeccionado por el ser humano, está dotado de alma o de una consciencia propia. En Latinoamérica se observan múltiples ejemplos de animismo que han evolucionado debido a un proceso sincrético entre las creencias de los pueblos originarios y las religiones insertadas tras la conquista de América, donde lo europeo, lo africano y lo asiático se han mezclado con lo local.
En Chile hay una presencia importante del culto a las animitas, palabra que funciona como diminutivo de “ánima” (alma). Se trata básicamente de pequeños santuarios donde ha sucedido un hecho trágico en un espacio público. Las personas que profesan este culto creen que los muertos dejan su alma o ánima vagando cuando han fallecido bajo trágicas circunstancias y así es más fácil que éstas intercedan a sus peticiones terrenales ante los seres divinos. Al mismo tiempo se cree que estas ánimas necesitan ayuda para poder llegar al cielo, por lo que las oraciones del demandante son necesarias. Si algún espíritu cumple con el pedido del devoto, se suele pegar una placa de agradecimiento en algún punto de la animita. Si esta práctica continúa de “forma exitosa”, se transforma en una “animita milagrosa”. Otras, en tanto, son olvidadas y desaparecen en el olvido con el paso del tiempo.
Ejemplo de animita con los objetos clásicos que las caracterizan
Estos pequeños templos suelen estar ubicados al costado de una carretera o en el interior de la ciudad. Su construcción, aunque anónima para el profano, puede estar conectada con grupos religiosos o también con agrupaciones que no profesan ninguna religión. Por ejemplo, algunas son verdaderos cenotafios políticos que honran a caídos durante el régimen militar y son construidas por organizaciones ligadas a los derechos humanos o partidos de izquierda que expresan la necesidad de reconocimiento y de reivindicaciones históricas. También las barras bravas de fútbol pueden construir una animita a un barrista muerto así como organizaciones de ciclistas han colocado algunas en honor a un caído o como simple forma de concientizar a la comunidad sobre la necesidad de construir y mantener ciclovías.
Bicianimita o “bicicletas blancas”, como son conocidas en Chile
Las animitas pueden ser de múltiples diseños y materiales de construcción. Algunas veces la forma y los colores tratan de rendir tributo a la naturaleza de la persona que ha perdido la vida, aunque el denominador común es la semejanza con la forma diminuta de una pequeña iglesia católica coronada con una cruz. Los constructores suelen adornar estos lugares con fotos o pertenencias del fallecido, mientras los fieles suelen pegar expresiones de gratitud, dejar objetos como tarjetas o juguetes (sobre todo si el fallecido es un niño). Todos estos “regalos” se respetan y suelen permanecer en estos lugares. Las prácticas más antiguas y populares son prender velas en estos templetes como expresión agradecimiento y, por parte de conductores y camioneros, dejar botellas con agua.
Animitas en honor a la Difunta Correa, con sus respectivas botellas de agua
Oreste Plath, desaparecido escritor y folclorólogo chileno, fue un investigador que se especializó en esta temática. Plath señalaba que el origen de las animitas se remonta en Suramérica a la apacheta, que son montículos de piedras acumuladas por los indígenas del Altiplano en lugares considerados sagrados, y en los que eran depositadas ofrendas para invocar protección divina en los caminos. Esto fue sincretizado con la llegada de los europeos, pues en el sur de España también se levantaban altares con la finalidad de rezar por el alma de los fallecidos en los caminos, a fin de pedir por la protección ante las desgracias que pudieran acontecer en ellos.
Las apachetas nacen con los pueblos indígenas andinos / Fotografía: Mario Verin
Las animitas son una verdadera expresión popular y algunas se han hecho muy famosas, ya que no sólo son lugares de culto y peregrinación, sino espacios donde los creyentes rezan y piden las más innumerables cadenas de favores. Son muy famosas las de Romualdito, un verdadero “santo del pueblo” al que la gente le rinde tributo desde 1930. Su animita está ubicada en la Estación Central de Santiago.
En Argentina son populares las animitas del Gauchito Gil y también la de la difunta Correa, ubicada en la provincia de San Juan. Aunque su culto se extiende por ambos países del Cono Sur, de su figura se desprende la tradición de dejar botellas con agua en un intento de aplacar la sed y agonía que sufrió al morir.
La animita de Romualdito es la más conocida de Chile, famosa por conceder favores a sus devotos
Personalidades de los más diversos aspectos son adorados en estos lugares. Algunos son convertidos en “santos” por la adoración popular. Cantantes famosos como los argentinos Gilda o Rodrigo tienen llamativos “templos”, donde peregrinos de todas partes llegan a implorar por alguna petición. Famoso es en Chile el mausoleo erigido al último presidente del siglo XIX José Manuel Balmaceda, muerto en trágicas circunstancias políticas. El desaparecido animador de televisión chileno Felipe Camiroaga también tenía su animita en el espacio que funcionaba como estacionamiento en el canal de televisión donde trabajaba. Curiosamente este lugar desapareció por políticas dictadas por la estación.
Asimismo pueden encontrarse casos de personas ligadas al mundo del hampa y de la delincuencia, como el asesino y ladrón Émile Dubois, cuya animita se encuentra en Playa Ancha, Valparaíso. Otra es la de San Carlos, en tributo al Chacal de Nahueltoro, quien asesinó a su pareja y a los cinco hijos de ésta. Por otro lado está la del bandolero argentino José de los Santos Guayama. Por esta razón a menudo la Iglesia católica no ve con buenos ojos este tipo de culto, puesto que el margen de adoración que se lleva a cabo en este tipo animitas escapa al ejemplo de la vida de santidad que suele predicar la institución romana.
Animita de Emile Dubois en Playa Ancha, Valparaíso
El poder de las animitas para cumplir favores o “mandas” puede estar en constante cuestionamiento. La realidad indica que existen por miles y son un fenómeno que se niega a desaparecer. Mientras haya devotos que puedan ejercer la libre creencia en sucesos conectados con el “más allá”, este tipo de hagiografía urbana seguirá manifestándose en el tiempo y sobrevivirá a los embates de la modernización.
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