La revolución moral del cristianismo no sólo creó un espacio de aparición para los débiles y afligidos. El perdón y la compasión que predicaba el credo naciente en la figura de Jesús también alcanzó al género femenino, en contraposición con el desprecio de las mujeres presente (en aquella época) dentro de las tradiciones judías y romanas. Aún cuando resultaba imposible hablar de equidad entre sexos, las mujeres fueron partícipes de la construcción social al inicio de la fe cristiana.
Durante los primeros siglos de nuestra era, las mujeres predicaban la palabra de Cristo con el mismo énfasis que los hombres. Entre los textos de los padres de la Iglesia es común la mención de ambos géneros entre los mártires que predicaban la fe que habría de cambiar al mundo (tal y como detalla ampliamente el texto de Mar Marcos y Juana Torres al respecto); no obstante, la mejora paulatina de las condiciones femeninas que apuntaba hacia la igualdad entre géneros desapareció con la institucionalización de la Iglesia Cristiana.
María Magdalena era una representación mística, adorada con vehemencia por los primeros cristianos –especialmente los gnósticos–, que encontraban en su figura un símbolo de adoración y fidelidad a Cristo, con tal fuerza que incluso Pedro (el fundador de la Iglesia y principal discípulo de Jesús) pasaba a segundo término ante la devoción mariana.
Los Evangelios gnósticos encuentran en su figura a la discípula predilecta de Jesús, su compañera por encima de los demás apóstoles. No sólo eso: Magdalena también es reconocida por su propio maestro en distintas ocasiones y tal hecho manifiesta una rivalidad entre ella y Pedro por la preferencia de Jesús. Entonces, ¿cómo es posible que la versión más difundida de María Magdalena, piedra angular del cristianismo, sea la de prostituta arrepentida y perdonada por Cristo?
De apóstol de apóstoles a prostituta
Con el paso de los años y la conversión de la Iglesia a un esquema patriarcal, comenzado por el mismo Pedro como rector del catolicismo, la presencia histórica de una mujer apóstol parecía algo inconcebible. El papa Gregorio I, cuya afinidad con el pueblo romano se hizo patente durante su mandato (que experimentó invasiones bárbaras mientras expandía la fe cristiana y el poder de la institución) se encargó de convertir el ícono de María Magdalena de la discípula más querida de Jesús a la prostituta, que mejor ejemplifica el perdón.
El 21 de septiembre de 521, Gregorio I ofreció misa en la Basílica de San Clemente de Roma. Fiel a su costumbre inició su homilía, pero en esta ocasión tomó el personaje de María Magdalena para ejemplificar el perdón y, en un acto que habría de cambiar el rumbo de su imagen, unió distintos pasajes y personas de los evangelios, consolidando la figura de la apóstol que aún perdura hasta hoy:
«Ella, a quien Lucas llama mujer pecadora, a quien Juan llama María, creemos que es la María de la que fueron expulsados siete demonios, según nos cuenta Marcos. ¿Y qué significaban estos siete demonios sino los vicios?… está claro hermanos, que la mujer usó previamente el ungüento para perfumar su cuerpo en actos prohibidos. Eso que antes desplegaba de la manera más escandalosa es lo que ahora ofrece a Dios de la manera más admirable».
Las distintas mujeres a las que se refirió Gregorio I para formar una visión particular de Magdalena (que no existe como tal en los Evangelios) pueden rastrearse a través del cánon bíblico. La presencia de distintas «Marías» (María, la madre de Jesús y María de Betania) aporta a la confusión, lo mismo que la aparición de mujeres anónimas cuya identidad queda abierta a la interpretación, especialmente en el Evangelio de Lucas, cuando una «mujer pecadora que había en la ciudad» que entra a la casa de Simón el Fariseo en busca del perdón de Jesús (Lucas 7:36-50) es presentada un capítulo antes de la aparición de María Magdalena.
«Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, 2 y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios»
—Lucas 8:1-2
Sin despreciar –en apariencia– a María Magdalena, Gregorio I continuó su sermón, colocándola en un sitio del que aún después de un milenio, no ha logrado salir:
«Eso que antes desplegaba de la manera más escandalosa es lo que ahora ofrece a Dios de la manera más admirable (…) Ella se había tenido para todo deleite pero ahora se inmola a sí misma. Cambió la masa de sus crímenes por virtudes para servir eternamente a Dios por la penitencia, tanto como ella antes le había equivocadamente despreciado».
Hoy quedó atrás el ejemplo del perdón, la encarnación de la virtud y penitencia, mientras el grueso de las personas identifica a este personaje como la prostituta por antonomasia (aún y cuando la Iglesia se reconoce como Santa), una mujer que representa todos los vicios a los que se contrapone la moral cristiana, convertida y reducida casi sin querer en una pecadora cualquiera.
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