A menudo escuchamos que vivimos en la era de la modernidad, en la cual todas las cosas están destinadas a ser desechables. Durar poco tiempo para cumplir con un ciclo de vida y ser reemplazada con otras parece ser el destino de las cosas que usamos a diario. Cuando mencionamos que todo es pasajero también aludimos a las relaciones sociales que construimos. De acuerdo con el sociólogo polaco nos encontramos en lo que él mismo denomina “modernidad líquida”: estamos preparados para el cambio y buscamos que ante toda adversidad las situaciones se mantengan en constante transformación, pues no esperamos ni queremos que todo sea fijo y mucho menos que dure para siempre.
Es necesario mencionar la modernidad líquida para entender por qué como sociedad preferimos utilizar objetos desechables que podemos reemplazar fácilmente y cambiar infinidades de veces, en lugar de invertir dinero y tiempo en adquirir utensilios que garanticen su durabilidad. Hace aproximadamente 60 años, tras la aparición del plástico, parecía una buena idea utilizar objetos que fueran fabricados con materiales ligeros, que se emplearan una sola vez y que pudieran utilizarse para distintas actividades de acuerdo con su uso; sin embargo, no se pudo predecir que todo terminaría en la basura, creando pilas inmensas de desechos y que años después pondrían en riesgo incluso nuestra propia vida.
El plástico es el principal componente de los desechos que han sido hallados en distintas zonas del planeta. Tarda casi 400 años en degradarse y, de acuerdo con la revista National Geographic, tan sólo 12 % ha sido calcinado. Por otra parte, según un estudio publicado por Science Advances se han producido 8.300 millones de toneladas métricas de dicho material, mientras que de esa cantidad únicamente se recicla apenas 9 %, por lo que el resto termina como desecho no sólo en reservas y vertederos, sino en los extensos santuarios de vida que son los océanos.
De acuerdo con un estudio publicado en 2015 por la revista Scientific Reports, alrededor de 1,6 millones de kilómetros cuadrados de desechos se encuentran contenidos y flotando en el océano, que se le conoce como La Gran Mancha de Basura del Pacífico. Aunque su superficie no se conforma de ningún metro de tierra firme, también se ha denominado con el nombre de “La isla de basura”, debido a sus dimensiones y a la forma en la cual se mantiene.
Fue descubierta en 1997 y bautizada por Curtis Ebbesmeyer, un oceanógrafo de Seattle. La isla se ubica entre Hawái y California y, gracias a sus proporciones, se podría decir que representa dos veces el tamaño de Francia. La acumulación de residuos es tan grande que durante el mandato del exvicepresidente estadounidense Al Gore, un par de publicistas le pidieron que se convirtiera en el primer ciudadano de la ínsula, pues solicitaron que el montículo de basura se reconociera como tal. Unas 200 mil personas se sumaron a la iniciativa y pidieron su registro como ciudadanos. Tiempo después se le pidió a las Naciones Unidas que admitieran legalmente a la isla, aunque todo ello se trató de una maniobra publicitaria.
También llamada “Sopa tóxica”, actualmente es el objetivo de una campaña para limpiar el agua del océano y terminar con gran parte de la isla. El proyecto se encuentra a cargo de Boyan Slat, un joven danés de 23 años, quien además pertenece al equipo de The Ocean Cleanup Foundation, una organización que se creó para realizar dicha maniobra. Se han generado distintos estudios a través de la fundación para evaluar las posibles soluciones y poner a salvo el océano. Hasta ahora se sabe que 46 % de la basura y la mayor parte que la componen se constituye de equipo de pesca y redes fantasmas abandonadas.
Las investigaciones realizadas también demostraron que los objetos que fueron retirados de la enorme isla de basura que flota en el Océano Pacífico tenían pequeñas mordidas de peces, mientras que algunas tortugas rescatadas de zonas aledañas habían comido residuos de plástico. La cantidad ingerida representaba casi tres cuartas partes de su alimentación.
Botellas, hule, vidrio, madera, tapas de recipientes, envolturas y otros fragmentos forman parte de los desechos, que son el reflejo de la actividad humana y del poco cuidado que tenemos hacia la flora y fauna, sin mencionar que además figura como una de las principales causas de la amenaza ambiental. Los restos que fueron extraídos de la “Sopa tóxica” son de grandes dimensiones. Tan sólo 8 % de ellos se conforma de microplásticos y piezas menores a los 5 milímetros. Los especialistas estiman que al menos 20 % proviene del tsunami que ocurrió en Japón en 2011; no obstante, esto no nos salva de concientizar sobre los efectos que estamos causando en el medio ambiente.
Retirar los desechos del océano representa una enorme labor. Los costos de ejecución son elevados, pues se requiere tecnología especializada porque se necesita dar tratamiento oportuno a las toneladas tóxicas que se extraigan. Por otra parte, ningún gobierno se hace responsable de su aparición porque se encuentra en aguas internacionales. Asimismo es preciso considerar que no es la única flota de basura que existe.
Recordemos que al tirar basura fuera de los contenedores y al botarla únicamente en el piso no sólo estamos afectando calles y avenidas que pueden inundarse por desechos que obstruyen las alcantarillas y los sistemas de drenaje; también es necesario tener en cuenta que el destino que toda esa basura tiene es el mar, los océanos y ríos que inevitablemente la arrastran y provocan daños a las especies marinas. De acuerdo con el Foro Económico Mundial si no hacemos nada para evitar el consumo desmedido en plásticos, para 2050 habrá más basura que peces en el los océanos.
Algunos consejos te ayudarán a contribuir para cuidar el medio ambiente, mientras que puedes hacer uso de una diversidad de productos que contribuyen a disminuir los residuos del planeta.