“Me sentí como si hubiera conocido a mi alma gemela. Parecía como si nos gustaran las mismas cosas, compartiéramos los mismos intereses, nos llevábamos genial…”
Helen Steel y John Barker se conocieron en 1987. Ella era una defensora de la justicia social, y él, un chico con un oscuro pasado que sólo quería enamorarla, pasar la vida a su lado. Ambos comenzaron una relación llena de promesas que finalizó el verano de 1991, cuando a John lo sofocaron sus demonios internos y se marchó, dejando a Helen con un mar de preguntas en el aire.
“Ni siquiera sabía si estaba vivo o muerto y temía que intentara suicidarse”.
Helen no pudo dormir tranquila desde ese entonces, por lo que decidió rastrear a John mediante una copia de su certificado de nacimiento. Fue así como llegó a una casa donde le explicaron que el verdadero John Barker era un niño que había muerto a los 8 años. Nada para Helen tuvo sentido desde ese entonces: el hombre que ella amó le había mentido; no sabía su paradero, ni su verdadero nombre.
“Había sufrido una gran pérdida y al mismo tiempo tampoco podía explicárselo a nadie”.
Tras años de atar cabos, en 2010 Helen descubrió que su antigua pareja no se había suicidado, como mucho tiempo pensó; sino que había sido llamado por sus jefes para cesar el proyecto espía contra activismo político que mucho tiempo disfrazó de amor para ella: John Dines (su verdadero apellido) era en realidad un agente infiltrado enviado por la policía para vigilar los planes de labor social que emprendía Helen.
Todo fue orquestado por Scotland Yard, cuerpo policial de Londres para el que John trabajaba, que desde los ochenta hasta la primera década de los 2000 empleaba métodos como aquellos para espiar a los sindicalistas, defensores de los derechos civiles y del medio ambiente en el Reino Unido.
A John le otorgaron la identidad de un niño fallecido para infiltrarse en su misión durante cinco años. Tras abandonar el cuerpo de policía en 1994, Dines se mudó a Nueva Zelanda, pero en 2002 la policía le pagó la mudanza a Australia porque temían que Helen descubriera la verdad.
Pero ella no fue la única víctima. En 1985 Charlotte, activista medioambientalista, también se enamoró de un farsante con quien tuvo una relación de dos años, y un hijo. Bob Robinson es su nombre, y al igual que la historia anterior, un día desapareció dando un falso motivo. Habían atrapado a dos amigos de Charlotte por provocar un incendio en una fábrica de abrigos de piel; Bob huyó supuestamente: por temor a ser el siguiente detenido.
Charlotte descubrió la mentira en 2012, cuando encontró en el Daily Mail la foto de su exnovio. La nota en el diario decía que aquel sujeto había sido un policía infiltrado en el incendio del gran almacén.
Sólo fue la punta del iceberg que desenmascaró una sucia estrategia. Bob ya tenía esposa e hijos. A lo largo de su relación con Charlotte él siguió casado, e iba a su casa cuando no estaba trabajando. Durante el día era un espía que fingía ser un hombre cariñoso apoyando a su novia en las protestas; por las noches era un padre de familia.
Helen y Charlotte tan sólo fueron dos de las muchas mujeres inocentes, víctimas de una farsa planeada a detalle por un gobierno radicalista. Ellos entraron en su intimidad, fingieron adoptar sus ideales y poco a poco se ganaron su confianza y amor. Nada fue real. Al final del día todas las vivencias que en ellas fueron bellos recuerdos, quedaban plasmadas en un enorme reporte policiaco.
El noviembre pasado, tras una batalla legal de cuatro años, Scotland Yard pidió disculpas por haber empleado “relaciones basadas en el abuso y la manipulación”, e indemnizó económicamente a siete afectadas. De esa forma le puso precio a las secuelas emocionales y psicológicas de sus víctimas.
El pasado 9 de marzo Helen viajó a Australia para reencontrarse cara a cara con John, tras 24 años de su partida. Él sólo le pidió perdón, y de nuevo decidió guardar silencio. Hoy Helen lucha por el mundo, con el objetivo de evitar que ese tipo de medidas sigan siendo utilizadas por la policía.
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