Ya sea por miedo a un nihilismo metafísico o simplemente por no querer dejar de existir, diferentes religiones del mundo coinciden que hay una vida después de la muerte. A pesar de que este supuesto no se ha rectificado científicamente, el ser humano encuentra sosiego al creer que reencarnará en otro cuerpo o pasará a un plano superior donde la perfección es tangible. Este cúmulo de ideas post mortem están tan arraigadas en el imaginario de los grupos, que ellos mismos transgreden con la vida para venerar a la muerte.
En el antiguo Egipto la figura más importante en la sociedad eran los faraones. Ellos tenían a la mano un grupo de súbditos que los atendían en calidad de dioses terrenales. La religión dictaba que cuando su líder moría, aquellas personas que cuidaban de él debían ser enterradas vivas para garantizar el bienestar, la felicidad y la preservación del honor del difunto en el más allá. Este acto religioso se llamó anumarana y también exigía que los consejeros, amigos de confianza y esposas murieran con el faraón
Rituales similares se realizaron durante muchos siglos en distintas religiones y con algunas variantes. La forma más polémica de anumarana se ubica en la cultura hindú. En ese entonces, las esposas debían arrogarse a la pira funeraria de su marido; calcinarse vivas y morir como símbolo de fidelidad y recato.
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Tanto al rito, como a las mujeres que se quemaban con sus esposos se les llamó sati, palabra en sánscrito que significa mujer santa que juró el pativrata (voto de ser fiel al patrón o esposo). De acuerdo con algunos expertos, el origen del rito se remonta a principios de la era cristiana y fue divulgado por las crónicas de viajeros griegos, como Aristóbulo, Estrabo y Diódoro.
Los antropólogos y libres pensadores de nuestra época tienen un gran interés y repudio sobre la significación del sacrificio femenino. En el idioma sánscrito, sati es el participio femenino del verbo “ser”; la raíz sat significa “verdad”. De ahí que la palabra remita a una ‘mujer virtuosa’, ‘mujer casta’, ‘mujer fiel’.
El problema –visto desde una perspectiva occidental– es el deber intrínseco de las mujeres ante la muerte de su esposo. A la figura masculina se le atribuía un valor supremo que seguía venerándose después de su muerte. En cambio la importancia de la mujer se reducía a una sumisa acompañante carente de decisión propia que tiene la obligación de morir para no desamparar a su cónyuge en el más allá.
El rito también se realizó para que las mujeres no fueran tentadas a engañar a sus esposos durante su ausencia, porque a pesar que su cuerpo ya no existiera, su energía aún estaba presente en el mundo. De esta forma cuidaban que la esposa se mantuviera fiel a sus votos.
Hay que recalcar que estos actos eran parte de su religión y no podían ser negados o la mujer sería castigada de igual manera con la muerte. Dicha práctica se mantuvo vigente hasta que William Bentinck la prohibió durante la ocupación británica en 1829. Sin embargo, cuando el pueblo hindú recobró su facultad religiosa retomó dicho rito.
En Nepal, Jang Bahadur Rana hizo la primera restricción en 1853 del ritual, prohibiéndolo cuando la viuda era menor de 16 años o cuando tenían hijos menores de 9 años. En 1920 fue completamente abolida por el dictador Chandra Shamsher.
Las mujeres que mueren quemadas para acompañar a su esposo en la muerte son otro ejemplo de los extremos que pueden alcanzar las religiones. La supuesta contradicción radica en cómo los creyentes se apropian de rituales y los convierten en una regla infalible para que formen parte de una serie de mandatos divinos.
Los cristianos señalaron este sacrificio como un acto radical y a los antiguos creyentes como fanáticos, pero si su religión les exigiera algún acto violento contra sus cercanos, es muy probable que lo cumplan al pie de la letra sólo porque está dictado por las sagradas escrituras.
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Antes de calificar de manera negativa los actos de las mujeres sati es necesario recordar que la religión hindú creía en el renacimiento. Cuando se muere la consciencia se desprende del mundo material y comienza una travesía purificadora que culmina en la reencarnación.
Que las mujeres murieran sólo significó un cambio de cuerpo. Si quieres saber más sobre esta ideología puedes leer: “Reflexiones sobre la muerte a través de una experiencia budista” y “10 señales que prueban que tu alma ha reencarnado varias veces”.