Las mujeres son el origen de todo, y no digo esto como quien dice un compromiso pactado con el feminismo, ni como un enunciado laudatorio para el género, sino porque verdaderamente la Historia dicta que el mundo da vueltas alrededor de lo femenino.
Siguiendo la doctrina darwinista al pie de la letra, fueron las mujeres recolectoras de bayas, nueces y frutos en la Prehistoria las que descubrieron la agricultura mientras los varones salían de la cueva para buscar la carne del bisonte. Lo dice la Historia. Dice que los hombres tenían la fuerza para defender el hogar, mientras la mujer poseía la capacidad inigualable de dar la vida, de parir, de amamantar al neonato y de formar un hombre a imagen y semejanza del padre. ¡Vaya sorpresa la de los varones al darse cuenta de que el ser que tenían enfrente hacía surgir de sus entrañas un ser nuevo!
Fue la mujer la semilla del sedentarismo del hombre, la constructora de las grandes ciudades fundadas a los costados de los ríos. La mujer es asombrosa, porque posee cualidades de las que el hombre carece. La mujer es inigualable porque el hombre es perfectible ante una simple mirada de ojos grandes.
Es curioso pensar en un mundo machista que alguna vez en la historia existió un matriarcado, un gobierno erigido por las mujeres como el mito de la Diosa Blanca de Robert Graves, en el que la diosa Luna tenía capacidades únicas, siendo los hombres los consortes, los de abajo, los hijos de las madres que le arrebatarían el poder femenino en el año 400 antes de Cristo, instaurando desde entonces un régimen masculino, un patriarcado de fuerza y poder.
En el mundo mitológico la mujer rebasa el poderío masculino. Para la cultura hebrea, Eva no fue la primera mujer en la Tierra. Fue Lilit la primera pareja de Adán. A esta mujer le parecía humillante hacer el amor debajo del cuerpo del hombre. Lilit fue la primera feminista que se rebeló contra el patriarcado de Adán. Eva fue la primera mujer misteriosa y pensante, nacida del hombre mismo, que decidió rebasar los límites que marcaba la divinidad para establecer el pensamiento racional que surge de la curiosidad de querer asir el mundo en un solo fruto. Las acciones femeninas marcan lo negativo en el mundo machista. Eva comete el error para dejar la cicatriz de la que el mundo entero es culpable.
Engels veía en la mujer el inicio de la propiedad privada. La necesidad de los hombres por poseer se ve eclipsada por la idea de saber a quiénes heredarían lo poseído. En la cultura mexica del México prehispánico, la mujer virgen pertenecía a la familia, como un objeto, porque una virgen podía darle al padre la felicidad de saber que su hija sería sacrificada para ofrendar su sangre a los dioses famélicos del líquido escarlata y esto ameritaba a la familia de quien sería sacrificada, porque era suya, porque le pertenecía el alma de la mujer que es más frágil que el bien conocido pétalo de una rosa.
Las mujeres llegan a la vida para estructurar nuestro camino. Son diosas blancas que se pierden en los entresijos de nuestros propios silencios. Las mujeres cargan aún la loza que dicta que ellas son menos. Pero el mundo cambia deprisa, nadie se da cuenta del valor monumental que ahora se le adjudica a esos seres antes desdeñados.
Los hombres vivimos por la mujer, por lo que representa, por lo que dicta con una sola palabra que puede destartalar grandes gobiernos y poner a temblar sociedades bien estructuradas. Ahí estaba Margaret Thatcher, la más grande de los primeros ministros después de Winston Churchill. Ahí está Frida Kahlo, haciendo de su viejo panzón un sapo indomable que se atrevió a darle su cuerpo y su alma en una paleta de pinturas que lloraban. Ahí está Ángeles Mastretta, esa escritora poblana que se ha dedicado a pulir la figura femenina, con palabras bien acomodadas, dentro de la cultura machista de la literatura mexicana contemporánea. Ahí están Anna Karenina y Madame Bovary: las creadas. Ahí siguen Jane Austen, Agatha Christie, Alfonsina Storni, Gabriela Mistral, Sor Juana, Rosario Castellanos: ellas son las creadoras, las que fueron y van por la vida como quien surca sobre un velero en medio de la tempestad y con la corriente en su contra.
Las mujeres son el origen de todo, nadie lo dude, porque son ellas las que crean mundos paralelos, las que se presentan estoicas y audaces para arrebatarnos un fragmento de la vida a los hombres. Nos hacen como quieren, nos desvisten con el entrecejo fruncido para hacernos mirar cada uno de los errores y de las virtudes que poseemos como simples seres humanos.
Las mujeres son madres, esposas, novias y amantes; pero son algo más, algo que nos une y nos interconecta a ellas por un breve espacio. Las mujeres son un todo y el todo mismo es femenino. ¿Quién no ha dicho que Dios es mujer? Todos lo sabemos, todos los que somos y los que seremos escépticos ante la idea de una deidad masculina lo sabemos. Dios es mujer, porque Dios es el origen de todo. Todo fue creado por su palabra. Y Dios dijo, haya luz y hubo luz. Y la mujer dijo haya un Dios y hubo un Dios.
Tratamos de dejar estas palabras como un mensaje invisible para decirle al sexo femenino cuánto las amamos. Cuánta falta le hace al mundo regresar al matriarcado. Cuán cercana se ve la idea de un mundo femenino en un idealismo machista que permea al mundo entero. La mujer es el origen de todo y nadie, después de esto, cuestionará nuestro precepto.