«Él pudo jugar a ser el machote, pero no lo aceptó y se ganó el cariño del público, siendo auténtico».Julián Román
Agustín Lara, José Alfredo Jiménez, Juan Gabriel: esa es la trilogía que forjó en gran medida las formas de sentir y expresar el amor del mexicano, al menos desde los años 30 del siglo pasado.
El residente de las calles Homero y Edgar Allan Poe, en la colonia Polanco, Agustín Lara, fue un Baudelaire de congal, nuestro poeta maldito para usos populares: herido en un burdel por una corista llamada “Estrella”, de vida disipada, con adicciones, y fascinado con la imagen de la prostituta que, para fines poéticos, era “Pecadora”, “Vendedora de amor”, “Flor de tentación”, “Pervertida”.
Este “músico poeta” de nombre kilométrico (Ángel Agustín María Carlos Fausto Mariano Alfonso del Sagrado Corazón de Jesús Lara y Aguirre del Pino), logró conquistar a la diva más arrogante que ha tenido México: María Félix. En una entrevista ésta confesó cierto arrepentimiento por haberlo abandonado, así de seductor era el “flaco de oro” (o “el hueso que canta”). “Por favor, Agustín, no me dejes. Perdóname, voy a obedecer en todo lo que tú me digas”, se cuenta que le decía la inquebrantable mujer al delgado cantante que interpretaba sus letras a la mujer desde el extremo de la cursilería y hasta lo más sublime de la magia poética. Por eso resulta desconcertante que en una larga entrevista con Ricardo Garibay concluya diciendo “las mujeres sólo sirven para limpiarse el nabo”. ¿Y para eso tanto derroche de retórica ceremoniosa, melodramática y grandilocuente?
Si la recurrencia temática de Lara era la mujer en el imaginario del amor y la perdición, José Alfredo le agrega a esa misma inquietud otra obsesión, la dipsomanía: «que me sirvan de una vez pa’ todo el año, que me pienso seriamente emborrachar»; porque, ustedes saben, «llegó borracho el borracho, pidiendo cinco tequilas»; y así “en la última copa nos vamos”. Era trovador de un existencialismo nihilista y contundente: «la vida no vale nada, no vale nada la vida, comienza siempre llorando y así llorando se acaba». La primera frase de tal enunciado fue usada por Carlos Fuentes en su novela La muerte de Artemio Cruz, quien, sin embargo, le escamoteó el crédito al autor con una especie de implícito homenaje -quizá mayor-, pues atribuye la canción a lo popular mexicano. Al menos en una entrevista Fuentes lo deja ver así: «Cuando escribí esa obra no me pareció pertinente mencionar en el preludio a ese febril cantautor que había devorado nuestro imaginario. Su talento permeó la noche, la intimidad, todos los recodos de nuestra región más transparente y nuestras zonas sagradas».
Ambos, Lara y Jiménez, compusieron además sobresalientes piezas, muy alejadas de las citadas manías monotemáticas. Lo mismo ha hecho Juan Gabriel, con quien se completa la trilogía de “educadores” sentimentales de México; el querido Juanga que se canta en borracheras, que se lleva de serenata, cuya personalidad encarna de alguna manera la tradicional homosexualidad a la mexicana, esa que todos saben pero que nadie asume, y de la que mejor no se habla, empezando por Alberto Aguilera, su nombre verdadero: ¿Juan Gabriel es gay?, le preguntaron alguna vez, y la respuesta fue clara como la ambigüedad o el agua marina: “Dicen que lo que se ve no se pregunta, mijo”.
Poco o nula relevancia temática tiene su tendencia homoerótica en las letras que ha compuesto, pues sus canciones dan en el clavo de la sensibilidad del público, independientemente de las preferencias del autor.
Ese ícono de la música popular estrenó una telenovela a sus 65 años, la cual lleva por título el de una de sus canciones: “Hasta que te conocí”.
La serie televisiva es una especie de biografía, al punto de que “quien se pregunte por la causa del sufrimiento del Divo de Juárez (interpretado por el autor Julián Román), puede encontrar en la serie ‘Hasta que te conocí’ algunas respuestas”, asienta una nota de El País.
La producción es de Disney, SOMOS Productions y BTF Media para TNT, y el material textual que le da origen son grabaciones del propio Divo rememorando su vida.
Supongo que debe ser una puesta al día de más melodrama a la mexicana: amor a la madre, lucha por el éxito, sentimientos nobles, desamores, y algunas dosis de chantaje sentimental, a la altura, ni más ni menos de muchas de sus canciones.
Por lo pronto, y para no desentonar, Juan Gabriel sólo pudo ver en un principio hasta el capítulo 4, “porque lloraba, y lloraba y lloraba, y se le removió todo lo que no quería que se le removiera hace 40 años…”, comentó en una entrevista el actor Julián Román.
Se trata de la biografía autorizada de unos “ojos que han derramado tantas lágrimas por penas de dolor, de amor, de tantas despedidas, y de esperas…”, tra-la-la-lá…
La música de estos grandes acompañó numerosas películas del cine de oro mexicano, así que si quieres saber más sobre esta época de nuestro país, aquí puedes conocer a las divas del cien de Oro.
Este artículo fue publicado originalmente por Jacobo el 12 de julio de 2016 y ha sido actualizado por Cultura Colectiva.
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