Su superior le hizo al soldado Juan Castillo Morales una extraña petición: que lavara de inmediato sus ropas manchadas de sangre.
Castillo no preguntó ni cuestionó la encomienda. Se limitó a tomar las ropas de su General y dirigió sus pasos hacia la casa donde vivía en la calurosa ciudad de Tijuana. Durante el trayecto, sus propias ropas se mancharon con la sangre que quería borrar su superior. A los pocos minutos de salir de casa para regresar al cuartel y avisar sobre el cumplimiento de su misión, el joven soldado fue interceptado por un grupo de compañeros suyos y conducido a una celda.
Ahí, le dijeron que era el culpable de la violación y asesinato de una menor de edad cuyo cuerpo había sido encontrado hacía unas horas en un garaje abandonado. Sus ropas manchadas de sangre eran la prueba. La estrategia del General para no mancharse las manos y deshacerse del joven Castillo, de 24 años y nacido en Ixtaltepec, Oaxaca, fue llevarlo hasta el panteón de Puerta Blanca y aplicar la “ley fuga”, la cual consiste en simular es escape de un preso para acribillarlo.
Así acabó la vida de un inocente que había sido víctima de su superior, el verdadero culpable de la muerte de Olga Camacho, de tan sólo ocho años de edad. Quienes conocían al soldado decían que era incapaz de haber cometido un crimen semejante. Su corazón era noble, su carácter era tranquilo. Además era un devoto de la obediencia y la disciplina militar. Corría el año 1938.
Justo después de su muerte, cientos de personas se volcaron en la tumba de Castillo Morales para acompañar al joven que había sufrido el engaño de un sistema corrupto que protegía, tal y como ocurre en la actualidad, a los que tienen poder. Lágrimas, lamentos y una sensación de odio contra la impunidad despertaron una especie de fe dirigida al joven acribillado y sepultado.
Pronto, quienes estaban junto a su tumba y los que escuchaban la historia del soldado caído sintieron la necesidad de redimir lo ocurrido mediante la divinización del fallecido. A eso hay que sumar que cuando se intentó limpiar la sangre que había quedado derramada sobre el suelo del cementerio, fue imposible hacerlo.
El milagro que se necesitaba para su santificación estaba ante los ojos de la gente. Así, los pobres, los desamparados, los olvidados, los más afectados por un sistema injusto y los que buscaban un milagro de vida al cruzar la frontera, encontraron una figura a la cual ampararse. Nacía el culto a San Juan Soldado, santo no reconocido oficialmente por iglesia alguna pero creado y adoptado por el culto popular que muchas veces es mucho más fuerte que cualquier institución.
El documento escrito por Paul J. Vanderwood, Juan Soldado: Rapist, murderer, martyr, saint, es la investigación más completa que se ha hecho en torno al caso de este mártir. Fascinado por la historia de México, sus símbolos y su idiosincracia, Vanderwood ve en la historia del soldado convertido en santo un reflejo de un México que ha sido castigado de múltiples formas a lo largo de su historia. Canonizar a un hombre que fue víctima del poder es una manera de sanar un pasado histórico, hacer frente a la injusticia mediante la religión y lavar culpas.
La adoración a San Juan Soldado se demuestra con varios regalos en su tumba: veladoras, fotografías, fotocopias de las tarjetas de residencia que obtienen los mexicanos en los Estados Unidos. Sus fieles están convencidos de que si logran cruzar al otro lado de manera exitosa o si el gobierno norteamericano les da documentación oficial, fue gracias a su santo vestido de verde que respondió a sus oraciones.
Levi Vonk, periodista del diario The Atlantic y experto investigador en temas de migración de mexicanos y centroamericanos a los Estados Unidos, relata que una vez conoció a un migrante guatemalteco que le contó sobre este santo: «Escuché hablar sobre Juan Soldado hace algunos años. Le oré y me llevó al otro lado». Son muchos los peligros a los que los migrantes se enfrentan en su intento por cruzar la frontera. El culto a San Juan Soldado no sólo se ha posicionado desde hace tiempo en Tijuana sino que se ha extendido hasta América Central.
En Juan Soldado: Rapist, murderer, martyr, saint, su autor menciona la fe ciega y a veces irracional que existe entre algunos de los más devotos de la figura del soldado: «Se muy bien que no es un santo, porque el Papa no lo ha reconocido, pero hace milagros. Me los ha hecho. Le tengo mucha fe», dice una viuda de 62 años oriunda de Chihuahua quien, al momento de la investigación, llevaba asistiendo 16 años ininterrumpidos al santuario de Juan Soldado.
De este territorio viajan muchas personas para cruzar México y llegar a los estados fronterizos en un intento de buscar una vida supuestamente más digna en la Unión Americana. En su ferviente deseo de llegar con vida hasta su destino han hallado en el mártir una figura que los guíe con bien. Los migrantes sufren abusos de autoridad, agresiones físicas, secuestros y extorsiones a su paso por México. La fe es una elección personal para aferrarse a un deseo de bienestar espiritual que ha llevado a la creación de la oración a este soldado acusado falsamente de violación.
Sé por qué creo en tu inocencia, soldado.
Ni la leyenda, ni el mito, pero en la objetividad del presente;
en un país de ayer peor que el de hoy…
En un país sin cultura, sin justicia y corrupto;
Donde cualquiera puede seguir siendo “un Juan Soldado”,
pasan los años y siguen los “vivos” viviendo de los tontos y de los buenos.
Creo en las personas de entonces que creyeron en tu inocencia.
Hoy te llevé mi piedra y mi padre nuestro… Creo en tu inocencia y en tu poder de intercesión.
Ruega por nosotros, soldado Juan.
Paul J. Vanderwood rastrea los orígenes de este mito en puntos tan distantes como Chile y España, territorios en los que aparecen historias semejantes a las de Juan Soldado. Ambas tienen como protagonistas a un inocente que lucha en contra de las imposiciones sociales y culturales de sus época y territorios.
La historia chilena nos habla de un sujeto también llamado Juan, el hombre se casa con la hija de un poderoso cacique en contra de la voluntad de éste. El celoso padre viaja hasta el lugar donde la boda se celebrará con el deseo de asesinar a la pareja, pero cuando arriba se da cuenta que del pueblo ha desaparecido sin dejar rastro, aparentemente gracias a la intervención del esposo de su hija.
Los mitos se repiten, viajan por el mundo y se amoldan a las necesidades de un sector de la población. Juan Soldado es un ejemplo del enorme poder que tienen las creencias en el corazón de los hombres y cómo la desesperación y el hambre de justicia crean héroes de la nada. México ha sido una nación golpeada por sus gobernantes, el abuso de poder y la corrupción que deja impunes a los que merecen ser castigados. Juan Soldado es la canonización simbólica de un pueblo ansioso de rectificar su camino y hacer las paces consigo mismo.
*
También te puede interesar:
Asesinados por niños, desollados y otras 3 formas en que murieron los santos de la Iglesia Católica
De santo a proxeneta, la evolución de Santa Claus a través de la historia