Durante su primer viaje a Israel, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump visitó el Muro de los Lamentos. Siguiendo la tradición, el mandatario —usando un kipá—se dispuso a orar y a depositar una nota entre los espacios que separan algunos bloques de la construcción. Las críticas hacia este acto no se hicieron esperar; inmediatamente llegaron a las redes sociales toda clase de especulaciones acerca de lo que decía la nota que Trump depositó. Desde sucios garabatos hechos con crayones, hasta comparaciones entre los vestigios del gran templo de Jerusalén y el muro que presuntamente construirá en la frontera entre México y su país.
Aunque al líder le llegaban las burlas del cielo y todas partes del mundo, es muy probable que al mismo tiempo otras personas estuvieran recibiendo instrucciones o inspiración del mismo paraíso. Cada año, tanto en el Muro como en otros puntos estratégicos de Tierra Santa, aparece al menos una persona que asegura haber sido tocada por el Espíritu Santo o algún otro personaje bíblico. ¿Por qué? Simplemente por estar parados ahí y en ese preciso momento.
Quizá la anterior sea una representación chusca de la situación; sin embargo, se trata de un claro ejemplo de tales manifestaciones, pues aquellos visitantes que nunca han sido precisamente los más creyentes han sido víctimas de lo que se conoce como el Síndrome de Jerusalén.
Aunque hay psiquiatras que aseguran que este fenómeno sólo aparece en personas con antecedentes de problemas mentales, casos como el de un abogado sueco —presuntamente protestante y sin antecedentes mentales— que al llegar a Jerusalén comenzó a vestir sábanas y a recitar textos bíblicos, conmocionó a médicos como el israelí Moshe Kalian, quien adjudica estas alucinaciones a una especie de presión ejercida por los demás fieles y su exagerado sentido de religiosidad con el que, de una u otra forma, se sienten identificados.
Para sustentar su suposición, Kalian se basa en un estudio de 2010 en el cual se exime de todo padecimiento a los musulmanes que llegan a pararse frente a algún punto de reunión religiosa en Jerusalén. Por ello, casos como el de una mujer irlandesa que ingresó al hospital de Jerusalén asegurando que —sin estar embarazada— iba a dar a luz a nada menos que Jesucristo, apuntan a un fanatismo religioso que repentinamente explota en cuanto estas personas entran en contacto con un estímulo que los haga —por decirlo de alguna manera— perder la razón.
Aún no existe una causa bien definida que pueda ser identificada con este síndrome; hasta el momento la única solución es que los fanáticos, en caso de recurrir a actos violentos, sean reprendidos por las autoridades y puestos a disposición de instituciones mentales de la región. Mismas que evidentemente tienen experiencia tratando este tipo de situaciones que en otros hospitales ni siquiera se habían visto. Otro dato curioso y que aún no puede explicarse es que después de abandonar la antigua ciudad muchos de los pacientes no vuelven a presentar el síndrome.
Si bien los psiquiatras siguen buscando tanto la causa como la solución a este padecimiento, lo único que parece seguro es que algunas personas deben reconsiderar su devoción antes de que ésta termine por provocarles un daño realmente serio. Porque si lo que si el llamado síndrome de Jerusalén es ya un asunto de alarma, las posibilidades de que surja algo mucho más grave comienzan a multiplicarse tanto como lo hicieron las críticas hacia Trump.
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