Historia de una memoria
Me encontraba en la ciudad natal de un viejo amigo de la universidad, así que aprovechando la ocasión acordamos vernos en un café.
Llegué al café que acordamos. Cruzando la calle había una hermosa playa, se veía perfectamente desde la mesa donde me encontraba. Antes de entrar a la playa hay un paso hecho de madera, en el paso hay unas bancas con vista al horizonte, perfectas para ver los atardeceres.
Mi amigo llegó con un breve retraso. La mesera tomó nuestra orden y posteriormente nos sirvió lo pedido. Hablamos del pasado, de aquellos días en la universidad, los amores trágicos de cada uno, de los maestros que se tornaron nuestras pesadillas y de las fiestas alocadas. Hablamos de que fue la vida de cada uno después de separarnos. Hablamos de todo: del ayer, del hoy y del mañana.
En determinado momento, ya entrando el atardecer en aquel hermoso lugar, mi amigo apuntó con el dedo a una de las bancas del paso de madera, la banca quedaba directamente en línea con nuestra mesa. Me dijo que esa banca tenía una historia.
Hace muchos años hubo una pareja de enamorados, de esas que sólo se pueden ver junto al mar. Eran unos adolescentes, etapa en que el amor lo es todo. El chico, hijo de un pescador, la chica hija, de una florista. Ellos pasaban tardes completas en aquella playa donde se conocieron y se enamoraron. Nadaban, jugaban, pasaban horas buscando y encontrando cosas que la marea traía. Ellos habían pactado verse todos los días al atardecer en aquella banca. Alrededor de la misma hora, cuando el sol comienza a descender, se les podía ver a los dos ahí. Aquello era como una fotografía, los dos sentados en esa banca viendo el ocaso.
Un día aquel chico zarpó junto a su padre. En los noticieros lo anunciaron como una tormenta leve, nada de qué preocuparse. Aquella tormenta fue como un azote de los dioses, y aquel chico y su padre nunca regresaron.
Mi amigo volvió a apuntar hacia la banca del paso. La banca ahora estaba ocupada por una anciana, ella estaba inerte viendo el sol que estaba mitad dentro del mar, y mitad fuera. Mi amigo me dijo que ella era la chica de la historia, que todos estos años siguió cumpliendo aquella promesa hecha hace mucho tiempo. Ella lo hacía en la memoria de aquel chico que amo en ese lugar.
Mi amigo concluyó diciendo que, así como aquella pareja trágica tenía aquella banca y aquel atardecer, así cada persona que entra en nuestro corazón entra con un momento y un lugar especial, y así los recordamos, así perduran. Así aquella anciana sigue recordando su viejo amor en aquella banca al atardecer.
El sol se ocultó. Nos despedimos en la entrada del café, pero yo permanecí unos minutos más contemplando aquella banca; repasé una vez más su historia. Cruzando la calle, la volteé a ver, estaba ocupada por una pareja de adolescentes contemplando las estrellas. Sonreí.