Llegaron a las horas.
24 rastros celestes levitaron.
El zumbido de una abeja se equivocó de colmena;
reclutaba liendres y alfileres ensangrentados.
¡Hemos venido por ti! No pronunciaron.
Se trataba más bien de un cuadro
o, quizás, un cubo de azúcar que se esfumó revoloteando;
con sus patitas miopes y un centauro.
No,
las estrellas fugaces no perdonan a quién le mira
más bien la invocan,
entre miles de parásitos.
No, yo no soñé a eso
No, ese sueño fue un cuento
el más horrible de los bellos,
pero aún así me despierto con el amor que mis ojos arrancaron
de la calidez del espacio.