Las naciones no hacen a los hombres.
Las naciones no construyen
convicciones ni solidaridades;
tampoco otorgan deberes ni derechos
que realmente valgan la pena;
mucho menos reconocen
a los hombres como iguales.
El conflicto entre ellas
nunca implica a todos sus miembros.
A la nación hay que entenderla
como el primer síntoma,
de la enfermedad que ha contagiado
a toda nuestra colectividad humana,
a la patria única del mundo entero.
La pintura que acompaña a esta publicación fue realizada por el autor del texto y sirvió como inspiración para la realización del mismo.