Sale de su casa a las 2:30 de la mañana para evitar el tráfico y llegar puntual a su cita diaria con el trabajo; la luna lo acompaña mientras se traslada de Ciudad Juárez en México a El Paso, en Estados Unidos. Estaciona su auto en un centro comercial y duerme un poco más ya que, a las 7 de la mañana, debe dirigirse a la frontera que divide al poderoso Estados Unidos del indignado México.
Donald Trump sacudió al mundo y cambió las reglas de la diplomacia; sin pelos en la lengua amenazó a su vecino del sur con construir un muro que impidiera el paso de inmigrantes ilegales, porque ellos se quedan con los trabajos que muchos norteamericanos necesitan.
Luis no tiene que pagarle a un “pollero”, brincar mallas ni cruzar un río; una empresa lo contrató para reforzar la valla que divide la frontera de Estados Unidos con México con la finalidad de hacer más difícil el paso de los inmigrantes indocumentados.
No puede dar su nombre real, porque la empresa prohíbe a sus empleados dar entrevistas, por eso adoptó el nombre de “Luis” para contarle a la BBC su experiencia como habitante del país amenazado, pero trabajador del país que amenaza. Víctima y verdugo. La vida en ambos lados del muro.
“A mí no me molesta, realmente”, cuenta el mexicano, mientras toma un almuerzo cerca de la valla de la discordia. “Como mexicano tengo que ganarme la vida también, como todos, esto es lo más que puedo hacer: trabajar”.
“Tengo que trabajar para mantener a mi familia, sea en una valla o en un apartamento”, explica; sus palabras suenan más reales que las del sector de la población mexicana que decidieron arroparse con la bandera nacionalista de la unidad para derribar el muro y exigirle a Trump que olvide la idea de dividir la frontera.
Luis es el claro ejemplo de todos los migrantes mexicanos que salen del país para buscar un empleo “de lo que sea” que les permita ganar un sueldo suficiente para mantener a sus familias. El enemigo no es Trump, es la escasez de oportunidades, los sueldos bajos, las carencias, la pobreza. Esos son los verdaderos verdugos del mexicano que los llevan a emplearse hasta construyendo el famoso muro que tanto ha indignado a México.
La mayoría de los trabajadores de esa obra son mexicanos o de origen latino; en un día trabajando con el cemento y las varillas que refuerzan la frontera ganan lo equivalente a una semana de empleo formal en Ciudad Juárez. Cuando se tiene una familia que mantener, el bolsillo pesa más que el nacionalismo.
Los trabajos para reforzar la seguridad en la frontera comenzaron desde antes de que Donald Trump ganó las elecciones presidenciales y diera el primer paso para cumplir con su promesa: firmar la orden ejecutiva que dio luz verde a la construcción del gran muro.
“Es nomás para decir que no van a poder pasar, es lo más tonto que puede decir Trump, porque todos podemos pasar de una u otra forma, hasta nadando o volando”, afirma Luis. “Aunque esté el muro, de una u otra forma vamos a cruzar, el muro no nos va a impedir nada”.
Lo único que podría impedirlo es que las condiciones sociales, de seguridad y económicas que ofrece México a sus ciudadanos fueran mejores; sólo así los mexicanos dejarían de arriesgar sus vidas en busca de trabajo bien pagado y se quedarían en sus localidades, junto a sus familias, en su país.
Pero si eso no ocurre, ningún muro los va a detener.
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