“Recogimos los cristales rotos, metimos todas las botellas en sacos de papel, vaciamos los ceniceros, dormimos, nos despertamos, y yo estaba encima de ella actuando cuando oí una llave abriendo la puerta”.
Charles Bukoswski (Andernach, 1920 – San Pedro, California, 1994) y sus álter egos, beben y fornican sin cesar. Sólo quieren whisky y coger en callejones. Pero, a veces, también quieren un castillo en las colinas o un baño de vapor… aunque no por mucho tiempo. Y esas son las verdaderas agallas, no sólo aceptar la decadencia en la que se vive, sino abrazarla, amarla, mamar de ella (“Nada más que esto”).
“De cómo aman los muertos”, incluido en el libro recopilatorio Se Busca una Mujer (Charles Bukowski, traducción de Jorge Berlanga, Anagrama, 1987), Henry Hank Chinaski encarnó al autor para narrar una etapa de su vida llena de mierda, para enseñarnos que sí se puede vivir en ella y mejor aún… se puede flotar en ella.
Relato de lo que todos queremos ser, pero que jamás se nos ha permitido. Y cuando sí tenemos permiso, nos da miedo, salimos corriendo. Nos da pavor que nos guste tanto la basura que terminemos invitando a nuestros camaradas a vivir en ella. Pero en el fondo no tenemos agallas, ni drogas gratis, ni groupies, ni mucho menos amor en los tiempos de promociones del Oxxo.
¡Quiero ser Charles, maldita sea! Para coger y beber vino, para beber vino y coger. Pero carezco de negligencia y blasfemia para ser una verdadera outsider y llegar a algún “marchito hotel verde” o rojo o naranja o morado, y toparme de frente con personajes de su misma calaña (no de nuestro calibre): marginados sociales ávidos de drinks, exentos de todo pecado.
El relato es valioso porque ejemplifica y reúne la esencia de la mayoría de las obras de Bukowski, enaltece la premisa de contar historias a lo minimal, con personajes tan comunes que resultan exóticos… como lo que tú y yo jamás seremos. Because we suck.
Para Bukowski no existe la complejidad narrativa. No nos aproximamos a él para hallar escritores frustrados de la alta sociedad, sino friquis que han sido olvidados en hoteles, wanderers, todos aquellos que se alejan de las banalidades para arrojarse a los vicios y a la vida real que les tocó vivir. Dios mío, danos fuerzas para intentar robar botellas de licor, pelear en bares, juntarme con mujeres alcohólicas y cagarme en la calle.Y ese es el legado más punzante de Charles, que él pudo ser lo que nosotros todavía no somos, seres que aceptan los obstáculos de la vida sin más preámbulo, sin más quejas… sin ese maldito ego.
Su “mierda pura” es entrañable, al final se nos ha olvidado que “esto es América”. “No queríamos nada y no conseguíamos nada. Mierda dura […] ¡MALDITA MIERDA, ESE HIJO DE MALA MADRE!”.
Charles también es la honestidad sin pretensiones que la horda de los amantes de los chats privados anónimos hemos arrojado a la basura, secta de egoístas e hipócritas que jamás contaremos con la dicha/tino/fortuna de estar en el lugar indicado para presenciar siempre más escenas de terror: “no tenía más clase que un saltamontes. Sólo sentía miedo de que él tuviese la sensatez de volver a guardar las botellas y me dijera que me fuese a la mierda”. Otra lección: el sexo y el amor no son batallas. Es comedia, buffet de placeres y vicios:
“¿Cómo te vas a follar a alguien si estás viviendo en un callejón? ¿Cómo vas a dormir si todo el mundo ronca en el albergue de la Misión? ¿Y se rompen tus zapatos? ¿Y huelen? ¿Y es insano? Ni siquiera puedes mear sin mojarte, ver sin tener que cerrar los ojos o morirte sin sufrir. Necesitas cuatro paredes. Dadle a un hombre cuatro paredes y moverá el mundo”.
Aunque Charles es considerado por la comunidad literaria como el precursor del realismo sucio, deberíamos nombrarlo exclusivamente un autor realista. La palabra “sucio” es ya un adjetivo enjuiciador y él sólo se encargó de retratar la realidad tal y como la vivía, con la honestidad brutal que todos nosotros hemos olvidado, absortos en likes y tarifas de Uber. La suciedad no dependía de él. ¿Quién establece los parámetros para definir que algo es marrano?
El marginado de la sociedad californiana dichoso, que tuvo la elección gloriosa del autoexilio, proeza que ninguno de nosotros habrá de lograr jamás porque nos preocupa demasiado ser arrollados por el Metrobús un día de estos o caer en un charco de meados al día siguiente. Nos faltan agallas para amar como sólo los muertos en vida lo pueden hacer. Y por eso, Bukowski merece que levantemos la copa de vino que salió de un cartón y eructemos en la cara del amado.