¿Estamos solos en el Universo?
El mismo siglo XVI que inauguró Miguel Ángel recreando el mundo espiritual en el fresco de la Bóveda de la Capilla Sixtina (1508), se acercaba a su fin con Giordano Bruno imaginando la existencia de infinidad de soles, de tierras que acompañaran a tales soles y de infinitos Jesucristos creados por Dios (1584) y finalizaba de tajo con su ejecución, condenado a morir en la hoguera en 1600.
Steven J. Dick, astrónomo estadounidense y miembro del SETI (el proyecto más mediático en búsqueda de vida extraterrestre), afirma que cuando Newton asestó el golpe final al mundo secular que se construyó durante el Medioevo, dejó un vacío que en la modernidad que se llenó con el principio de búsqueda de vida extraterrestre.
¿Es probable que la Ley de la Gravitación Universal y el mecanicismo como nuevo principio regidor del Universo desplazaran al imaginario celestial, pero instalaran una noción más realista de seres ultraterrestres en la conciencia humana?
Según Scientific American, una investigación elaborada en North Dakota State University por el psicólogo Clay Routledge, existe una relación inversa entre creencias religiosas y la creencia en vida extraterrestre, de forma que aquellos que profesan una religión activamente (en especial el cristianismo en todas sus vertientes) suelen negar la posibilidad de la existencia de extraterrestres, mientras que las personas que se definen como ateas o agnósticas encuentran mucho más realista la existencia de seres de otros planetas.
Para Routledge, «Creer en vida inteligente extraterrestre es similar a la religión, pero sin depender de las doctrinas religiosas tradicionales que algunas personas han rechazado deliberadamente». Al mismo tiempo, afirma que no hace falta creer en fuerzas sobrenaturales o explicaciones incompatibles con la comprensión científica del mundo.
Asegura que estas personas «no creen en Dios, sino que buscan un significado más profundo fuera de nuestro mundo, el pensamiento de que no estamos solos en el Universo podría hacer que los seres humanos se sientan como parte de un drama cósmico más grande y significativo».
Tal vez (contrario a la crítica clásica), la religión no es más que un método primigenio de la humanidad para atreverse a pensar en seres inteligentes más allá de su propia especie y perder su halo característico de supremacía y unicidad. Es probable que el desarrollo del pensamiento secular sea una parte esencial de la noción moderna –y la que más se ajusta a planteamientos científicos– sobre vida inteligente de naturaleza extrahumana.
La búsqueda de vida extraterrestre en la actualidad pasa por algunos indicios esperanzadores encontrados en lunas y planetas del Sistema Solar (como el océano líquido debajo de la capa de hielo de Europa, luna de Júpiter; o la superficie de Marte y las pistas que remiten a un probable ciclo hidrológico marciano), el descubrimiento reciente de un sinfín de exoplanetas y la frialdad de la estadística, cuyo cálculo más conservador es en cierta forma similar al planteamiento que le costó la vida a Giordano Bruno.
A pesar de la falta de evidencia contundente para dar por hecho la existencia –o inexistencia– de vida extraterrestre y después de casi un siglo enviando señales de radio hacia el espacio en todas direcciones sin respuesta alguna, no tenemos ningún indicio que nos impida imaginar que el Universo del que somos parte rebosa de vida.
En el presente aún levantamos la mirada por encima de nuestras cabezas en busca de respuestas, aunque nos hacemos preguntas distintas a las guiadas por la fe, cuestionamientos motivados por la curiosidad, creatividad y sobre todo, el método más efectivo que conocemos para comprender el mundo –y más allá– de lo que nos rodea; la ciencia.
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