Las noches de la Belle Époque en la ciudad de París se miran desde el presente con una idea romántica acerca de aquellas horas que transcurrían entre largas tertulias sobre el arte y la vida, con una copa de vino en la mano y un lugar en primera fila en los cabarets que se convirtieron en el símbolo del placer y la vie bohème. Pero mientras los parisinos e intelectuales europeos veían en ellos la liberación y la modernidad, la realidad era muy distinta para las mujeres que trabajaban en los cabarets más famosos de Montmartre como Chat Noir y Moulin Rouge, quienes vivían entre los sueños inalcanzables, la diferencia entre clases sociales y la crueldad de la fama efímera y engañosa.
Este París del bajomundo fue retratado por el pintor Toulouse Lautrec, para quien estos refugios de prostitutas, artistas y grandes espectáculos resultaba un escape ideal donde sus limitaciones físicas no le impedían disfrutar de la aspiracional vida bohemia, al contrario en este mundo no había diferencias y todos hallaban su lugar en un ambiente de aparente libertad.
Las calles de París pronto se llenaron de anuncios protagonizados por las estrellas del cabaret, tan cotidianos en las avenidas que quizá pocos observaron realmente con atención sin saber que detrás de ellos se hallaba el pincel de uno de los más grandes pintores de la época: Henri Toulouse Lautrec. Él convirtió el espectáculo en arte, el cabaret en deseo y la publicidad en la representación del erotismo femenino. Convirtió así a las mujeres del cabaret en estrellas, en íconos de moda y belleza, generando un misticismo alrededor de sus personalidades y cubriéndolas con el misterio que se traduce en sensualidad y deseo.
En sus más famosos carteles podemos conocer la historia de las mujeres inmortalizadas por el artista, protagonistas del sueño nocturno parisino entre sus pasos de can can y la belleza de las líneas curvas que delinean en trazos sus caderas y largas piernas, además de narrar las historias de los cabarets y de quienes asistían a ellos en busca de diversión, anonimato y pasiones secretas.
Louise Weber, “La Goulue”
En el Moulin Rouge, esta bailarina de can can se convirtió en un éxito gracias a su apodo “la glotona” que se refería a su mañoso y bien pensado hábito de tomar las bebidas de los clientes del cabaret. Llama la atención que quien suele acompañarla en los retratos de Lautrec es uno de sus apostadores, Jacques Renaudin, también conocido como Valentin le Désossé, apodo que hace referencia a su “deshuesado” estilo de baile.
Proveniente de una familia judía pobre de Alsacia, al mudarse a París su madre atendía una lavandería y Louise solía ponerse la ropa de las mujeres ricas y fingir ser cualquiera de esas mujeres. Bailar en los cabarets le dio la oportunidad de ser quien siempre había querido, de escapar de la realidad de la pobreza y ser el centro de atención cada noche, entre las luces y el can can. Dejó el Moulin Rouge en 1895 para abrir su propio salón de baile, sin tener éxito en ese ni otros negocios posteriores. Cuando su fama comenzó a desvanecerse y el auge de los cabarets se perdió, ella se unió a una caravana gitana que recorría los suburbios franceses. Murió en 1929, y fue enterrada en el cementerio de Montmartre a sólo unas cuadras del Moulin Rouge.
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Reine de Joie
La “reina de la alegría” era el apodo de una cortesana, inspirado en el título homónimo de la novela de Victor Joze, vecino y amigo del artista, quien al conocerla encargó a Toulouse Lautrec un cartel que resultó escandaloso y censurado al considerarse una burla a las “complicadas” e inapropiadas relaciones entre la clase alta y las trabajadoras de los cabarets. Relaciones que eran un secreto a voces pero se escondían tras las puertas de los lugares del placer.
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Le Divan Japonais
Este club nocturno estaba decorado al estilo oriental, por lo que el cartel realizado por Lautrec retoma la estética de las estampas japonesas, un estilo que resultaba bastante atractivo para la sociedad parisina de ese momento. Lo interesante de la composición de este cartel es que la protagonista del espectáculo, la bailarina Yvette Guilbert, sólo resulta el pretexto y fondo de la imagen, incluso solamente se ve su cuerpo de hombros hacia abajo, aunque se distingue por sus particulares guantes negros de ópera que usaba en cada función.
El foco principal de la litografía son los dos miembros de la audiencia: la bailarina Jane Avril y el crítico musical Edouard Dujardin. Esta obra es testigo de quienes asistían como los verdaderos y privilegiados protagonistas de la vida bohemia mientras las bailarinas sólo eran el entretenimiento de la noche.
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Jane Avril
Jeanne Beaudon, conocida por su seudónimo Jane Avril, buscó a Toulouse- Lautrec para que diseñará para ella un cartel que promocionará su aparición en un salón de baile al aire libre llamado Jardín de París. Se convirtieron en buenos amigos, y él la retrató en docenas de litografías y pinturas. “Le debo la fama que disfruté, que data de su primer póster”, afirmó Jane.
La infancia de Jane transcurrió entre la pobreza y los golpes de su madre cuyos amantes mantenían sus gastos. Harta de la situación Jane huyó de su hogar, pero las autoridades la encontraron y, ante el modo tan agresivo en que reaccionó al verse atrapada, la encerraron en un asilo para enfermos mentales, donde fue atendida por el doctor Jean-Martin Charcot, especialista en “mujeres histéricas”. Fue precisamente allí, durante el transcurso de un baile para los empleados del hospital, que la forma de bailar de la jovencita llamó poderosamente la atención. Años después fue descubierta y contratada por el Moulin Rouge.
Su fama la llevó a viajar a Londres, donde Arthur Simons la describió como una figura alta, delgada, llena de gracia y distinción, de ojos azules. “Tenía un genio endiablado, aparte de lo cual era siempre adorable y excitable… una criatura de crueles pasiones; tenía fama de ser lesbiana… Nunca he conocido una mujer que sintiera una pasión tan absoluta por su propia belleza. Bailaba ante el espejo que había en el foso de la orquesta porque estaba loca por su cuerpo. Era tan increíblemente delgada y flexible que podía doblarse hacia atrás -como Salomé cuando bailaba ante Herodes y Herodías- hasta barrer el suelo con los hombros”.
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May Belfort
Jane Avril le presentó a Toulouse-Lautrec a May Belfort, una cantante irlandesa cuyo “personaje” era disfrazarse de niña y cantar con esa picardía canciones tan sugerentes como “Papá no me compraría a Bow-Wow”, el número que lanzó a la fama. Belfort encargó a Lautrec un póster para su función en el Petit Casino de Montmartre, con la petición especial de enfatizar a su gato negro, que era su marca registrada. Además, Belfort era la amante de la bailarina inglesa May Milton, para quien Toulouse-Lautrec también hizo un cartel.
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La compañía de Mademoiselle Eglantine
Jane Avril encargó este cartel a su amigo Toulouse-Lautrec para promover su aparición con la compañía a la que pertenecía, en el Palace Theatre de Londres.
A Avril le preocupaba que el público londinense no apreciara el espectáculo, pero sobre todo pidió a su amigo enfatizarla – en la orilla izquierda- para que se viera distinta a las demás y con cierta distancia, quizá por la preferencia de la bailarina por bailar sola. Uno de sus temores era perderse entre el resto de la compañía, lo que finalmente sucedió y al respecto Lautrec comentó que después de verla en el escenario junto a aquella elegante cuadrilla de cañones, uno podía ver a la joven bailar para el placer del público pero era imposible sólo verla a ella.
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