El arte, para algunos, es un mundo elitista al que pocos logran pertenecer. Pero quizá eso dependa de lo que hagas, de cuál sea tu campo y de tus objetivos. Al fin y al cabo el hombre más poderoso e importante del mundo del arte no es ni artista ni coleccionista. Estos suelen ser personas con alto nivel adquisitivo, como músicos o actores famosos. Incluso un narcotraficante tan prominente como Pablo Escobar, estaba interesado en adquirir piezas de alto valor monetario y artístico: su colección no tiene nada que envidiarle a la del Rey del Pop, por ejemplo.
Pero más allá de desentrañar quién tiene cuál obra y cuánto le costó, vale la pena detenerse a reflexionar en torno de esta práctica, pues tiene componentes ligados a los factores socioculturales y económicos que corren con los tiempos.
Los salones de mediados del siglo XIX regalaron al mundo del arte la figura del crítico. Los artistas eran por fin independientes, se habían liberado de las reglas establecidas de la academia y esto suponía el fin de la imposición de estilos. Una nueva puerta a la diversidad se abría. El artista como creador y defensor de su propio estilo, de su gusto, ayudado por el crítico, un experto que conocía el trabajo de los creadores y que con sus textos asesoraba a coleccionistas dispuestos a comprar.
Sin embargo, en el siglo XXI esta tendencia ha cambiado radicalmente. En su libro My Name is Charles Saatchi and I Am an Artoholic, el marchante y coleccionista Charles Saatchi comenta que la figura del crítico ha muerto, ya no existe. Esto se debe en gran medida a que los coleccionistas son los propios expertos y conocedores. Además, los grandes coleccionistas nunca se equivocan, jamás compran obras de un autor que no pertenece o pertenecerá a la élite de la historia del arte. En muchos sectores del arte se valoran las piezas como “comprada por” o “perteneciente a la colección de…”; el coleccionista que obtiene la obra es clave en el desarrollo de la carrera laboral del propio artista. Esta no es una idea actual, ya que desde la antigüedad se pueden encontrar diversos casos de mecenazgo artístico, como los Medici en el Renacimiento.
Playful Tiff, escultura de Charles Saatchi realizada por un artista anónimo
Con la modernidad cambió el panorama. El arte se ha mercantilizado. El mecenas pasó a ser marchante, por lo que el coleccionista se convirtió en un agente activo, creador de tendencia y estilo. Esta nueva realidad prepara la mesa para un escenario que de buenas a primeras parece contradictorio: los coleccionistas influyen en la historia del arte, tanto o más que un artista.
La influencia de Saatchi, publicista de profesión, en el mundo del arte es toda una huella. A principios de los años 90 convirtió a toda una generación de creadores británicos de la universidad de Goldsmiths en una corriente que hoy se puede encontrar en cualquier libro de historia del arte contemporáneo. Financió sus obras, se encargó de que expusieran en diversas ciudades y, gracias al marketing y el mercadeo, aumentó el valor económico de las obras que “sus artistas” producían. De esta manera compró el famoso “tiburón” de Damien Hirts por 5o mil libras, que posteriormente vendió a Steve Cohen por 12 millones de dólares. La colección ha complejizado su propia dinámica y se ha transformado en un campo de inversión, compra y venta. Desde una óptica anticapitalista, esto puede sonar, como mínimo, de mal gusto, pero la verdad es que hay que reconocer la labor del coleccionista en la valoración del arte y de sus protagonistas.
Phelps y Glenn D. Lowry, director del MoMA, posan junto a una obra de Alejandro Otero
Otro ejemplo interesante, se encuentra en la importante coleccionista venezolana Patricia Phelps de Cisneros, quien en numerosas ocasiones ha cedido en préstamo su colección a diversos museos de gran relevancia mundial. Un ejemplo de ello fue la exposición La invención concreta, en el Museo Reina Sofía de Madrid, en 2013. Además ha donado 102 obras latinoamericanas al Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York, recinto con el que además ha cooperado durante casi 30 años. La vocación por preservar y difundir el arte también es una de las virtudes de los coleccionistas.
Estos dos ejemplos, entre muchos otros, resumen la visión de dos investigadores que proporcionan al público su propia imagen del arte, pues han introducido parte de sus colecciones privadas en los museos y han creado sus propias galerías, exhibiciones, muestras, etc. Ellos brindan la posibilidad de acceder al arte, a su arte. Quizá, después de agradecer su labor, sería necesario preguntarse hasta dónde llega la libertad del espectador e incluso la del artista como creador.
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Coleccionar es comparable a acumular un tesoro, que a su vez se traduce en capital, en poder. ¿Sabes quién es el mayor coleccionista de arte y que obras tiene?