Una de las polémicas aparentemente irresolubles en la Historia del Arte más reciente tiene que ver con la autoría y originalidad de las obras que se tienen bajo resguardo. No sólo por un tema de todo el esfuerzo económico que hacen las instituciones privadas y gubernamentales para mantener y restaurar las obras bajo resguardo, sino por un intento profundo por mantener un patrimonio de la humanidad genuino, con los cuidados y consideraciones que cada una merece.
Es por esto que la comunidad científica, dentro del ámbito artístico, apoyándose de restauradores, químicos e historiadores del arte, ha enfocado parte de sus investigaciones a detectar falsificaciones de obras originales que se han vendido por cifras millonarias tanto a coleccionistas privados como a los museos más importantes del mundo. Sin duda, el papel protagónico en estos estudios se lo lleva el Instituto Italiano de Física Nuclear, que en 2014 encontró una relación directa entre las explosiones atómicas de 1945 y la autenticidad de distintas obras de arte.
Pier Andrea Mandò, uno de los jefes de la división florentina del IIFN, explicó en una entrevista para el Museo Guggenheim que, después de las pruebas nucleares a mediados del siglo pasado, se encontraron concentraciones de carbono 14 significativas que no existían antes en el ambiente de manera natural. Esta variación de carbono se adhiere al algodón de los lienzos, producidos luego de esta etapa de experimentación nuclear, lo cual ayuda a determinar la edad real de la obra en cuestión: las pinturas producidas antes de 1945 no tienen esta variación radioactiva en su superficie, no originalmente.
Después de 550 detonaciones atómicas entre 1945 y 1963, los grandes dirigentes del mundo decidieron detener las pruebas de armamento nuclear. No únicamente por el grave impacto ambiental que estaba teniendo en la corteza terrestre, sino por la carga histórica que implicaba el uso de este tipo de tecnología. Los avances científicos logrados por la energía nuclear generaron rechazo en la comunidad internacional, dada la crisis humanitaria perpetuada en Hiroshima y Nagasaki por Estados Unidos. Sin embargo, casi media década después, las consecuencias de la tragedia pueden apreciarse desde otros ámbitos del quehacer humano.
Muchos de los grandes plagios de la Historia del Arte se han podido develar con este nuevo método de verificación. Gracias al escepticismo que siempre ha existido en torno a la autenticidad de las obras, los avances científicos han logrado limpiar los repertorios de las grandes instituciones artísticas del mundo. Más aún porque basta solamente una esquina de las pinturas estudiadas para revelar su legitimidad.
A pesar de las decisiones funestas de las súper-potencias durante la Guerra Fría, al menos una luz casi mínima se asoma en las tinieblas: de las decantaciones nucleares puede salvarse la veracidad de las colecciones más trascendentes de la Historia del Arte, como un aliciente incidental.
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