¿Cómo comenzaría un texto un pretencioso para hablar de pretenciosos? Seguramente citando a Bourdieu y su libro “La distinción” para solventar algunos argumentos sobre el consumo simbólico en diferentes industrias culturales. El autor asegura que…, Según sus postulados podemos concluir que… con énfasis en los marcadores privilegiados que dotan a alguien de clase o con referencias a las jerarquías sociales de los consumidores culturales, nos haría notar que ahora la cultura ya no es algo al alcance de las clases privilegiadas, sino una especie de peldaño que le permitirá al resto de los esnobs acercarse a la posición que desea en su espacio social.
En realidad, los pretenciosos son los mejores para calificar a otros como “mundanos” o “pedantes” porque en un mundo en el que importa más el consumo simbólico para adquirir estatus, ha quedado atrás la lucha de clases socioeconómicas para formar luchas de clases culturales. Muchos son descalificados y ni siquiera entran en la batalla casi campal para adquirir cultura. Atrás quedaron las familias nobles que heredaban el poder y las riquezas de generación a generación; en cambio, tenemos títulos de nobleza adquiridos por la educación y la cultura.
Sin embargo, gracias a esta cultura fugaz, llena de vacíos y postulados efímeros, preferimos las obras que están a nuestro alcance para sentirnos felices y regocijarnos por conocerlas. Tal como las señoras gordas de las películas de Disney de clases aristocráticas, nos regodeamos entre nuestra experiencia y de algún modo parecemos más que insulsos al hacerlo. Somos esos que exaltan sus atributos sólo para hacer notar toda su ignorancia e inexperiencia.
El símil está desgastado pero no por eso dejaremos de mencionarlo en un artículo de, para y por los pretenciosos. Tal como el cuento de Hans Christian Andersen “El nuevo traje del emperador”, en un mundo lleno de ignorantes y presumidos que buscan parecer intelectuales, decimos cosas sinsentido y los demás sólo afirman con la cabeza por miedo a parecer estúpidos ante las críticas del resto.
“-¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso es todo!
Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser detenido por incapaz en su cargo o por estúpido. Ningún traje del Monarca había tenido tanto éxito como aquél.
-¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño.
-¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño.
-¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada!
-¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero.
Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: «Hay que aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola.”.
Hemos devaluado el conocimiento erudito para basarnos en la competencia cultural que nos separe del resto. Esos que interpretan y razonan lo que ven se convierten en una especie ajena… a nosotros sólo nos importa el consumo inmediato aunque sea austero y banal y, por supuesto, nos dedicamos a hacerle saber al resto todo lo que conocemos, de lo que somos capaces y cuántos nombres estamos dispuestos a decir en pocos segundos.
¿Eres un pretencioso? Aquí algunas señales que separan a los pretenciosos y su nivel de desconocimiento respecto al arte para dotar a una obra de calificativos vacuos y sinsentido.
Pretencioso básico y superficial
Dispuesto a decir todo lo que ve y oye alrededor, se guía por las modas pasajeras y los artistas más famosos aunque sólo conozca una o dos obras de su amplio repertorio. En este nivel básico entran, por supuesto, los amantes de Frida Kahlo, van Gogh, Dalí, Da Vinci, Miguel Ángel, Munch o Monet.
Un joven que no sepa en realidad en quién se basa o de quién se inspiró la obra de van Gogh pero conozca sus noches estrelladas y los problemas mentales que sufrió el pintor. Este joven pretencioso tampoco tiene la mínima idea de que Diego fue quien le pidió a Frida que se vistiera como tehuana pero sabe del dolor por el que pasó cuando sufrió su terrible accidente en tranvía o de las infidelidades que sufrió por su esposo artista.
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Pretencioso en contra del sistema
También conocido como aquél que ama a Avelina Lésper (una de las críticas de arte más importantes de nuestro país), este pretencioso busca descalificar al arte contemporáneo por su poco entendimiento hacia él. Como los románticos, anhela el tiempo perdido y cree que el pasado fue una época mejor, llena de esperanza, vida y verdadero arte. Son escolásticos y los más duros para cambiar de opinión y si comienzas una discusión con uno, por más argumentos que tengas, perderás.
Enaltecen la obra de Caravaggio, Manet, Edgar Degas, Rubens, Hopper o Rembrandt; creyendo, por supuesto, que el arte refleja la realidad.
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Pretencioso informado
Tal vez el menos irritante de todos. Tiene las herramientas y el conocimiento vital para hablar de arte y del porqué prefiere a un artista que otro pero no acepta opiniones contrarias. Ama u odia el arte contemporáneo pero lo hace porque desde su punto de vista, algo exalta o disminuye la virtud de este tipo de arte. Evita las definiciones cerradas de arte porque sabe que no existen y es perspicaz con su selección de pintores y obras que admira.
Sin embargo, la peor característica de este sujeto informado es su presunción ante el resto. “¿No habías escuchado hablar de El Greco?”, después ríe y sin dar explicaciones, se marcha para que conserves tus dudas hasta que tú mismo las aclares. Esto lo convierte en el peor de todos porque en lugar de hacer del conocimiento algo común, lo conserva para nunca dejar de estar un peldaño arriba de ti.
El Greco, El Bosco, Kandinsky, Pollock, Miró, Picasso o Bacon son pintores que los pretenciosos informados aman.
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El pretencioso amante del arte comercial
Fieles seguidores de Andy Warhol y Dalí porque a ellos les debemos algunos de los más icónicos diseños de marcas. Para ellos, el arte debe ser bonito y hasta kitsch, por no decir que no importa el contexto ni la interpretación de la obra, sino simplemente que luzca agradable al ojo.
Evidentemente el arte pop es su vanguardia artística favorita y representantes como Jeff Koons, Warhol (como ya dijimos), Keith Haring los vuelven locos. Además, no olvidan a los impresionistas como Renoir y el pintor del beso, Gustav Klimt.
¿Quieres saber por qué todo el mundo odia a Renoir? Da click aquí.
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Pretencioso intelectualoide
El amante del arte contemporáneo, los performance, el imperio de lo efímero. Idolatran a Duchamp y el cambio paradigmático que logró con su fuente. Adoran a Marina Abramovic, Yoko Ono y el feminismo latente en medio de una sala de exposición. Su dios es Gerhard Richter con movimientos de brocha fugaces que dan impresiones de luz en el lienzo y siguen la obra de pintores abstractos como Mondrian o Malevich con devoción.
Para ellos el arte contemporáneo es la máxima expresión, el culmen alcanzado por los artistas. Descalifican, evidentemente, el arte figurativo y los lienzos renacentistas porque sólo eran un reflejo de la realidad, sin nada que proponer.
¿Te identificaste con algún pretencioso? Seguramente sí, igual que yo cuando hacía el texto. Y es que la pretensión es parte del habitus colectivo. Del imaginario de un grupo que sin querer se ha transformado en masa. Tan humanos como siempre, nos guiamos por los instintos y el poder que genera sobre nosotros la presión social. Somos pretenciosos y esnobs pero no existe remedio para dejar de serlo, así que, acéptalo con la ironía suficiente y dinos qué tipo de pretencioso eres.