Eduardo Mata Icaza es un artista costarricense quien a lo largo de su trayectoria ha manejado distintos estilos que parecen alinearse con la Historia del Arte, pues del impresionismo se dirigió al expresionismo. No obstante, sus obras parecen siempre estar enclavadas en cuestionar la existencia.
Sus primeros trabajos fueron naturalezas muertas, género que desde el Barroco se instauró como recordatorio de la fugacidad de la existencia humana. Posteriormente, Mata desarrolló un trazo expresionista, líneas gruesas y tajantes que transmiten su necesidad por hablar desde el interior, no simplemente como un gesto autoexplorativo sino de indagación sobre cuestiones universales. En estas obras, Mata nos enfrenta a personajes anónimos quienes nos desafían con ojos ensombrecidos en los que no se puede encontrar consuelo, sino angustia; son personajes sin boca que sin embargo gritan desgarradoramente.
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Después no quedan más que pedazos, trozos de cuerpo sumergidos en masas abstractas de colores sombríos y confrontados a líneas que con violencia cortan el plano. No hace falta ver los cuerpos completos para percibirlos dolientes, contraídos por algún malestar emocional más que físico. El juego entre lo naturalista y lo abstracto revela el afán del artista por plasmar una realidad contradictoria y accidentada.
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Poco a poco el trazo deja de ser agresivo y se vuelve melancólico. Mata nos sitúa ahora frente a hombres y mujeres quienes no pueden sostenernos la mirada, prefieren refugiarse en el silencio y la quietud de un no-lugar denso y monocromo. Los cuerpos dolientes de sus primeras obras ahora se perciben ensimismados. Pareciera que habitan en una especie de limbo donde la propia existencia es puesta entre signos de interrogación.
Mata pinta hombres fragmentados, rostros y cuerpos que se disuelven y se convierten en machas etéreas consumidos por la nada, por el vacío… ¿de su propia existencia? En su más reciente trabajo se representa el momento preciso de la desmaterialización. Un sofá o una silla se vuelven la isla donde estos hombres deciden autoexiliarse pero, al permanecen estáticos, el tiempo pasa sobre ellos borrando sus rostros. Estas obras hacen sentir la fragilidad de la identidad y la existencia, pues pareciera que basta un solo brochazo para desvanecerlas.
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