¿Cómo es que en medio de inauguraciones donde la gente está incómoda entre sí, rara vez presta más atención a la exposición que al vino y dentro de muestras donde el escándalo llama mejor a la audiencia, se descubre el alcance insubordinado y transformador del arte? ¿Hasta dónde es capaz de dirigirse la insurrección si ésta es arrancada desde la exclusividad de una art fair? Tomemos por ejemplo la última gira mundial que tuvo la obra de Yayoi Kusama en la que cientos de miles de asistentes debían pasar horas en fila para, finalmente, entrar dos minutos a una sala en donde no tenían claro lo que sucedía o en la que debían actuar de acuerdo a lo ya bien masticado por los medios y los textos curatoriales. Las propuestas de emancipación humana que abre el arte contemporáneo, ésas que critican al error de las instituciones y denuncian a la política actual, que inauguran otras formas de ver al mundo y al infinito, ¿arriban a su objetivo desde el sistema mismo al que acusan? Sí, y es una total ironía, pero es así.
Al arte se le puede tratar desde muy diversas vías. Allí están la filosofía, la antropología, la sociología, la semiótica y demás campos especializados para demostrarlo; sin embargo, para hacerlo desde un horizonte no necesariamente iniciado en una disciplina tan dura como las que acabamos de mencionar, está la del simple espectador que todos somos. La del sujeto que sólo carga con un bagaje cultural y de vida, la de un hombre o una mujer atravesados por sus experiencias y sistemas de creencia. Aunque todavía existamos quienes no apoyan la idea de que al arte hay que acercársele con las manos vacías, tampoco debemos ser extremistas y proclamar apreciaciones exquisitas, sublimes y elitistas en torno a sus prácticas; en cambio, debemos entender que el público así se aproxima a un museo la mayor de las veces, por ejemplo, y que es tarea entonces de otros el estudiar aquello que resulte tras esto. En muchas ocasiones el encuentro entre producción e individuo genera las problematizaciones más ricas que jamás podremos encontrar.
Justo así se ha consolidado, establecido y perpetuado el arte contemporáneo. Su impenetrabilidad o sus múltiples discursos a partir de sus renuncias y radicalizaciones de (re)presentación, son los puntos que han ocasionado, sí, una mirada reacia hacia las nuevas prácticas, pero también su afianzamiento. Aunque éste caiga en ridiculizaciones o sea tildado de vacío, de hecho critica eso mismo desde las condiciones propias que le son imputadas; en efecto, no podemos decir que el arte contemporáneo no sea una farsa, porque realmente lo es. Lo que necesitamos ver es que esa comedia arroja y exhibe todo lo desgraciada que está nuestra sociedad, lo deprimente que es el mundo del arte y lo fallida que es esta revolución estética que iniciamos a finales del XX –si lo ponemos en términos de Walter Benjamin–.
En pos de que seas libre para formar un criterio propio al respecto y veas efectivamente por qué y cómo es que el ejercicio del arte se ha tenido que incrustar en los magnos regímenes para enjuiciarlos, y entonces parecer la hipocresía burlona más grande de todas, lee cuidadosamente los siguientes puntos y analiza todas sus aristas.
Para empezar, los coleccionistas de arte tratan a éste no como tal sino como inversión, no le ven como vehículo de denuncia sino como oportunidades, y estas personas a su vez son sujetos que no son afectados por la economía que vivimos y muchas veces denuncia el arte contemporáneo. Y aunque este propósito no sea uno de los principales en la producción, sí puede ser un gran ejemplo al momento de obviar la fetichización de un producto que no importa, en tanto arte, para los ojos de los negociantes. Así, ¿el arte contemporáneo engaña al público general o nos hace espectadores de algo más importante: la burla hacia esferas ultraderechistas? Ambas. A manera de una paradoja total el arte contemporáneo abandona su carácter inclusivo por otro exclusivo que le sostenga como negocio y que a fin de cuentas no hace más que demostrar los vacíos entre sus compradores.
También están allí las fábricas de arte. Sí, muy a lo Jeff Koons, a lo Andy Warhol, espacios donde el artista no se vincula con la obra más que en términos eidéticos y busca la producción en masa. Acto y actitud deplorable para algunos, mas ¿no es a partir de esta acción tecno-instrumentalizada que los paradigmas de nuestra sociedad actual ridiculizan a los inversionistas, coleccionistas y altos dirigentes de empresas financieras? El problema es colocarse en el mercado, claro, pero ahí hay un tema más que trataremos en otra ocasión.
Por último, el arte que intenta romper con los códigos tradicionales debe sucumbir a los círculos de donación o financiamiento, entonces ¿qué tan disidente es en realidad? Si lo pensamos, parece ser que suficiente. Tergiversar el sentido y convencer a esos grupos de que su mejor opción es criticarse y dar una apariencia mucho más “sensata” de lo que en verdad son, es la tarea irónica por excelencia, es la mofa perfecta de todo lo que ocurre a nuestro alrededor.
La ironía es por definición ese acto que resulta ser contrario a lo que se esperaba o una expresión que da la vuelta al mensaje que de hecho se quiere enviar; entonces, el arte es justamente la mejor ilustración de esta palabra. El arte contemporáneo es una ironía en diferentes niveles. Es la crítica que no parece crítica, pero en realidad lo es cuando sus medios de producción son la crítica en sí misma. Para completar este panorama, puedes leer esas 8 cosas que te hacen dudar del arte contemporáneo y sobre El artista mexicano que abrió un OXXO para criticar el arte contemporáneo.