El pintor maldito no pudo irse con una historia más trágica. Se encargó de destruirle la vida a todas sus amantes y al gran amor de su vida, quien, en cuanto supo que el pintor había muerto, llegó a su hogar, un departamento parisino que compartía con sus padres. No esperó ni un segundo, ella sabía que no podría vivir y contemplar el mundo sin su amante, sin su cómplice, sin el ebrio que la hacía sentir en un éxtasis infinito. Abrió las ventanas del quinto piso en la Rue Amyot y saltó a la calle para acabar con su dolor.
Modigliani la había abandonado, pero no sólo provocó su muerte sino que la mayoría de sus amantes sufrieron el mismo destino que su amada Jeanne Hébuterne. En realidad, era un hombre sin mucho chiste. Su vida estaba llena de excesos: adicto al alcohol, las drogas y las mujeres. Era de estatura baja, egoísta narcisista y maltratador pero con un carisma que hacía que ellas se rindieran a sus pies y lo amaran con abrupta e incoherente intensidad.
Nació en Livorno, Italia y fue un gran exponente de la Escuela de París, su estilo no se compara al de ningún otro pintor ni ninguna vanguardia. Ojos intensos y cabezas alargadas que simbolizaban más que simplemente un retrato hermoso. Maltrató a sus parejas física y mentalmente pero ninguna lo olvidó.
Modigliani el maldito, el loco, el enfermo de tuberculosis, el amante único que ninguna podía olvidar. Su obra refleja su vida: nocturna, oscura, llena de excesos y en profunda melancolía. Era considerado un paria pero sus desnudos y retratos ahora son piezas clave que se venden en miles de dólares. Aprendió a amar los desnudos que supo tornear en la Scuola Libera di Nudo en Florencia. Él sabía que los desnudos y su brocha permanecerían hasta que encontrara al verdadero amor y en la búsqueda de este secreto del mundo, ni un instante, dejó de retratar a sus amantes desnudas con su pincel.
En Venecia se sintió libre y poderoso: el lugar donde conoció sus más grandes excesos. Sabía que su vida estaba mal pero nunca pudo hacer algo para remediarlo. Desperdiciando su talento siempre embriagado por el alcohol, regresó a Livorno para descansar de esa vida pero no pudo. Se sentía aprisionado y viajó a Montparnasse para dedicarse a la escultura. La escultura se convirtió en su pasión frustrada. Siempre fue débil y lleno de malestares, el polvo de la piedra para esculpir, le provocaba intensas toses que decidió evitar explorando sólo la pintura.
Una de sus mujeres fue arrojada contra un cristal, otra de ellas perdió para siempre su belleza cuando Modigliani decidió marcar su rostro con cristales rotos. En las noches siempre tenía a su lado hachís, cocaína, absenta, alcohol y mujeres. Buscaba vivir con toda intensidad y ese objetivo era la mejor manera para justificar sus excesos. Murió a los 35 años lleno de infecciones. Picasso, Brancusi, Cocteau sabían que estaba maldito. Él mismo lo sabía. “Maudit” maldito en francés, la misma pronunciación que Modi. Por eso, los otros pintores siempre apelaron al simbólico diminutivo.
Conoció el amor de las prostitutas muy joven y cuando llegó a París, tuvo que vivir en las habitaciones de sus amantes. Desde los 16 sufrió tuberculosis pero su enfermedad no le impidió tener a cuanta mujer quisiera y ellas se convertían en las modelos de sus obras: dependientas, lavanderas, fanáticas del arte, estudiantes de la academia de pintura, todas fueron sus musas, sus compañeras de cama y amantes. Todas quedan vivas en las impresiones de sus pinturas.
Cada pintura tiene alma, le dice “te amo” al pintor maldito que se aprovechaba de ellas. Vivió bajo su lema: “pintar a una mujer es poseerla”. Poseyó a la actriz Elvira, a la modelo negra Aicha, a Gaby, a Adrienne, la señora Menier, a Renée, Hanka Zborowska, Louise, la argelina Almaisa. Todas lo amaron, sintieron su muerte con dolor, les gustaba estar a su lado aunque tuvieran que compartir su atención con las drogas y el alcohol.
La poeta rusa Anna Ajmátova y el pintor se enamoraron aunque ella estaba de luna de piel con el otro poeta ruso Nicolai Gumilev. Esto no importó. Modigliani tenía 26 años y ella 21. Pasaron juntos el verano de 1911 y los dos tuvieron un talento creativo como en ninguna otra época. Él la dibujó 20 veces pero estos cuadros se perdieron en el sitio de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial y Anna cayó bajo la maldición futura de sufrir una vida llena de desventura.
En 1921 su primer marido es acusado de traición y fusilado, su hijo fue arrestado y deportado a Siberia. Su último marido, Punin, murió en un campo de concentración en 1938. Ella fue acusada de traición, deportada, su poemas prohibidos y ella sola enfrentando al mundo hasta que en 1990 murió de un infarto.
Amedeo Modigliani también entabló una relación amorosa con la escritora y periodista de Sudáfrica Beatrice Hastings, “era un cerdo y una perla, hachís y brandy, ferocidad y glotonería”. En una ocasión, él la arrojó contra un cristal. Pasaron los años y un buen día, Hastings metió la cabeza en el horno de gas y acabó con su vida.
Simone Thiroux, su amor secreto, también sufrió por el “cariño” que el pintor extrañamente profesaba. Cuando esta joven canadiense había llegado a París para compartir con el círculo intelectual sus escritos, conoció a Modigliani quien rápidamente la encantó. Era hermosa, elegante, y alta pero su error fue seguir el juego de excesos que el pintor le propuso entrelíneas. En una noche, cuando el delirio etílico lo atacó, marcó su cara con un vaso roto y aseguró que el hijo que ella esperaba, porque estaba embarazada, no era de él. Cuando el pequeño nació, ella lo dio en adopción: “No puedo estar sin ti, necesito que no me odies. Un poco de cariño me haría mucho bien”, le escribió, pero él nunca respondió. Un año más tarde, murió de tuberculosis.
Nina Hamnet, Lunia Czechowska, María Vassilieff, Burty Haviland, sus musas y él su martirio de amor. En 1917 conoció a Jeanne Hébuterne. Ella tenía 16 y él 33. Empezaron una relación amorosa y a finales de 1918 tuvieron su primera hija. Modigliani estaba cada vez peor de salud y su amante se daba cuenta. Una exposición fue clausurada por los “desnudos de sexualidad incendiaria” que poseía. El alcohol volvió a ser recurrente y las drogas también.
Los dos se convirtieron en una misma alma y como no es posible que sólo muera un pedazo del alma murieron los dos con sólo horas de separación. Nunca la retrató desnuda, de verdad la amaba. Y cuando él murió, lo único que pudo hacer Jeanne fue morir a su lado. Era pintora, madre de una pequeña niña de dos años y embarazada de ocho meses. Su espalda tocó el suelo antes que el resto de su cuerpo pero por fin su alma estuvo a su lado de quien nunca debió separarse, ni por unas horas.
Modigliani no fue el único que tuvo una muerte trágica. En el arte, grandes artistas padecieron los finales más terribles que imaginamos.
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Referencia: El Mundo