Pareciera que la obra de Leonora Carrington acontece en distintos niveles de esencia. La composición es tal que el espectador las ve venir como volutas de polvo inconsciente. Algo de esto quiso rescatar la muestra Leonora Carrington: cuentos mágicos, que estará abierta al público hasta el 23 de septiembre de este año. La exposición consta de nueve núcleos temáticos, y pretende una revisión ambiciosa de la obra tan extensa que la artista produjo durante sus años más jóvenes en Europa, así como toda la trayectoria estética que desarrolló en México.
En tres salas el Museo de Arte Moderno (MAM) permite una visita detallada, rica y bien curada del ensueño constante que representa el legado pictórico de una de las surrealistas más reconocidas en la Historia del Arte: desde las influencias que recibió por parte de los creadores europeos, pasando por los resabios duramente feministas de su propuesta estética, hasta la amplia producción que pergeñó como consecuencia del impacto que causó en ella vivir en territorio nacional. Te presentamos una selección brevísima de lo que Leonora Carrington: cuentos mágicos guarda para sí, en esa aura taciturna que caracteriza fundamentalmente a la artista inglesa:
1. Green Tea (La Dame Ovale) (1942)
1942 fue el año en que Leonora Carrington llegó a México. Escapó de un hospital psiquiátrico en Santader después de la desestabilización psíquica que tuvo cuando su esposo en ese momento, Max Ernst, había sido declarado enemigo del régimen de Vichy. Llegó a Lisboa, y ahí logró emigrar con la ayuda del escritor Renato DeLuc, en conjunto con la embajada mexicana en Portugal. En esa flaqueza emocional aunada al estallido de una guerra sin pies ni cabeza, fue que la artista dejó para siempre el suelo europeo.
Huyó de la guerra inminente por su postura antifascista, y decidió que tendría más esperanza de desarrollarse libremente en un país alejado de Europa, al que otros de sus contemporáneos ya habían llegado y habían encontrado la paz. En esa época, justo por la confluencia de algunos exiliados europeos dedicados al quehacer artístico, una amplia élite intelectual se había gestado en el país, y en las artes se apreciaba un panorama fértil y fresco.
Es en esta coyuntura política, social y de búsqueda artística que la artista pintó Green Tea (La Dame Ovale) (1942): en la confusión de llegar a un país del que no necesariamente conocía la lengua, en el que no tenía familia y en el que nunca había estado antes. A pesar de las adversidades, muy pronto se estableció y se puso a pintar. En esta obra es evidente todavía la fuerte influencia de los jardines de los grandes palacios europeos, y se aprecia aún esa añoranza por el continente perdido, que muy pronto se esfumaría: México la pudo impresionar más.
2. Y entonces vimos a la hija del minotauro (1953)
Se sane que la obra de Leonora Carrington se confunde mucho con la propuesta artística de Remedios Varo; sin embargo, cuando se ven bien ambas pintoras —como entes separados a pesar de su cercanía contextual, plástica y de relaciones públicas—, lo cierto es que la obra de Carrington tiene un escape vaporoso que la de Varo carece. Los personajes de Leonora se caracterizan por ser entes del inconsciente, como los de todos los demás surrealistas, pero de personalidades aisladas: Carrington es de las pocas artistas que logra hacer composiciones multi-estratificadas, en términos de que en sus cuadros confluyen distintas situaciones a la vez y en distintos niveles.
Tal es el caso de Y entonces vimos a la hija del minotauro (1953): la soltura del trazo en el personaje principal —que bien podría ser una mantarraya, o el residuo mejor cuidado de un telar de seda— se alza con fuerza para recibir a dos niñas humanas a quienes les ofrece un juego de bolas de cristal. El minotauro, bien vestido, pierde la mirada en un infinito incierto, mientras una figura femenina baila sola bajo un reflector que parece venir de otro estado de consciencia. Una rosa yace tirada en el suelo, casi a punto de desangrarse.
3. Are You Really Serious? (1953)
Algo que llama la atención de la muestra es la facilidad con la que la autora titula sus obras en distintos idiomas. Y más aún, el carácter insólito de sus títulos. Esto es en particular evidente en Are You Really Serious? (1953): una figura hila un telar de esencia incierta, como si de una telaraña se tratara, mientras dos perros casi egipcios parecen dialogar en el silencio de una noche estrellada.
Este cuadro funciona a manera de un análisis taxidérmico de la obra de Leonora Carrington. Son evidentes dos elementos fundamentales: primero, la influencia que la artista recibió de Max Ernst: las figuras que parecen reverberarse sobre sí tienen un acento muy fuerte que remite directamente a la propuesta artística del pintor alemán; luego la fascinación que tenía ella por las culturas antiguas.
Es común encontrar en la obra de Carrington referentes simbólicos y pictóricos a Egipto, ya sea en la estética que sus personajes persiguen o en las deidades que se evocan a menudo. Los perros representados, por ejemplo, tienen una similitud casi incisiva con Anubis; sin embargo, la composición está tan bien lograda —y las figuras tan bien asimiladas con su entorno y su gama cromática— que esto puede pasar fácilmente desapercibido: las figuras de Carrington permanecen embebidas en su consciencia, inextricables.
4. Quería ser pájaro (1960)
Llama la atención que Leonora Carrington fue la última de las surrealistas, y parece tomar los mejores elementos de sus contemporáneos en la realización de sus obras. La fertilidad y la figura del huevo son temas recurrentes entre los artistas de este movimiento: Magritte, Dalí, y Remedios Varo los utilizaron de manera frecuente como un eje temático importante. En este caso, Carrington lo reformuló desde una perspectiva interesante: el ser humano que intenta descifrar la naturaleza del huevo —que parece de un metal ocre, y que está extrañamente alzado en una especie de tripié con rostro—, mientras que un pájaro lo observa en su análisis.
Es interesante que la artista haya decidido enfrentar ambas concepciones de la fertilidad. En una primera instancia, esa del pájaro que es, en principio, el que pone los huevos y los hace su descendencia. En un segundo término, desde la óptica de que el ser humano es fértil también en su intelecto, y de él se vale para descifrar el entorno que lo rodea, como el hombre que mira al huevo de metal con la mirada consternada. En un tercer nivel, alejado ya del entendimiento sólo racional parece que la autora hace un guiño a la fertilidad que proviene de la imaginación —resultado, quizá, de la añoranza y la imposibilidad de ser—: Quería ser pájaro (1960) representa ese carácter muy humano de no aceptar la propia naturaleza y buscar la perfección en el mundo exterior.
5. El mundo mágico de los mayas (1964)
Por último, no pueden dejarse de lado las múltiples obras de Carrington que apelan a ese gusto por el suelo mexicano que la artista siempre tuvo. La fascinación por los pueblos originarios es común entre los extranjeros que se vienen a asentar, aún hoy, en el país, pero en el interés de la autora rebasa esa inquietud incidental, coincidente entre los naturalizados mexicanos. Pareciera que en su obra hay destellos que no sólo revelan un conocimiento profundo de las civilizaciones antiguas mesoamericanas, sino un empalme casi sincrético entre ambas concepciones de la realidad: esa del entendimiento cosmológico que tenían los antiguos del Universo, con aquella de intentar dialogar desde la vigilia con el estrato inconsciente de la mente humana.
Pareciera que las deidades y figuras mesoamericanas se adaptan muy bien a este entorno onírico de los surrealistas, como se ve en El mundo mágico de los mayas (1964). Se aprecia un estrato inferior al del terrenal, a manera de un Inframundo perpetuamente presente, y en diálogo con lo que sucede más arriba; pero también se puede ver a una serpiente que baila en el aire, como si se tratara de un guiño a la figura de la serpiente emplumada. Los seres humanos conviven activos y en paz con los seres extraterrenos, como si fueran parte de su vida diaria, mientras llevan a cabo el quehacer de todos los días. Sí: Leonora Carrigton pudo establecer ese contacto entre la contemporaneidad y el pasado remoto. Algo de eso resuena en la muestra del MAM: Leonora Carrigton: cuentos mágicos.
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Algunos creen que Leonora Carrigton odiaba la humanidad y por eso lo reflejaba en sus pinturas, así que si quieres saber más, aquí te lo contamos.