*Este artículo fue publicado originalmente por Alondra Berber el 30 de mayo del 2017 y ha sido modificado por Cultura Colectiva
La escena de Saturno devorando a un hijo, a través de las visiones de Goya y Rubens, constituye dos de las obras más trágicas e impactantes que una persona puede ver en el Museo del Prado, en Madrid. Según el psicoanalista Sigmund Freud, el tema está relacionado con la melancolía y la destrucción. En el óleo es plasmado el momento en que Saturno —el dios del tiempo para la mitología romana— devora y estruja con fuerza el cuerpo sanguinolento y mutilado de uno de sus hijos, con el rostro descompuesto por el temor a ser destronado. En su gesto existe una intensa mirada mórbida que transmite la visión terrible de Goya sobre el mundo y la muerte.
Saturno devorando a un hijo
¿Qué llevaría a un padre celestial a tomar la determinación no sólo de matar a sus hijos, sino también desaparecerlos en un acto caníbal? Para quien tiene poder, el miedo a perderlo puede ser obsesionante. Y habría que pensar entonces en la psique de quien se deja guiar por la angustia de ser derrocado y actúa en consecuencia; aunque eso signifique aniquilar lo que él mismo creó. Pero no fue Goya el único pintor que retrató esta impactante escena; antes de él lo hizo el pintor alemán Rubens, quien en 1636 logró representar con un estilo barroco al niño moribundo de ojos vidriosos, con el pecho recién levantado y ligeramente rojo en las fauces de su padre. Aunque la versión de Rubens es más sutil, la desesperación y la agonía que plasma resultan explícitas y fascinantes al mismo tiempo.
El mito de Saturno
Según la mitología, Saturno castró y destronó a su padre para ocupar su lugar; sin embargo, más tarde una profecía le indicó que el sufriría el mismo destino. Al saberlo decidió devorar a sus hijos uno tras otro en cuanto nacían, hasta que Zeus, su sexto hijo que fue puesto a salvo por la madre, cumplió el destino que había sido escrito.
Francisco de Goya (1746-1828) fue un pintor español cuyo estilo revolucionario, como el de muchos grandes maestros, provocó una ruptura con la pintura clásica y estereotipada de la época. Su estilo no sólo inauguró el Romanticismo, sino que además marcó el inicio de la pintura contemporánea y lo hizo precursor de las vanguardias pictóricas del siglo XX. Goya manifestó en su obra el profundo interés que sentía por el estudio de las posturas y expresiones faciales, que con el tiempo hallaron invariable vínculo con su realidad social.
En 1808, durante la invasión napoleónica a España, Goya plasmó las atrocidades de la guerra y la crueldad humana como una denuncia. Su obra señalaba las heridas para proponer una toma de conciencia política a través del arte; no desde el pedestal del artista como personaje etéreo tocado por Dios, sino como individuo en medio de un acontecimiento histórico, con experiencias vívidas e imágenes perturbadoras en el camino de la oscuridad. Esta postura ha contribuido a que diversos personajes lo consideren un expresionista avant la lettre (antes de la letra).
Once años después —al recaer física y anímicamente por una grave enfermedad que le produjo la pérdida total de la audición— Francisco de Goya creó catorce murales en su casa con la técnica de óleo al secco. Estos murales fueron reconocidos como Pinturas negras, una serie de obras poderosas por su expresividad, caracterizadas por pinceladas gruesas, pigmentos oscuros y temáticas sombrías. Creadas entre 1819 y 1823, entre las Pinturas negras aparecen Saturno devorando a un hijo, El aquelarre y El perro.
Goya pintó Saturno devorando a un hijo en una época de inestabilidad política, pero también de inestabilidad emocional entre la población azotada por la guerra. Los estragos de la ruina, la debilidad y el aislamiento construyeron el escenario sombrío en el que se plasmaron los elementos simbólicos del poder y la decadencia. Ciertamente, la cercanía con la muerte a la que lo sometió su propia enfermedad lo sensibilizó para dar un giro y reflejar en su obra una visión personal dolorosa y honesta, cuya distancia de los depurados retratos reales es incuestionable.
Los contrastes entre la obra y el autor permiten la contemplación y la reflexión sobre dos visiones opuestas e incluso antagónicas que coexisten en un solo artista: la del perfeccionista y exquisito pintor por encargo, pero también la del revolucionario que no somete ni niega el dolor que consume a los seres humanos.
Goya nos muestra a un dios desalmado en una escena que interrumpe la negrura. Dota cada pincelada de un carácter muy íntimo, a diferencia de Rubens, y muestra su preocupación por el tiempo —quizá por su enfermedad o por el hecho de que convivía con una mujer mucho más joven, lo cual le hacía vivir con mayor terror los síntomas—; aunque en la actualidad existen algunas posturas críticas que apelan a que Saturno era el símbolo con el que Goya representó al rey Fernando VII devorando a su pueblo. Si bien es posible escarbar en la obra para explorar la psique del artista y con ello tratar de decodificar su pintura, es indudable que las Pinturas negras colocaron en el panorama una propuesta estética y conceptual que cambió a las artes.
Lo interesante del arte es que siempre deja espacio para la interpretación, el mensaje se multiplica en la medida en la que alcanza al público. En algunos casos la obra se descifra a través de décadas de análisis desde lo académico, los libros, las conversaciones y las visitas constantes a museos; pero otras veces son la experiencia y las emociones del individuo las que le permiten ver la realidad social reflejada en la obra, como si la mirada del público fuera la clave para completar el mensaje artístico. Más allá de los límites geográficos o temporales, el sentimiento al admirar una obra de arte nos unifica a todos. Cada uno encuentra en Saturno a sus Napoleones personales obsesionados con el poder, y se pregunta quién será el cuerpo destruido entre las fauces del monstruo.